La charla y la conspiración
LAS REITERADAS especulaciones que se producen en este país sobre la eventual posibilidad de un golpe militar ponen de relieve, entre otras cosas, la necesidad de una mayor información sobre las Fuerzas Armadas y la defensa. La intentona de golpe denunciada ayer por el periódico Diario 16 parece más bien fruto de un análisis equivocado a partir de hechos ciertos. Los hechos ciertos son que en los cuartos de banderas de algunas unidades de élite del Ejército se suceden conversaciones de tono abiertamente crítico contra las instituciones del Estado y los principios democráticos. El análisis equivocado es pensar que de toda charla nace una conspiración. Tan equivocado es, como el de quienes se empeñan en decir que la «Operación Galaxia» sólo fue precisaprecisamente una charla de café, pues toda conspiración empieza necesariamente por un diálogo.Las informaciones más solventes, tanto del Gobierno como de la Oposición, indican hoy la improbabilidad de que nadie esté fraguando más allá de su imaginación solitaria un golpe de ese género. Pero es preciso poner de relieve que la falta de información sobre un hecho como la «Operación Galaxia» -de la que fue informada a tiempo la Oposición, movilizó las altas esferas del Estado y puso de hecho en peligro la estabilidad del Gobiernoes la que motiva la suspicacia sobre estas cosas y la posibilidad de que aquellos hechos, aún no saldados jurídica e informativamente, tengan segundas partes. De donde el rumor lanzado ayer por nuestro colega, si se comprueba, como parece, que no responde a la realidad, podría tener el preocupante efecto de convertirse en la demostración sensu contrario de lo que tantos elementos de extremá derecha y algunos miembros del Ejército han venido difundiendo: que la «Galaxia» fue una charla y no un complot. Cuando menos habrá que decir que esa charla originó una fuerte discusión sobre la posibilidad del aplazamiento de un viaje del Rey, hizo que se adoptara un plan de defensa de la Moncloa, tuvo en vela al presidente toda una noche y provocó comunicaciones directas entre el jefe del Gobierno y los líderes de la Oposición, amén de careos con altos jefes militares y una explicación parlamentaria del Ejecutivo.
Ninguna de estas cosas se han producido, ni parece que vayan a producirse, en torno al incidente del capitán arrestado en Melilla por irse de la lengua. Ni se ha registrado el nerviosismo lógico que situaciones semejantes provocan en los estamentos ofliciales, en la clase política y en las redacciones de los periódicos. Por eso debe huirse de la tentación de relacionar este caso con el otro, pendiente aún de juicio. El que ahora no haya habido intentona no quiere decir que entonces no la hubiera.
El segundo punto a meditar es, como decíamos al principio, la frecuencia con que se detectan comentarios políticos entre la oficialidad de algunas unidades que pueden inducir a la sospecha infundada, pero explicable en el fondo, de que haya quien de la palabra esté dispuesto a pasar a la acción. Que estas cosas salgan a la luz en el momento del relevo del general Torres comojefe de la acorazada Brunete, con una particular leyenda de hombre duro que se compagina mal con la decisión gubernamental de ponerle al frente de una unidad de tanta significación estratégica, no produce otro resultado que el aumento de las especulaciones. Es por todo ello saludable el mentís oficial registrado ayer en torno al caso y la nota de la IX Capitanía. Las Fuerzas Armadas no son excepción en la obligación de transparencia informativa que tiene el Gobierno en todos sus actos. Y el silencio ha sido siempre el terreno mejor abonado para el bulo.
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