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Reportaje:

Intelectuales españoles reciben el verano con una fiesta mágica

El colectivo El Mago reunió el pasado lunes, al anochecer, en El Retiro, a un grupo de intelectuales y esotéricos, entre ellos Luis García Berlanga, Fernando Savater, Francisco Umbral, Ramoncín, Javier Ruiz y Tamariz. Eran los invitados de una cena entre barroca y mágica, para trece personajes -había una silla vacía para que alguien, fuera cual fuera su estado y su procedencia, pudiera sentarse, si bien es cierto que el deseado convidado no se hizo visible, ni siquiera en estado pétreo-, celebrada al aire libre, junto al lago, y de espaldas a las escalinatas sobre las que descansa la estatua de Alfonio XII.

La mesa era alargada y ceremoniosa, a la vez escenario y palco. A los invitados se les recomendó que degustaran la cena con cierta parsimonia, no sólo por la ekquisitez de los manjares, sino por la fuerza del rito. Se estaba representando la última cena de este ciclo histórico, que ha muerto ya con la llegada de Acuario; el último ágape previo al apocalípsis que hará rugir al milenio y que iniciara una nueva era, un renacimiento humano. Un apocalipsis ritual y simbólico, en absoluto tétrico, sino.más bien esplendoroso.Fianqueando el banquete, sendos focos de luces tipo semáforo coloreaban la arena del Retiro y jugaban con la negrura brillante del aguá del estanque. La música de Franco Muelas, sugerente y solemne, casi un sonido de hombrepájaro que vuela sobre la tierra y sobrevive a la catástrofe, resultaba tan efectista que aquella noche de San Juan parecía en realidad la verdadera noche de un apocalipsis barroco. Pero los doce comensales -o trece, quién sabe- no eran los protagonistas, por más que un público espóntaneo y entrañablemente fisgón, de unas doscientas personas, rodeara a los invitados en semicírculo hasta convertir a éstos en oficiantes de una ceremonia para iniciados. También eran público, porque el apocalipsis ya había empezado y otros trece actores iban a escenificarlo.

Desde el lago, surgieron barcazas con figuras alegóricas que se , acercaban a los espectadores. Caronte, rey de los infiernos e hijo de la noche, paseaba a las almas del pasado y del presente por las aguas. Los personajes arquetípicos de todos los tiempos: el mago, el arlequín, el monje, así como representantes de las diferentes épocas (una ciudadana romana, una dama medieval, un punk de gafas estilo mariposa y un plateado personaje futurista), descendían de las barcas como en las antiguas naumaquias o escenificaciones navales que tanto divertían a los cortesanos de Felipo IV en las noches de San Juan.

Tras el desembarco de las alegorías -actores de los grupos Bagatela y Grumo- hubo una breve danza entre el Tiempo, la Vida y la Muerte, como si hubiera resucitado el auto sacramental. Un grupo brasileño, Frutos Tropicales (que precisamente hoy actúan en el teatro Martín), bailó una rítmica y tensa coreografía que electrizó a los presentes. En el menguado espacio que separaba a los espectadores del estanque, los componentes de Frutos Tropicales simbolizaron la lucha feroz entre la humanidad actual y el trágico desenlace que se avecina. Pero siempre había un intermediario que ponía paz en la danza-duelo de a dos en el momento culminante. Al final, de un ataúd rosa surgió la nueva criatura venidera, una bella ninfa que simbolizaba la vida indestructible.

«El apocalipsis ha terminado», gritó la ninfa. Actores, invitados y público se lanzaron a continuación a la arena e iniciaron juntos un baile salsero y marchoso. Se encendió una fogata improvisada y todos pudieron saltar la hoguera sanjuanera con cierto frenesí y salero. Algunas ninfas de aspecto rockero y actualísimo, salidas de entre el público, se acercaron a saludar a Francisco Umbral y a otros de los invitados. El apocalipsis barroco había concluido.

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