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Gila: "En España no se me brinda la oportunidad de trabajar para el pueblo"

Cuando Gila regresó a su país hace tres años, después de más de diez de ausencia, su bocaza de pesimista tierno resonó, para asombro de muchos, con la frescura de sus viejos tiempos. Se le agradeció el furor penetrante de su humor. Pero en seguida comenzaron las críticas tangenciales, las entrevistas impertinentes, los arañazos prefabricados. Hoy Gila se limita a bordar su actuación de madrugada en la sala de Florida Park. Pero, en la intimidad, aparece quemado y no del sol. Suele decir: «No tengo nada que declarar. Esta vez he venido de clandestino». Pese a ello, ha accedido a romper el silencio para EL PAIS. Y empieza por confesar que aquí nadie le ofrece la oportunidad de trabajar para un público popular, que es lo que de verdad le hacía ilusión.

La madrugada abrillanta su educada amargura: «Se me reprocha que actué en un local caro, que mi trábalo vaya destinado a un público burgués y que asuma esa contradicción con desparpajo. ¿Pero qué demonios puedo hacer? Yo voy a donde me contratan dignamente. Cuando en España se me prohibió salir en televisión a causa de un anuncio, me fui a un país donde me dieron todas las facilidades. En Argentina me dijeron: "¿Qué es lo que necesita? ¿Cuánto quiere que dure su espacio televisivo? ¿Qué periodicidad le interesa? ¿Tiene alguna hora de preferencia?" Ese fue el tono. Y ahora mismo, cuando actúo en México o Colombia, por poner sólo dos ejemplos, se me ofrecen espacios grandes a los que acuden millares de personas. Esas funciones, organizadas oficialmente -no sé si demagógicamente o por interés real, cosa que, en cualquier caso, no altera el contenido de mi espectáculo-, permiten que el pueblo tenga acceso gratuito a lo que yo suelo dar, por ley de vida, en salas minoritarias».Y no se hace ilusiones: «En realidad, tampoco me extraña que no se me llame. Porque aquí, lamentablemente, no hay un auténtico teatro popular. Sí, en Madrid hay uno, pero ponen La venganza de don Mendo y cosas así. Ojalá contase uno con una realidad teatral distinta».

Proseguimos con un repaso general a las críticas que le dedican al término de las carcajadas inconfesadas: «Yo sé que mucha gente me pone verde porque vivo en Argentina, donde sé muy bien que hay un Gobierno militar. Pero tengo que decir que yo amo a ese país y a sus habitantes, sea cual sea su Gobierno de turno.

España es, desde luego, uno de esos lugares: «Pero me es difícil integrar en mis monólogos ciertos elementos de la actualidad española. Porque sería una gran osadía competir con los que viven aquí y observan a diario lo que está sucediendo. Yo ando de trotamundos y solamente paso aquí dos meses al año. A través de los periódicos me entero de d de ciertas cosas, pero creo que eso no me autoriza artísticamente a hacer una crítica sobre lo que acontece, al revés de cuando yo vivía cotidianamente aquí.

Gila, cuando finalice sus actuaciones madrileñas, irá a Buenos Aires, Los Angeles, Nueva York, Miami y México. En cada lugar, alguna nota crítica con dedicatoria local. La que aquí nos deja es un arreglo de cuentas contra la enseñanza escolar: «No puedo olvidarme de que estuve en la escuela muchos años para aprender un sinfín de cosas inútiles. La escuela y la guerra civil fueron dos horrorosas fuentes de aprendizaje estéril. Si me hubiesen enseñado cosas más importantes que aquello de Adán y Eva, la lista de reyes godos y los lugares por donde pasa el río Ebro, ahora mi cultura sería otra».

La mujer de Gila, inteligente y osada, quisiera que su marido dijese muchas cosas más. El las dice, pero en privado. Anda quemado; y no es del sol. Se disfraza para telefonear en el escenario. Murmura: «No cuentes nada de esto último. Es más interesante hablar como normal que como anormal».

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