Romy Schneider

se ha resignado a ser «la actriz más joven», aunque ella dice que la mitología sobre su eterna frescura ya se acabó. Pero a su edad -41 años- sigue siendo la mujer más admirada por los alemanes, a pesar de ser austriaca, a juzgar por la acogida que ha tenido en el Festival Internacional de Cine de Berlín, donde asistió al estreno de su último filme, Muerte en directo, del joven realizador francés Bernard Tavernier. Lo que de ella aprecian los alemanes es que la Sissi de otro tiempo conserve en su rostro una integración perfecta de las arrugas y las cirugías, que juntas conforman una cara muy bella. Ante los periodistas, la actriz se presentó nerviosa, seria, vestida de negro y esgrimiendo una copa de champaña, como una amable arma arrojadiza. Cuando habla de su película parece narrar la historia de una actriz acosada por el mundo del cine: «En Muerte en directo interpreto el papel de una mujer acorralada por un mundo opresor identificado en este caso con un medio de comunicación, el de la televisión. Esta mujer lucha por poner a salvo su honor y sus esperanzas en la vida.» Para ella no es nuevo el papel, «porque estoy acostumbrada a interpretar tragedias». Pero desprecia el melodrama. Por eso se negó a rodar un filme que le proponía el realizador alemán Fassbinder. Sigue siendo una mujer exigente y activa, que se resiste a ser una bella gloria veterana.