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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

"Ding-Dong" no puede funcionar

«Este programa-concurso pretende el entretenimiento del espectador a través de la amenidad, la información, el buen humor, el desenfado, la competición y la posibilidad de optar a una serie de importantes premios. Sin olvidar un trasfondo de carácter divulgativo que en todo momento intentará mejorar el conocimiento del espectador y su buen gusto en torno a esta necesidad vital de la alimentación, que configura el hábito social de la comida y que concurre en torno a la mesa». Estas son las intenciones y características de Ding-Dong según la información oficial que facilita semanalmente la subdirección de emisiones de Televisión Española.El problema está en saber si la suma de una lechuga, un tomate, carnes de azafata, el lenguaje zafio de Andrés Pajares, tres matrimonios a la caza de unas calorías al lado de Mayra Gómez Kemp y de la vaca Clotilde, más el ingenio de José Antonio Plaza, pueden dar un producto que no sea ordinario, de necesidad. De otro modo, José Antonio Plaza no tiene por qué ser peor que Rígoli, Bigote Arrocet o el mismísimo Kiko Ledgard.

El concurso iniciado el pasado 14 de marzo ya tuvo importantes defecciones desde el principio: María Kosti, la azafata Azucena Hernández, infelizmente sustituida por una vaca, y el asesor Eugenio Domingo. Ding Dong, después de dos meses, no ha podido situarse en un puesto de mediana aceptación, pese a que no tiene competencia alguna en el género de concursos y pese a que, como casi todos los programas encomendados a José Antonio Plaza, la dirección de Televisión apoya la fórmula con un generoso despliegue de presupuesto, medios técnicos y humanos.

La primera razón del fracaso del concurso gastronómico está en su inoportuno contenido: el maltratado estómago de los telespectadores españoles no está para gastar saliva en balde. Excitar las ganas de comer suculentos manjares a millón y medio de telespectadores en paro no deja de ser una provocación social y política, que en este país no se la perdonan ni a la Cofradía de la Buena Mesa. Los ejecutivos de Prado del Rey deberían aplicarse aquel sencillo dicho: «comer y callar».

La segunda razón está en el montaje híbrido del programa. José Antonio Plaza se preocupó en ver todos los programas concursos que se hacen en las televisiones europeas y norteamericanas. El formato del programa ni es original ni se resuelve por el collage de recursos ya muy explotados. Huele a plagio hasta el título, aunque la idea, según dicen, se remonta al buen gourmet de Rafael Ansón cuando era director general del organismo. En 1965 se emitió en Francia un programa que se titulaba Dim, dam, dom, programa de Daisy de Galard, Michel Polac y Pierre Lazareff, un espacio que combinaba la moda con la cocina la vida conyugal con el baile y los caleidoscopios filmados. Salsa que José Antonio Plaza también incorpora a su Ding-Dong, comenzando por la defensa a ultranza de la vida conyugal reconocida por la ley, como ya señaló la carta de José M. Alonso a este periódico, previo envío de fotografías de buena presencia de la pareja concursante.

La tercera razón es que el programa no tiene los alicientes habituales de los concursos: las pruebas son muy largas y reiterativas y la competición de los concursantes se ve rota por los pareados de Pajares, las intemperancias de Mayra y otros guisos folklóricos. La primera eliminatoria se encomienda más al azar que a los conocimientos culinarios. El resto de las pruebas, en concreto la imitación de una escena cinematográfica y la cesta de la compra, no pueden ser juzgadas de acuerdo con puntuaciones objetivas, sino que quedan al arbitrio de un jurado de actores y de las dogmáticas recetas de Manuel Garcés, el profesor cocinero. Así, el cocinero descarta una sopa al cuarto por culpa de un diente de ajo o una capa de cebolla. La subjetividad de jueces y pruebas es el peor enemigo de cualquier competición. Lo demás es cuestión de buen gusto, como pretende demostrar la nota oficial del parte de programas.

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