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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Un partido bisagra?

LA VOTACION final del debate parlamentario, que con cluyó la pasada semana, afloró la voluntad del Congreso de rechazar cualquier fórmula de gobierno monocolor en la medida de que ningún grupo disponga de la mayoría absoluta en la Cámara. La censura a Adolfo Suárez no comportó la investidura constructiva de Felipe González como presidente del Gobierno, porque veintiún miembros de los grupos instalados entre UCD y PSOE o a su derecha y a su izquierda, a los que había que añadir los diputados vascos ausentes, eligieron el camino de la abstención.Aunque es demasiado pronto para hacer pronósticos sobre los comportamientos en 1983, el referéndum andaluz y las elecciones en el País Vasco y Cataluña mostraron una vigorosa tendencia a la fragmentación de las familias políticas en función de lealtades nacionalistas o regionalistas. Así, cabe predecir para venideras consultas un aumento de la implantación electoral de las minorías catalana, vasca y andaluza, con detrimento tanto para UCD como para el PSOE. El referéndum del 28 de febrero, el mar de fondo dentro de la clase política gallega y el eventual enconamiento de los agravios comparativos en otros territorios españoles apuntalan la hipótesis de que, en 1983, a las minorías naciona listas ya existentes podrían sumarse otros grupos de parecido signo que arañaran electoralmente por doquier las posiciones de los centristas y de los socialistas. El señor Clavero acaricia la idea de fundar un partido Centrista andaluz, émulo del PNV o de Convergencia. El malestar dentro de la UCD gallega pudiera producir también sorpresas en esa misma dirección, y el nacionalismo de izquierda desborda a socialistas y comunistas en otros territorios.

Así, pues, el doble rechazo de Suárez y de González como presidentes de Gobiernos de signo monocolor, o de Gobiernos no pactados previamente con otros grupos, tal vez se convierta en una regla de juego definitiva de nuestro sistema político, reforzada por el eventual crecimiento, tanto en número de grupos parlamentarios como de diputados elegidos, de las minorías nacionalistas y regionalistas. En tal caso, cualquiera de los dos grandes partidos de ámbito estatal se verían forzados, para lograr la investidura, a pactar con formaciones políticas de ámbito limitado a las comunidades autónomas.

La experiencia de esta legislatura muestra bien a las claras que esas eventuales alianzas no son tarea sencilla. Las minorías catalana y vasca, pese a estar situadas en el centro del espectro por razón de los intereses económicos y sociales que defienden, no son reducibles a UCD. Y ni siquiera es seguro que, caso de que Suárez saliera de su aislamiento y les propusiera un acuerdo de mayoría y la entrada en el Gobierno, aceptaran la oferta. Porque, al fin y al cabo, lo que une a Convergencia y al PNV con UCD, en todo aquello que se refiere al modelo de sociedad, está contrabalanceado por lo que les separa a propósito del modelo de Estado. Por lo demás, la brevísima luna de miel con UCD del grupo andalucista, que votó la investidura del presidente Suárez en marzo de 1979, conoció sus primeras nubes con los pactos municipales y ha terminado en borrasca tras su voto favorable a la moción de censura socialista.

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Por su lado, tampoco el PSOE ha dado un solo paso positivo hacia un entendimiento político de fondo con las minorías catalana y vasca, pese a sus vagos propósitos de uncirlas a un acuerdo de mayoría. Los socialistas vascos votaron en contra de la investidura de Garaikoetxea como presidente del Gobierno vasco y no escatiman sus agrias censuras al PNV. Más incomprensible resulta todavía el deterioro de las relaciones entre el PSC y Convergencia Democrática. Los socialistas no sólo desoyeron la invitación de Pujol a negociar su entrada en el Gobierno de la Generalidad, sino que votaron en contra de la investidura de su primer presidente democrático.

No está claro que la estabilidad gubernamental pueda conseguirse mediante la vía de los acuerdos de mayoría con las minorías nacionalistas. La gran coalición entre centristas y socialistas en bloque no sólo resulta cada vez más improbable, sino que además hoy sería seguramente perjudicial para la formación de hábitos democráticos en nuestra sociedad. El tren que el PSOE dejó partir en junio de 1977, al no esgrimir su derecho a participar en el Gobíerno de las Cortes Constituyentes, difícilmente volverá a pesar de la estación socialista. Finalmente, la coalición de la derecha (UCD y AP) llevaría aparejada la unidad de la izquierda, de forma tal que la estabilidad gubernamental podría desembocar en la desestabilización del Estado.

Ahora bien, queda todavía otra posibilidad: que el agregado de casi 290 diputados que forman centristas y socialistas se descomponga no en dos bloques, sino en tres, de forma tal que pudieran resultar viables las mayorías por el juego de coaliciones en triadas de dos contra uno. La materialización de esa perspectiva exigiría evidentemente como paso previo el surgimiento de un partido bisagra situado entre UCD y PSOE, que alimentara sus efectivos electorales no sólo de los votantes desengañados de ambas opciones, sino también de la abstención desencantada. Un partido, por lo demás, que enlazara con las viejas tradiciones laicas, liberales, reformadoras y de ética política de nuestro pasado -republicano o monárquico- y que también buscara en la sociedad de nuestro tiempo banderas por nadie recogidas y reivindicaciones por nadie defendidas.

No cabe duda de que algunos barones desengañados de UCD y algunos líderes socialistas encontrarían mejor accimodo en esa hipotética formación. También ese hueco tentaría seguramente a algunas de las viejas glorias del antifranquismo hoy desempleadas. Las equivocadas analogías entre la situación española y la situación italiana y la ambigüedad terminológica e histórica del término radicalismo ha creado, igualmente, expectativas en la izquierda extraparlamentaria de crear un nuevo grupo cuyas características, sin embargo, serían forzosamente diferentes a las de ese tercer partido entre centristas y socialistas, al que hipotéticamente nos referimos. Lo único probable, en cualquier caso, es que sólo la disolu ción del actual agregado UCD-PSOE y el surgimiento de una formación intermedia entre centristas y socialistas, podría facilitar, a falta de acuerdos con las minorías nacionalistas, esa estabilidad gubernamental, dentro de un marco democrático, que nuestro sistema político y nuestra sociedad tanto necesitan.

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