El Cordobés no podrá torear dieciséis corridas
Afiebrado y triste -y pálido, aunque la morenez campera que luce siempre la disimula muy bien- estaba Manuel Benítez El Cordobés cuando recibió a los periodistas en la clínica madrileña, donde unas horas ante le habían operado de una grave cornada. Cornada que resultó más profunda de lo que se creía y que, «por un pelo, no resultó fatal», como dicen en tono de suspiro el apoderado, el mozo de espadas y la propia esposa del torero, quien llegó desde Biarritz al lecho de dolor de su famoso compañero dos horas más tarde de lo previsto: «Yo no me creía que no fuera nada; pero eso es lo que les he dicho a los niños».
Un cuerpo de 44 años fue volteado por los aires por el toro sobrero de la tercera corrida de feria de Quintanar de la Orden. Un torero que ya no posee la agilidad de un Espartaco de veinte años, a quien el público propinó una bronca en la accidentada corrida toledana. «Pero Manolo está en buena forma, mejor que muchos chavales», comenta su mozo de espadas, que no ha dejado al diestro ni un momento. «El público siempre reacciona bien con él, ha sido bien recibido su regreso», puntualiza.El discutido, pero bien promocionado, Manuel Benítez atacó de nuevo el 22 de julio de 1979, en la plaza de Benidorm, después de una ausencia de siete años de los toros En aquel momento, su mujer no se mostró muy contenta con la decisión, aunque -como ahora- «yo sé que el oficio de Manolo es ser torero. Así le conocí y respeto sus ideas Su profesión es sagrada».
Martina, la francesa Martina -Tigresa la llamaba el antes mujeriego torero-, evita diplomática mente el responder a la pregunta que hacen todos: «¿Pedírá a El Cordobés que se retire?». Y se disculpa con el mismo acento francés-andaluz con que le susurra al torero: «No he podido venir antes». Los niños, en Villalobillos, y ella se encontraba en Biarritz, «arreglando unas cosas de familia», cuando el dichoso sobrero arremetió contra el muslo derecho de Manolo, cuando ya iba a rematar la faena, estropeándole la tarde. Y, al parecer, la separación entre ambos no ha sido tan exagerada como algunos han dejado caer, pues la última corrida del torero tuvo lugar en San Sebastián, cerca del lugar donde se hallaba Martina.
En contra de la opinión del médico y el personal sanitario que atendieron a Benítez: «Nada de visitas», la Prensa española y la televisión mexicana pudieron tener acceso a la habitación, «como atención especial», según recordaron los hombres del torero. Pero ni una palabra. Ya había dicho lo que tenía que decir por la mañana, sin aglomeraciones, despegándose aún del atontamiento producido por la anestesia y con los mismos dolores que le habían fastidiado durante la noche.
No lleva El Cordobés la cuenta de las cornadas que le han propinado los toros, porque es supersticioso. Pero sobrepasan el centenar, asiente con una sonrisa el mozo de espadas,al ser preguntado por las costuras de su maestro. Costuras que se llevan unos buenos rezos del torero hasta que comprueba la metamorfosis positiva de sus heridas. «Manolo es muy católico», nos dicen.
Sí lleva, en cambio, la cuenta de las corridas echadas a perder por la cuestión de la cornada, y el apoderado nos transmite el fastidio del diestro: «Nos faltaban dieciséis o dieciocho corridas aquí». ¿Y América, para cuándo? «Ni se sabe».
Ni una sonrisa esboza Mano lo durante todo el tiempo del abordaje -contenido- y correspondiente flasheado de la Prensa. Ni siquiera cuando Martina, con quien ha conversado por la mañana -dicen- -de buen humor, se acerca para an marle. Y eso que -también dicen- no necesita ánimos. « Esto no es, ni mucho menos, un tropezón» en la segunda etapa de su carrera. Aunque sí el suficiente motivo para que los detractores del estilo Cordobés hagan nuevos comentarios sobre su valía como torero.
Por la cara que ponen los compañeros de faena del torero, resulta casi blasfemo hablar de su posible cansancio, del peso de los años, de la conveniencia de una retirada a su pequeño imperio andaluz de Villalobillos, con sus cuatro vástagos -a los dos chicos ya les inculca la afición por el toro- Manolo es torero. El lo ha dicho siempre: «Ya no sé hacer otra cosa». Y esa manía de torear resulta que es incorregible, aunque exista en la misma casa alguien que probablemente todos los días disimule su antipatía por los sinsabores del toreo.
Pero, a pesar de todo y todos, el carisma del torero de Palma del Río permanece inalterable. Su cornada de caballo -según el argot taurino- es capaz de atraer mil atenciones que bloqueen las líneas telefónicas de la clínica donde reposa. Mientras que, así son las cosas, dos plantas más abajo, dos toreros accidentados en la última corrida de Las Ventas «están ahí solitos», comentan unos camilleros.
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