Para una lectura contemporánea de lo radical / 1
Hace algún tiempo que se oye por Madrid, y ultimamente ha comenzado a oirse también en otros lugares, que el diario EL PAIS está sirviendo de plataforma de lanzanmiento a un nuevo partido: el partido radical.El fuego de este humo parece que se alimenta de las diversas alusiones al tema hechas en las páginas de este periódico -en particular del editorial del 8 de septiembre del año pasado ¿Hay espacio para un nuevo partido?- y de intervenciones públicas de su director, de las que la más reciente y sonada ha sido su España radical en el Club Siglo XXI de Madrid.
Una minuciosa lectura de todas ellas alumbra una secuencia de tesis y de hechos, cuyas dos principales polarizaciones asertivas, con distintos niveles de intensidad son: en un extremo, la afirmación de que existe una demanda política, basada en expectativas democráticas insatisfechas, puesta de relieve por el desencanto y que la contracción actual del ámbito efectivo de las libertades no puede sino reforzar; en el otro, la hipótesis de que entre el PSOE y UCD tal vez exista espacio para un partido laico, progresista, liberal, no marxista y radical; que podría constituirse en heredero de la dimensión moral del regeneracionismo del 98 y la tradición republicana española; que encontraría su ámbito privilegiado de reclutamiento en los cuadros medios de la empresa privada, en el funcionario público, en los profesionales, en los jóvenes de las clases medias; cuyos temas de predilección serían el fortalecimiento de la sociedad civil, la calidad de la vida, el laicismo coherente, la denuncia de la corrupción, el pensamiento crítico, las formas directas de democracia; y cuyo propósito último consistiría en devolver el contenido ético a nuestra política.
La actualidad e importancia de la anterior formulación afirmativa no parece discutible. En cuanto a la elucidación de lo contenido en la hipótesis, creo que puede contribuir, de forma notable, a asentar el áspero y desabrido decurso de la democracia española. Y no sólo española.
Intervención ciudadana
Conviene comenzar aclarando que la democracia es conjunta y simultáneamente: un modo de organizar las posibilidades genéricas de realización personal e interpersonal en la vida de la comunidad (lo que corresponde a los derechos y libertades fundamentales y a la práctica asociativa y comunitaria), y un sistema de asegurar a todos los ciudadanos las mismas posibilidades genéricas de participación y decisión en los asuntos comunes o colectivos (práctica de gobierno en los diferentes niveles).
Pienso que puede afirmarse que desde la Revolución Francesa hemos asistido en los países democráticos occidentales a una generalización y enraizamiento de los derechos y libertades fundamentales que se ha traducido en una democratización, cada vez más profunda e irreversible, de muchas pautas colectivas y de bastantes comportamientos sociales.
Sin embargo, se diría que no ha sucedido lo mismo en el ámbito específicamente político, en el que la extensión del voto -que de sufragio censitario pasa a sufragio universal- no ha conllevado una más efectiva intervención del ciudadano en los asuntos de la comunidad y en el ejercicio del poder. Más bien, al contrario. De entre las razones de esta concreta desefectivización ciudadana queremos aquí retenertres:
1. La transformación de la representación parlamentaria, que de un mandato de contenido específico y vinculante se ha convertido en una delegación de carácter general y autonomizado de los electores que administran, por añadidura, los partidos, lo que hace que el ciudadano se sienta ajeno y apartado del proceso político parlamentario y se crea limitado en su participación política al solo acto electivo cada equis años.
2. El equilibrio electoral en prácticamente todos los países, que impide la constitución de auténticas mayorías políticas de masas y reduce la superioridad entre las grandes opciones a un cálculo de decimales, con la correspondiente imposibilidad de apoyar ningún proyecto notable sobre tan reducidos márgenes.
3. La extraordinaria homogeneidad de objetivos y programas de los dos grandes partidos o coaliciones que en cada país contienden por el Gobierno y que contraen la posible alternativa de poder a una simple alternativa de gestión político-administrativa.
No cabe la alternancia
Agreguemos que en los países del Mediterráneo europeo ni siquiera cabe la alternancia, ya que la coalición de izquierdas, para imponerse electoralmente, reclama la imposible incorporación de los partidos comunistas -en algún país por el carácter estalinista y/o prosoviético de su PC, y en todos, por la rivalidad entre comunistas y socialistas en su búsqueda de la hegemonía y por el fantasma del frente popular que la unión de la izquierda suscita-; y la coalición de derechas exige la alianza con los partidos de derecha-derecha, de condición democrática discontinua, precaria Y eminentemente fungible.
Con lo que la única hipótesis de gobierno es: o un solitario y fragilísimo proceso gobernante por parte de la mayor de las minorías (sea ésta de centro-derecha o de centro-izquierda, según los momentos) o un amplísimo e inalterable centro, en el que la necesidad de conciliar las múltiples tendenc ¡as que en él existen se traduce en un efectivo inmovilismo y en la consolidación del statu quo.
Todo lo cual nos lleva a concluir que la representación de las diferentes fuerzas sociales y de las diversas tendencias ideológicas en la estructura política y parlamentaria de las democracias pluralistas de Occidente, que es indiscutible, no parece poder tener ninguna consecuencia efectiva ni en cuanto a los posibles cambios profundos de su sistema social ni siquiera en cuanto a modificaciones de alguna relevancia de su régimen y comportamiento políticos.
En otras palabras, que la representació.n y el pluralismo político existen en las democracias occidentales, pero que esto, hoy, lejos de servir para potenciar el cambio político y la transformación social -a través de vías específicamente políticas-, cumple, paradójicamente, la función de asegurar, a nivel simbólico y fáctico, la reproducción de lo establecido con los menores costos y las menores modificaciones posibles.
Ejercicio específico
La transición democrática española está siendo una confirmación de esta tesis general sobre la ambigua condición actual de la democracias representativas y pluralistas. Las cuales, por una parte, en su práctica social efectivamente posible son el marco único, o cuan do menos, el más adecuado, para la realización individual y colectiva; y que, sin embargo, por otra, en su práctica política efectivamente posible, neutralizan y desvían en todo o en parte, según sectores y momentos, las virtualidades de transformación y progreso que aquélla representa.
Por lo que, en el último tercio del siglo XX, la consolidación y el enriquecimiento de la democracia pasan por la extensión y desarrollo, no de la retórica de las libertades ciudadanas, sino de su ejército específico, en las formas más concretas, en los combates sociales más inmediatos. Reclamar una ley del divorcio que corresponda a la sociedad en que se vive, pedir la despenalización del aborto, distinguir entre drogas duras y blandas, oponerse al suicidio nuclear y al saqueo del patrimonio de la naturaleza, postular una nueva concepción del trabajo y de la producción, reivindicar el sentido progresista de la lucha feminista, de las minorías sexuales, de los objetores de conciencia, sentirse identificado con los movimientos sociales, con los grupos de base, con el ejercicio directo de la democracia, no es pintoresquismo pequeño burgués, sino expresión de unas expectativas sociales que comienzan a adquirir carácter imperativo y cuyo cumplimiento es, por ende, el modo más efectivo de recuperar actualizadamente la democracia. Su acción es de vanguardia, porque en ella está, en nuestra época, la posibilidad más real de transformar la sociedad.
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