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Silva Muñoz: "Soy una víctima de la congruencia política"

Juan Cruz

Federico Silva Muñoz ha vuelto a la arena de la vida pública presentando un libro en el que analiza las causas por las que la transición política no ha terminado aún. El ex ministro de Franco dijo, en una reunión con periodistas, que en el marco de esa transición su frustración política personal obedece a su propia congruencia, que chocó con los planteamientos del régimen anterior y que ahora sigue chocando.

No pierde Federico Silva su esperanza de aglutinar a la derecha, y ayer expresó su esperanza de que tanto Manuel Fraga, por un lado, como Blas Piñar, por otro, cedan en sus posiciones para confluir con las suyas. El líder de Derecha Democrática Española rehusó la invitación de los periodistas a comentar los últimos hechos que implican a miembros del partido del señor Piñar con recientes acciones y sucesos violentos. «No responderé a esa pregunta», dijo el señor Silva, que luego respondió a todo, « porque no seré yo quien dé la lanzada al moro muerto. Y además, Fuerza Nueva no es mora ni está muerta. Cuando todo se serene podré dar mi opinión».El momento en que más titubeó Federico Silva Muñoz, líder de Derecha Democrática Española, en el curso de la presentación de su libro La transición inacabada, editado por Planeta, fue cuando un periodista le hizo notar que en la mencionada obra el ex ministro de Obras Públicas de Franco no había citado una sola vez a su ex correligionario de Alianza Popular y antiguo compañero de Gabinete, el ex ministro Manuel Fraga Iribarne, quien, por su parte, cita al señor Silva 36 veces en su reciente Memoria breve de una vida pública.

Federico Silva, que se limita a publicar una fotografía de Fraga en el volumen presentado ayer ante los periodistas en un restaurante de Madrid, dijo, justificando la omisión, que «no hay que buscarle tres pies al gato», porque la suya no es una obra de memorias, sino un ensayo en el que explica por qué la transición, que para él comenzó alrededor de la fecha del asesinato del almirante Carrero, no ha culminado aún. Expone además cómo desea que termine, y en ello es terminante: quiere que haya una reforma constitucional que observe, sobre todo, la marcha del proceso autonómico, reconduciéndolo hacia los terrenos de la sensatez. Vio en lontananza, aunque explicó que estaba muy lejos de él la tentación de desearlo, vaivenes violentos en Andalucía, y se alarmó, sobre todo, ante el porvenir inmediato del País Vasco, donde el Gobierno ha mantenido diálogos con autonomistas o separatistas, «pero no con los españolistas».

En un ejercicio equilibrado de nostalgia, el Señor Silva mezcló su devoción personal por Manuel Azaña (Rafael Borrás, uno de los principales responsables de Planeta, lo había llamado azañólogo, no azañista), con su deseo histórico, y proclamó la necesidad que tiene España de un régimen presidencialista que estuviera informado de una idea que Gregorio Marañón (padre) le expresó una vez al que fue presidente de la República: «Lo que España necesita es un césar con fueros.» Gregorio Marañón (hijo), que presentó al señor Silva Muñoz en el acto de ayer y dijo del líder extraparlamentario derechista que «es un político en su mejor momento», corroboró el carácter más o menos textual de la cita.

Federico Silva Muñoz abonó su diagnóstico de la situación actual con algunas otras nostalgias: para él, España sigue estando necesitada de un Gobierno fuerte, que no esté a expensas de los vaivenes parlamentarios, pero que no estuviera alejado, precisó, del control de la Cámara. El no es, obviamente, un hombre que abogue por la existencia de los partidos, pero estaría dispuesto a pasar por una solución constitucional que los incluyera y que fuera una posible síntesis entre lo que los norteamericanos y los franceses tienen. El régimen presidencialista con el que sigue soñando el señor Silva coexistiría, según él, con la Corona.

No es tan difícil, dice él, que este Parlamento asuma esa reforma constitucional, y para ello no hay que buscar fórmulas de fuera, porque las propias Cortes de Franco, a las que él pertenecía, dieron el ejemplo y «se disolvieron voluntariamente para facilitar el proceso democrático, propiciado por la Monarquía».

Federico Silva expone su deseo, pero no ignora que este puede ser, una vez más, frustrado. El define su vida política como la de «una víctima de la congruencia política», que durante el régimen de Franco padeció «la dificultad de adopta! determinadas actitudes» y que en la España actual se halla también con la imposibilidad de mantener sin sofocos lo que él denomina su coherencia. Para él hubiera sido fácil, dice este zamorano de 59 años, «llevar a la Unión Democrática Española» (el partido que fundó antes de las elecciones de junio de 1977) «hacia los verdes pastos de Unión de Centro Democrático, tarea en que se empeñaron otros. Pero cuando pude columbrar la situación política española, opté por una línea de coherencia y me aparté del conglomerado». Luego vino la derrota de Alianza Popular, por la que sí apostó Silva; pero, una vez más, se frustró su deseo de llegar con una derecha fuerte al Ejecutivo. «Claro que en aquella ocasión nosotros no mandamos los barcos a luchar contra tempestades que, como se descubrió luego, estaban dirigidas desde determinadas torres de control.»

Su diagnóstico de la situación española no es catastrofista, insiste el señor Silva. A él le aliviaría su escalofrío acerca de lo que puede pasar con las autonomías y los separatismos cuando Garaikoetxea diga respecto a España lo que el líder derechista bávaro Strauss le dijo a él mismo sobre su condición autonomista: « Primero soy alemán y luego soy bávaro.» Por cierto que Federico Silva recordó la reciente historia periodística sobre la supuesta subvención que a Alianza Popular otorgó el citado Strauss, y aclaró que de ese dinero la coalición jamás recibió, al menos mientras él estuvo en ella, un solo marco. Fraga, que también lo ha desmentido, «tiene razón», señaló el ex ministro de Franco, quien, para culminar la presentación de ayer, narró sus desayunos en la Casa Blanca, mostró su admiración por la simpatía de Jimmy Carter y dijo que en la citada mansión de Washington no se desayuna como esperaría un español de su gusto. Y contó una anécdota personal Silva: en 1973, en uno de esos desayunos a los que asiste cuando va a Washington, se fotografió al lado de un personaje al que entonces prestó la atención que suele prestarse a un comensal en un ágape multitudinario. Ultimamente, revisando fotos, descubrió que aquel compañero de mesa era Jimmy Carter.

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