_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El teatro y su mecanismo

PARECE QUE en España sucede con el teatro algo que ha pasado siempre y que está pasando en otros países: cuando la obra gusta va el público a verla; cuando no gusta, no va. Hay un número mucho mayor de obras que no gustan y, por tanto, que se quedan sin espectadores: y a esto le llaman crisis los profesionales del teatro. Suele acusarse de ella a la falta de cultura del pueblo español, que en realidad, y en el caso del teatro, no hace más que negarse a acudir a aquello que le aburre, que está mal hecho y que le resulta caro.El problema de la cultura teatral, aquí y ahora, es que la creación no es la que necesita el público. Puede haberla en su origen -en los cajones de las mesas de autores desconocidos-, pero hay un mecanismo que, por muchas razones, dificulta su selección, su representación, su prueba. El pecado original del cine era la cantidad de intermediarios que situaba entre el autor y el público; con el tiempo, y en la mayoría de los casos, el cine ha sabido paliar las dificultades de ese mecanismo, engrasarlo bien y llegar a un entendimiento con. su público. El teatro tenía la ventaja de esa comunicación. directa, en la que participaba como elemento comunicante el actor: pero imitó al cine, aumentó el número de intermediarios, hipertrofió elementos secundarios -la omnipotencia del director, claramente tomada del cine, como la del escenógrafo; la aparición de la figura del director; la dispersión del actor atiborrado de teorías; la disminución del valor de la palabra; la acumulación escenográfica, lumínica, sonora; la hinchazón de su carácter de espectáculo-, que tienen un valor meritísimo en sus justos términos, pero que añaden confusión cuando se exageran. La obra se ha distanciado del público. Por pérdida de comunicación, pero también por multiplicación de sus precios.

Cuando, ante la forma actua.l de la crisis, se piensa en buscar otro dinero distinto del de la taquilla -al que llega poco- se piden subvenciones. Las subvenciones se conceden precisamente al mecanismo. Nótese bien: al mecanismo que funciona mal y que distancia al espectador de la obra dramática. El pretexto cultural es mínimo. Como las subvenciones son parcas, porque el Estado español es pobre y los presupuestos de cultura son insignificantes, el mecanismo subvencionado no tiene bastante: sobre todo porque acepta subvenciones -las suscita- para producir obras en contra del público. Justifica muchas veces su propia picaresca -hay, naturalmente, intentos nobilísimos- diciendo que lo que trata es de educar al público, a pesar de él mismo. Este paternalismo-dirigismo ni siquiera está reflejado en los resultados: clásicos mutilados, rehechos, deformados, desculturizados; o bien obras que hurtan todo su posible compromiso con la sociedad. Aun aceptando que estos intermediarios escasamente dotados para ello asumieran la misión de educar al público, mal la podrían cumplir si no lo tienen. Y al público no se le mete a la fuerza en un teatro. Se escapa.

Se está subvencionando un mecanismo mal creado, mal inventado, que ha probado sus errores, en lugar de dotar a la producción real de un teatro-cultura. Se está, por ese camino, cayendo en un dirigismo, al que finalmente han sucumbido, por la necesidad y por arreglos mentales, aquellos mismos que durante años más habían defendido su libertad y su autonomía.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

La ayuda que el Estado podría prestar a la cultura teatral debería ir por otros caminos. Uno sería el de su abaratamiento genérico y el de aceptar su libertad total, dentro de cualquier forma en que se presentase. No es lógico depositar cargas abusivas sobre el teatro y sus medios, por un lado, y subvencionar, por otro, sólo aquel que el funcionario de turno -aunque sea ministroacepta o gusta personalmente o políticamente, con lo cual se daña todo el otro teatro (donde podría residir, quizá, su forma específica de cultura). Otro camino sería subvencionar al espectador; es decir, que el abaratamiento del teatro no vaya sólo en favor de la industria y el comercio teatrales, sino en el del precio de las localidades. Podría ayudar a su propagación por los medios que tiene a su alcance, pero también sin discriminación de ninguna clase.

Nada podrá ser hecho, sin embargo, de no mediar una comprensión, por parte de la profesión teatral, de los verdaderos términos de la cultura del teatro: autores emanados de la sociedad, y aun de los distintos grupos o sectores que componen el cuerpo social, que a través de unos actores devuelvan a la sociedad la imagen de sí misma, sobre la que pueda ejercer una crítica y recibir un conocimiento. Sin perjuicios de género ni de estilo. Todo ello puede funcionar en lo cómico como en lo dramático, en el «juguete» como en la tragedia; en una obra pánica o en una obra naturalista, en una revista musical o en un clásico. Y de forma tal que el mecanismo vuelva a ser invisible, auxiliar, secundario.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_