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Wimbledon, "templo" de la tradición y pionero de la renovación tecnológica

Tal vez lo único que no está previsto en el torneo de Wimbledon son las condiciones climatológicas. En el templo del tenis, como se le conoce en el mundo de la raqueta, nada falla, salvo que la lluvia haga su aparición inesperada. Y este año, en el que incluso ha llegado la renovación tecnológica, en forma de un sistema electrónico para detectar exactamente la validez o no de los saques, sólo «ese detalle» ha fracasado. De todas formas, Wimbledon es una distinción para el deporte que Inglaterra ofrece al mundo. Eventualmente, en el plano deportivo, surge un Bjorn Borg que está a punto de pasar a una leyenda aún mayor, pero quizá hasta eso sea lo menos importante.

Durante dos semanas, el Hall England Lawn Tennis and Croquet Club, escenario del «Tournament», como se denomina en inglés al torneo de Wimbledon, es un obligado comienzo del verano para los londinenses y, en general, para todos los británicos. Allí tienen su «mini-Londres», con pubs, comercios, oficinas bancarias, etcétera. El más prestigioso torneo del mundo del tenis, que este año celebra su 103ª edición -sólo hubo interrupción por las dos guerras-, es uno de esos acontecimientos que rebasan con mucho el ámbito deportivo para entrar de lleno en el mundillo social. Wimbledon, tranquilo barrio del oeste de Londres, es incluso punto de cita «favorecido» y reforzado por el London Transport -autobuses- para los días del torneo.El grave contratiempo, sin embargo, que este año ha venido a enturbiar la perfecta marcha de un torneo que tiene milimétricamente preparado su transcurso -Borg, como es tradicional, ganador del año anterior, realizó su primer saque a las dos de la tarde, exactamente, del lunes 23-, ha sido la lluvia. Quizá por ello, aunque casualidad en parte, y a propósito, dada la inestable primavera sufrida en Londres, en el desfile de modelos para presentar la moda Wimbledon-80 predominaron los impermeables y los paraguas.

Lluvias aparte -que sólo han requerido malabarismos en la programación- las novedades de este año en Wimbledon son puramente técnicas. La tradición social se mantiene, pero los organizadores comprenden que ciertas cosas necesitan modernización. Por primera vez, la pista central tiene en realidad ese apelativo con justicia para su situación, pues con la construcción y apertura de cuatro nuevas pistas laterales, cuenta con tantas a su derecha como a su izquierda. En Wimbledon existen actualmente dieciocho y su césped es de una perfección absoluta. Con un jardinero particular, Jack Yardley, y sus ayudantes, que se ocupan de las reparaciones, intocables durante el resto del año prácticamente, alguien ha dicho que en las pistas de Wimbledon la hierba es más verde. Cincuenta semanas al año esperan las dos del torneo y las otras dos previas.

También dentro de la tradición, entra que sólo los grandes jugadores pueden utilizar el lujoso vestuario de la misma pista central, a la que acceden por una especie de antecámara, siempre en el más puro estilo victoriano. El resto de jugadores deben vestirse en el pequeño vestuario de la pista número dos, mucho menos confortable. En cualquier caso, sólo los jugadores que van a disputar suis partidos en las pistas central o número uno tienen derecho a entrenarse previamente en las pistas de hierba de Wimbledon. El resto debe hacerlo normalmente en el vecino Queen's Club, sin que por ello nadie se moleste, pues al referirse a Wimbledon, a sus reglas, se habla de una de las joyas de la corona británica, al igual que se puede tratar del Big-Ben, la Torre de Londres, el Parlamento o el palacio de Bucklmgham.

En Wimbledon todo es respeto a la tradición. Si guardando cola no resulta difícil encontrar una entrada de cualquier precio para la mayoría de las pistas, hacerlo para la central, donde se juegan los partidos más importantes, es casi un milagro. Por algo el torneo se prepara durante un año y las previsiones se hacen igualmente con un año de antelación. El público asistente no es el de cualquier otro torneo. Se mantienen señoras ensombreradas, casi al mejor estilo de Ascot o Epsom -donde se disputan anualmente las famosísimas carreras de caballos del Grand National o el Derby-, colegiales de uniforme o verdaderos gentlemen. Entre estos últimos, los que llevan orgullosamente corbata verde y violeta pertenecen a la «rara especie» de socios del Hall England Club.

Así, pues, con este «entorno» no es difícil pensar que también la gastronomía, especificada claramente en Wimbledon con el postre típico, las fresas con nata, sea algo fundamental. Y naturalmente, suceda lo que suceda en las pistas, las cinco de la tarde de cada día están reservadas para el té, el intocable «five o'clock tea».

De todas fbrmas, para ver los dos espectáculos, el social y el deportivo, en lugares de relativo privilegio, e incluso los días clave de la final femenina -el próximo viernes- y la masculina -el sábado- aún existen dos soluciones antes de recurrir a la televisión, pues la cobertura del torneo por las dos cadenas de la BBC y la ITV es exhaustivo. La primera, permanecer hasta dos noches ante las taquillas, a la espera de conseguir una de las pocas entradas sobrantes que se sacan a la venta a última hora (en 1968, un carpintero de Brighton estuvo 58 horas para conseguir finalmente la suya); la segunda es mundialmente conocida: la reventa. Si una entrada para la final puede costar entre 5.000 y 7.000 pesetas, algunas pueden superar las 17.000. En alguna época, el récord de los reventas se dice que estuvo en aquel capaz de proporcionar a precio de oro una entrada al lado de la reina.

Sistema electrónico

En cualquier caso, la gran novedad de este año en el torneo de Wimbledon rebasa con creces las convenciones sociales para entrar de lleno en la pura electrónica. Resulta realmente curioso que haya sido precisamente en el torneo más tradicional del mundo, aparte del más famoso -aunque quizá por ello-, donde haya llegado al tenis la renovación tecnológica en primer lugar. En efecto, Wimbledon ha sido el pionero en implantar un sistema electrónico -valorado en algo más de 300.000 pesetas cada uno- para detectar la validez o no de los saques dudosos. El sistema, un verdadero «ojo» electrónico, inventado por el británico residente en Malta Bill Carlton, permite saber, por medio de un rayo láser que «barre» el borde de la zona del saque, si una bola ha salido fuera o no de la línea blanca.Cuando el servicio no es bueno, aparecen unas luces rojas en los cuadros de mandos que, poseen los jueces de línea y de silla y suena un ruido equivalente al «no».

Por el momento, el sistema únicamente funciona en la pista central y en la número uno, pero su inventor ha declarado ya que no existirá ningún problema para aplicarlo a las dieciséis pistas restantes y a cualquier otra del mundo que lo desee. En realidad, se le presenta la gran oportunidad para hacerse millonario con su idea. De esta forma, los jueces tendrán una ayuda fundamental para evitar los errores humanos en la jugada que alcanzan mayor velocidad las bolas. Demasiadas veces lo han aprovechado los propios tenistas para desequilibrar los nervios de un adversario en racha. Los ejemplos casi continuos de Nastase, principalmente y Connors o McEnroe, no dejan jugar a dudas.

«SuperBorg»

A quien ni siquiera afectan los errores, pues él mismo ha declarado con su frialdad habitual que le resultaría inútil la protesta para un promedio de un error cometido en su contra de diez ocasiones, es Borg. El jugador sueco está nuevamente en el camino,de conseguir por primera vez el Grand Slam, es decir, el triunfo en los cuatro torneos más importantes del mundo: Roland Garros -que ya lo tiene en su poder desde hace unas semanas, con récord de victorias, cinco, incluido-, Wimbledon -también hacia el repoker récord-, Estados Unidos -el único que se le resiste y que falta en su historial, pues no acaba de encontrarse en las pistas similares al cemento, tanto de Forest Hills, antes, como de Flushing Meadows, ahora- y Australia -quizá el torneo más fácil, por ser también el más devaluado- Borg, que acaba de cumplir veinticinco años el pasado día 6 y que se casará el 24 dejulio en una iglesia cercana a Bucarest con Mariana Simionescu, cuenta, a su edad, con el palmares más impresionante del tenis mundial. En buena lógica, es nuevamente favorito para llevarse las 20.000 libras esterlinas del premio al vencedor -cerca de tres millones de pesetas-. Cabe señalar que en Wimbledon se reparten nada menos que 293.000 libras, casi cincuenta millones de pesetas.

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