El contrabando, única esperanza de los baluchis
Al alcance de los tanques soviéticos e invadida por los refugiados afganos, la provincia iraní de Sistán-Baluchistán, abierta sobre el océano Indico, viveen una calma aparente que podría estallar en cualquier momento.Desheredada por la naturaleza, «olvidada» por Teherán (según dicen sus habitantes), Sistán Baluchistán, que también se extiende por Pakistán y Afganistán, de mayoría sunnita, espera la modificación de la Constitución islámica, que instituye el chiismo como religión oficial, y las respuestas a sus reivindicaciones de autonomía cultural, política y administrativa.
Para el más de medio millón de baluchís iraníes (que, según algunos, son un millón, si se cuenta los que trabajan en Pakistán o en los Emiratos, del golfo Pérsico), ni sus reivindicaciones son separatistas ni tratan de formar un Estado con los baluchís de los países vecinos.
«Aquí desconfiamos de los llamamientos hechos en este sentido por algunos de nuestros hermanos paquistaníes, que son más progresistas, mientras que nosotros somos más conservadores», explica uno de los políticos de la región. «Es preciso que las autoridades de Teherán comprendan que esta amenaza existe mientras sigan sin hacer caso de nuestras peticiones y problemas.»
Paro, analfabetismo y mala sanidad
Para esta población guerrera y reservada, que practica todavía el bandidismo y el contrabando, y que vive de forma tribal, los problemas son el paro, el analfabetismo y la falta de cuidados médicos.Los baluchís, por el momento, descartan cualquier eventual amenaza soviética o cualquier problema interno provocados «desde el exterior». «Los soviéticos no están bien vistos aquí. Sólo un pequeño grupo que se dice "progresista", y que son menos de trescientos procomunistas, publica panfletos clandestinos contra el régimen», dicen en el lugar.
Los baluchís se rebelan especialmente contra los tribunales islámicos (que ahora actúan con más discreción) y contra la presencia de los Guardianes de la Revolución, que han venido, de fuera de la región.
Hace apenas cuatro días, la intervención de los Guardianes de la Revolución en una querella tribal provocó una viva emoción entre los baluchís, que forman la inmensa mayoría de la población, ya que los persas se encuentran sobre todo al Norte, en Sistán. Todos los baluchís están armados, aunque es difícil verlos circular con sus armas.
La conciencia moral y política de los baluchís sigue siendo Molawi Abdul Aziz, jefe espiritual de la zona, conciliador y moderado, y que goza del respeto del imán Jomeini. Abdul Aziz también padece una enfermedad cardiaca y coincidió con Jomeini el fin de semana pasado en el mismo hospital de Teherán.
En todo Baluchistán (como en Sistán) existe un cierto descontento después de la afluencia de refugiados afganos, que son ya de 70.000 a 80.000 en la región de Zabol, según los rebeldes. «Nosotros somos muy pobres, y algunos afganos se dedican al robo», se escucha decir.
En su vestimenta tradicional (las mujeres se cubren con un velo ligero y multicolor), los baluchís, conocidos por su frugalidad siguen -anclados a sus tradiciones y rechazan los reproches que les son hechos sobre su pereza o el ritmo lento de su vida. «El puerto de Dubai ha sido construido por baluchís», recuerdan. «Mirad el desierto: estos paisajes secos y áridos. ¿Cómo queréis que se salga de esto sin una ayuda real? Durante el antiguo régimen teníamos unas carreteras que sólo servían para unir los puertos del Sur con Teherán, y una universidad en la que no había más que un departamento técnico, al que sólo dos baluchís tenían cualificación para asistir».
«La agricultura es cero, y la industria está bajo cero», explica una personalidad política. Sólo del contrabando pueden vivir los baluchís.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.