Carter se fue al Sur
Tras Massachusetts, las primarias se trasladaron al Sur. Al terreno del presidente Carter, quien acababa de equivocarse en el voto de Estados Unidos en las Naciones Unidas sobre los asentamientos agrícolas de Israel en territorios ocupados. Los candidatos a la Casa Blanca criticaron a Carter con este tema y calificaron su gestión interior y exterior de desastrosa.
Los primeros columnistas americanos coincidieron en el análisis, y la tormenta duró al menos una semana con plena intensidad. A pesar de ello, Carter triunfó ampliamente en el Sur. En su Estado de Georgia casi recogió el 90% de los votos. Su gesto de no querer salir a la campaña mientras Irán mantenga los rehenes le proporciona pingües beneficios electorales y aumenta su imagen de hombre bueno, religioso y honrado. «Es un santo, pero no gobierna», afirman los republicanos del Sur.En Humsphville (Alabama), el primer enemigo de Carter, Kennedy, estuvo representado en la campaña por un joven negro muy inteligente. Ted, como sus hermanos, iba a por los votos de color del Sur y envió un «moreno» muy preparado a defender sus colores. En esta ciudad, la segunda de Alabama, hubo un forum-debate con doscientas personas de público y las televisiones locales. Tan sólo asistió un candidato, el ultraderechista Crane, quien demostró su capacidad de buen orador y su escasa posibilidad de ganar una primaria. El resto fueron representados por delegados o por los hijos de los figuras: Bush y Reagan enviaron a sus primogénitos. En el curso de este debate, un espectador pidió hacer una pregunta al representante de Kennedy, y dijo: «Usted nos ha relatado todo lo que ha hecho Ted Kennedy por Estados Unidos desde su escaño de senador. ¿Podría decirnos qué hizo por Mary J. Koppecknne la noche de Chappaquidick?»
Un silencio enorme se hizo en la sala. Chappaquidick acabará con Ted Kennedy, quien decía la semana pasada ante televisión: «Nunca una familia ha sido tan investigada por la prensa como la mía.» En el Sur, Kennedy no alcanzó ni el 30%, a pesar de pedir el voto de los negros y de los judíos (por el error de Carter en la ONU). gracias a los cuales espera obtener resultados presentables en Illinois y Nueva York, quizá con excesivo optimismo. En el lado republicano, Reagan volvía a llenarse de votos, seguido de Bush (Anderson no tenía nada que hacer en este terreno conservador), y dejando muy distanciados a Crane y a Connaly. Este último, ex ministro del Tesoro, y apoyado por el mundo de las finanzas, anunciaría días más tarde su abandono en favor de Reagan, al ser derrotado seriamente en Carolina del Sur.
En Florida mandan los cubanos y la gente joven tiene su influencia. Por ello los candidatos atacaron estos flancos. La campaña coincidió, además, con las fiestas cubanas de la «calle ocho» y por allí, entre 200.000 visitantes, pasearon sin mucho éxito los candidatos entre el griterío, la salsa y los negocios. Reagan ofreció una corona de flores al monumento a los caídos en la invasión de Bahía de Cochinos y Bush, ex director de la CIA, afirmaba que había que reforzar el espionaje sobre Cuba. Crane por su parte no ahorraba matices: «Si soy elegido presidente le daré a los rusos 48 horas para que abandonen completamente la isla.»
El viernes por la noche el ex director de la CIA, Georges Bush, buscaba las cámaras de televisión en Fort Lauderlate con la ayuda del conjunto musical The Beach Boy's, quince años ya en el mundo de la música. Unos 5.000 jóvenes asistieron al concierto que Bush y su esposa presenciaron entre la multitud, en la que se levantaba un inconfundible aroma a marihuana. Los porros corrían de fila en fila en las narices del candidato, que salió a saludar entre algunas protestas y en seguida fue apoyado por el formidable rock de los Beach Boy's.
El lado demócrata también tuvo su show. El manisero, como llaman a Carter los cubanos por su negocio de cacahuetes, contó con la ayuda de dos negros ilustres. El embajador Andrew Young y el boxeador Mohamed Alí. Ambos atrajeron con éxito a la prensa, y también consiguieron los votos. Alí dijo que Carter era el mejor o el menos malo de todos los blancos que había conocido, relató su periplo de embajador por Africa y montó todo un espectáculo cantando, riendo y amenazando a la prensa con bromas, a la vez que anunciaba que por cuarta vez iba a aspirar al título mundial de. los pesos pesados. Alí tenía en el rostro duras marcas de los últimos combates. Esta fiesta, montada en un hotel para recoger fondos, sirvió bien al manisero y Reagan y Carter volvieron a emerger entre sus contrincantes.
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