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Angustioso triunfo del Atlético sobre el Rayo

Con el público reclamándole la hora al árbitro del encuentro, finalizó el primer angustioso triunfo del Atlético a las órdenes de Marcel Domingo, el entrenador al que Vicente Calderón había sentenciado de por vida y al que, no se sabe por qué extrañas razones, ha vuelto a contratar. El Atlético ganó inmerecidamente al Rayo Vallecano. Por dos razones fundamentales: porque no jugó mejor y porque el gol del triunfo se produjo gracias al error del señor Tomeo, que señaló una falta a favor de los de casa cuando el autor de la misma había sido Rubio.El encuentro tuvo el prolegómeno -palabra que nos enseñó Matías Prats a todos los aficionados al fútbol, menos a Vicente Calderón, que confiesa que desconoce su significado- de unos tibios aplausos a Marcel Domingo, y la euforia de los seguidores atléticos fue casi instantánea porque, antes del minuto, en fallos garrafales de los defensores rayistas, el equipo del Manzanares marcó su primer gol. Los optimistas pensaron que ya se había producido el milagro. Durante diez minutos hubo un arranque similar al del día del Zaragoza. Parecía como si los jugadores atléticos hubieran toma do buena nota del partido de los ingleses en el Camp Nou. Hubo rapidez, precision en las entregas, apoyo al compañero, visión de la jugada en contraataque y hasta algún malabarismo por parte de Dirceu. A partir del cuarto de hora, comenzó a jugar el Rayo y cambió el panorama.

El Rayo se impuso al Atlético durante el primer período de un modo más brillante de los que cabía imaginar. El equipo de Iriondo sabía tomar ventajas en el centro del campo y presentarse con asiduidad ante el marco de Navarro. Además del gol del empate, el Rayo dispuso de dos ocasiones clarísimas de gol. En la primera falló el rematador y en la segunda, cuando ya estaba finalizando el primer período, acertó in extremis Navarro.El Rayo le tomó la medida al Atlético y mereció mejor suerte. Si en la segunda mitad los hombres de Iriondo hubiesen persistido en el juego desarrollado con anterioridad, casi con toda seguridad hubieran salido del choque con algún positivo. El empate les pareció suficiente botín y se dejaron dominar. El cansancio de Puig Solsona y el consiguiente relevo dejaron a los atléticos en superioridad en la parcela constructiva y los retoques hechos en el equipo, con el cambio de Aguilar, fundamentalmente, el ataque rojiblanco se acercó al marco de Mora con más asiduidad y peligro. Rubio buscó el penalti repetidas veces, y se encontró un lanzamiento libre directo cuya consecuencia fue el gol del triunfo.

El Rayo despertó de nuevo cuando se encontró en pérdida, y a punto estuvo de lograr de nuevo la igualada. Sierra, bajo los palos, salvó un gol, y la angustia, en los minutos que prolongó Tomeo por las interrupciones habidas, amenazaron los corazones de los colchoneros. Todos los corazones excepto el del presidente, que, por si había tomate, no se presentó en el palco.

El primer invento de Marcel Domingo consistió en alinear a Aguilar en el lugar de Rubio. Fue su primer error, pero supo rectificarlo a tiempo. La presencia de Marcel Domingo no puede calificarse porque no ha tenido tiempo de trabajar con el equipo. Y tampoco lo tendrá, porque la temporada toca a su fin.

Los directivos, sobre todo cuando quieren salvar sus responsabilidades, suelen justificar las sustituciones de los entrenadores bajo la excusa de que buscan un revulsivo. Si el revulsivo ha de ser lo que vimos el domingo, una vez más se habrá tirado el dinero. Fútbol sólo lo hubo a ráfagas y en mayor cantidad recayó en el bando rayista. En lo que ambos equipos compitieron fue en los desaciertos de la larga media hora del segundo período en que hubo concurso de errores y aburrimiento general. Durante mucho tiempo el partido pareció uno de esos festejos balompédicos entre solteros y casados.

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