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Reportaje:

Los ayuntamientos franceses de izquierda, afectados por la crisis entre socialistas y comunistas

La Unión de la Izquierda francesa a nivel municipal, mayoritaria desde que ganó las elecciones de 1977, ofrece un balance «globalmente positivo» a los tres años justos de gestión. Algunas «explosiones» llamativas, como la de la ciudad de Brest, la semana pasada, no reflejan el tono general de consenso entre socialistas y comunistas. Pero esa ruptura se une a los incidentes múltiples en otras poblaciones, y hacen prever dificultades más o menos serias, como consecuencia del divorcio, en el plano nacional, del PCF y del PS, cara a las presidenciales de 1981.

En 1977, la aún viviente Unión, de la Izquierda ganó los comicios municipales, que en Francia se celebran cada seis años. Los comunistas y socialistas, miembros fundamentales de la Unión, ayudados de manera insignificante, en lo cuantitativo, por los radicales de izquierdas y por algún grupo izquierdista, consiguieron el 51% largo del electorado en la segunda ronda de esas elecciones. Desde entonces, los socialistas y comunistas administran las alcaldías de 6.662 ciudades o pueblos (dos o tres tienen un alcalde radical de izquierdas). De ese total, 1.502 ayuntamientos están presididos por un alcalde comunista, y el resto, por un socialista.Estos días pasados se cumple la primera parte del mandato de tres años de la izquierda municipal y ello ha dado lugar a un primer balance sobre la salud de la unión socialistas-comunistas a este nivel. Todos los estudios de los dos partidos más interesados, comunista y socialista, encuestas diversas, así como informaciones recogidas directamente coinciden en una primera evidencia: la descomposición de la Unión de la Izquierda en el plano nacional no está ausente, pero no ha incidido, por ahora en la gestión común que realizan desde hace tres años el PCF y el PS en los ayuntamientos.

El Partido Socialista francés, días pasados, hizo público, el resultado de una investigación suya sobre el funcionamiento de los ayuntamientos en los que cohabitan socialistas y comunistas. El estudio es parcial, puesto que concierne sólo a 85 alcaldías, pero otras encuestas complementarias indicarían que el clima general de las comunas gobernadas conjuntamente por socialistas y comunistas es parecido al que deja presentir el documento antedicho: en 55 de las 85 ciudades, las relaciones PCF-PS se califican de «buenas». Son «regulares» en diecinueve ayuntamientos y «más bien malas» en once. El miembro del Buró Político del PCF Claude Poperen, sobre esa colaboración municipal, estima que «el balance que puede hacerse a medio camino es más bien interesante». Semanas atrás, este tono globalmente positivo fue avalado por la Asociación Nacional de Representantes Electos Comunistas y Republicanos y por la Federación Nacional de Representantes Electos Socialistas y Republicanos, que son los dos organismos, del PCF y del PS, respectivamente, encargados de «vigilar» la Unión de la Izquierda municipal. Al final de su reunión-balance también se comprometieron a favorecer las convergencias en los consejos municipales» y respetar los acuerdos de unión que establecieron en 1977.

Pero no todo es delicia y placer en la Francia municipal de izquierdas. La semana pasada estalló en Brest el conflicto más grave hasta ahora. El alcalde, socialista, Francis le Ble, decidió prescindir de sus adjuntos comunistas y, acto seguido, formó un nuevo «Gobierno monocolor», es decir, socialista. Razón del fracaso de la Unión los concejales comunistas no habían votado el presupuesto. Como en Brest, en otra media docena de ciudades importantes, por igual motivo, la crisis ha terminado malamente.

El voto del presupuesto es, en la práctica, el acto fundamental del Gobierno municipal, a través del cual se manifiesta más claramente la solidaridad de gestión. En la gran mayoría de los ayuntamientos, hasta la fecha, ese voto se ha realizado por unanimidad. Pero los problemas a superar, sobre esta cuestión del presupuesto, no son pocos. Y, de una manera general, todos son consecuencia de las dos nociones distintas de la acción municipal. Los socialistas privilegian la responsabilidad de la gestión y conducen una política ambiciosa de inversiones, lo que les obliga en muchos casos a penalizar al ciudadano con impuestos crecientes. Por el contrario, los comunistas practican más frecuentemente la reivindicación al Estado para así moderar al máximo el aumento de las cargas fiscales.

La conflictividad en los ayuntamientos de izquierdas, sin que se haya traducido hasta ahora en ruptura de la Unión, no es general, pero sí frecuente. Se da con más facilidad en los ayuntamientos «nuevos, es decir, en los conseguidos por la Unión en 1977. Por ello, en todo el oeste de Francia ese malestar es más latente y los socialistas acusan a sus socios comunistas de pretender «desestabilizar» esa región. Se comprueba igualmente que cuando un ayuntamiento tiene alcalde comunista los problemas son mayores. Y el origen más frecuente de los conflictos es de dos órdenes. En primer lugar, coyuntural: los problemas de los transportes urbanos, la circulación, la acción cultural. En segundo lugar, las dificultades de convivencia se deben a las repercusiones que, a pesar de un deseo expreso de evitarlas ejercen en la política municipal las consignas nacionales de los estados mayores de los dos partidos.

Los comunistas, recientemente, afirmaban una vez más que «es necesario hacer todo lo posible para que las querellas de los dos partidos (PCF y PS) no influyan en la gestión municipal».

Los socialistas piensan igual. Pero lo cierto es que, a medida que se han degradado las relaciones entre comunistas y socialistas, el eco de las invectivas de orden nacional llega hasta los ayuntamientos. «Nuestra presencia en los ayuntamientos", dicen los comunistas, «es una garantía para los trabajadores, porque los socialistas, como la mayoría gubernamental, lo único que desean es eliminar esa molestia que, representamos nosotros.» Y cada día, de un municipio o de otro, surgen críticas de los concejales comunistas, que, cómo Georges Marchais en el plano puramente político, acusan de «giro a la derecha» a los socialistas y de «querer gobernar solos». Por el contrario, los alcaldes socialistas consideran «desestabilizadores» a sus colegas porque son minoritarios, de igual manera que ocurre en el plano nacional.

Éste tipo de conflictividad tiende a agravarse a medida que se aproximan las elecciones presidenciales de 1981. El presidente de la Asociación de Alcaldes Comunistas, Rosette, estima sobre este punto: «El hecho de que aspire a gobernar solo tras las elecciones presidenciales de 1981 conduce al PS a poner en entredicho los acuerdos municipales de 1977, que él considera papel mojado, de igual manera que el programa común. Lo que desea el PS es romper las únicas bases que quedan de la unión para preparar nuevas alianzas y debilitar al Partido Comunista.»

Al margen de los interrogantes que, efectivamente, entraña el futuro a causa de los derroteros opuestos que siguen los comunistas y socialistas desde que se rompió la, Unión de la Izquierda Nacional, lo cierto es que, hasta el presente, su colaboración y su gestión se valoran como «correctas» por la mayoría de la opinión francesa.

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