Los castigos de Telefónica
No deje de pagar un recibo de Telefónica. Permítase cualquier cosa menos esa. Si sólo fuera porque le cortan el teléfono, pero, ¡qué va!Usted, como yo, va inmediatamente a pagar el recibo pendiente; pero pasan días y días y no obtiene comunicación. Está usted castigado.
Abrumada por mi culpa, pienso, en mi noveno día de castigo, si fuese posible ir y pedir perdón a alguien. Señor jefe de la CTNE, me acuso de no haber pagado el recibo de la famosa subida del verano. Comprendo lo ofendidos que se deben sentir, ya que después de tantos años de abnegado y desinteresado servicio público a los españoles les hemos pedido cuentas. Pero yo reconozco mi error. Nunca más esperaré que el Gobierno les limite las subidas. Nunca más reclamaré cuando mis recibos presenten incomprensibles oscilaciones. Nunca pondré en duda los altos designios de la CTNE. Pero, por lo que más quiera, levánteme el castigo. No es siquiera por poder usar el teléfono; es que durante todo el día siento la opresión del fuerte sobre el débil, la impotencia del individuo frente a la superempresa. Y a mí, que soy persona de orden de toda la vida, me entran unos impulsos infantiles de pinchar las ruedas de sus coches, cargarme las cabinas de la calle o apedrear el reloj de su torre de la Gran Vía.
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