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Tribuna:
Tribuna
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¿Que querrán estos locos?

«¿Qué nos importa ya la monserga de la independencia?», susurran los ex independientes y los que nunca lo fueron, cuando un ingenuo comete la osadía intolerable de proclamar que los periódicos han de estar al servicio exclusivo de esa abstracción llamada «pueblo». No sé por qué no ponen también el cazo estos tíos molestos, que nos van a fastidiar la fiesta si nos descuidamos, se lamentan los ex y los que nunca lo fueron, cuando se percatan de que hay periódicos y periodistas que se toman absolutamente en serio lo de la independericia, la objetividad y la, función crítica como condiciones sine qua non pata comparecer sin bochorno ante los lectores.Qué decisivo el papel jugado por la prensa en el proceso de democratización de este país, recuerdan con voz engolada los que piensan que ya terminó aquel papel, y que lo de ahora es acomodarse, tragar, conformarse, disimular, callar, hacerse el sueco, incensar con ocasión y sin ella, exagerar en las pequeñas críticas para que no se note la mudez ante los grandes temas.

Qué escalofríos recorren algunas espinas dorsales cuando este o aquel bárbaro musita no sé qué historias de fondos de reptiles, de favoritismos con contrapartida, de riquísimas prebendas, historias, por, supuesto, inventadas e insidiosas. que nadie puede demostrar. Pero qué maravilla eso de que las espaldas queden cubiertas con la seguridad de que nadie va a tirar de la manta, porque la madeja es complicada y nunca se sabe lo que puede salir si se tira de este o de ese hilito.

Qué pesados esos aguafiestas que recuerdan el viejo aforismo anglosajón, según el cual no hay democracia sin libertad de expresión. ¿Pero es que no hay libertad para elegir entre comprar tal o cual periódico u optar por ver la televisión o escuchar la radio? Vaya manía con la libertad, hombre ; a saber para qué la quieren; lo que pasa es que no saben apreciar las delicias y el calorcito de los besos en la boca con el poder, que no es solamente el Gobierno, sino todo lo que ustedes saben.

Qué querrán estos locos -se preguntan también los ex y los que nunca lo fueron-, que contemplan al poder desde lejos, con lo gratificante y placentero que es mirarlo desde cerca -¡qué digo!-, desde dentro, confundirse efusivamente con él, dejarse querer, y halagar, y piropear, y manosear hasta casi la borrachera y el orgasmo, que eso nunca viene solo, sino con un pan, ,o con algo más sustancioso, bajo el brazo.

Pero -mite usted por dónde- qué rabia, qué fastidio, se dicen los ex y los otros; ahí tenemos a esos tercos, empeñados en informar y en opinar sin casarse con nadie, sin darse a la vana literatura barata de la palabra a veces brillante, pero siempre vacía de contenido y de calidad, porque el periodismo es una cosa muy delicada, en la que las mordazas se descubren casi siempre.

La gente, el público, los españoles de a pie, los lectores de periódicos -qué cosa, qué pretensiones a veces, qué ingratos- hablan de sus derechos, como si no disfrutaran del inmerecido privilegio de poder leer nuestras maravillosas piezas literarias, nuestros valientes alegatos, nuestras profilácticas chorradas protectoras contra esas tentaciones malsanas del progresismo y de la profundización de la democracia..., nos dirían los ex y los otros en cuanto que les diéramos ocasión.

Madre, madre, igual llega el día de la purificación y la catarsis, del pasado y del presente, y aquí se pone encima de la mesa toda la porquería oculta; claro que no de un golpe, pues sería demasiado para cardiacos, sino en dosis digeribles, para mejor restablecer el equilibrio ecológico roto por tanto depredador, por tanto listillo mediocre, por tanto indiscreto figurón que se había creído ya que todo el campo era orégano y que ya todos íbamos a comulgar con las ruedas de su molino.

Este país nuestro se merece otra cosa. Se merece que se le hable como se hace en este periódico y en algunos otros, sin pelos en la lengua, pero sin demagogias, sin concesiones a. la confortable poltrona de los poderosos, pero sin amargar la vida de los ciudadanos con agobios innecesarios, sin dar en el gusto a los nuevos entusiastas de la uniformidad informativa, pero sin la manía de la discrepancia sistemática e irracional.

Los que nunca nos encontramos satisfechos ni con nuestro país ni con nosotros mismos, los que siempre ansiamos dar más y más y difundir los criterios que creemos justos, los que a veces nos atormentamos ante la impotencia con que hemos de contemplar algunos datos de nuestro entorno brincamos de alegría cuando comprobamos que no todo está perdido, ni mucho menos, sino que hay otras personas, grupos y medios metidos en la misma guerra.

Qué entusiasmo y qué valor juvenil hay que echarle para cambiar «esto». Y, aunque se esté de vuelta de muchas cosas, no hay que «pasar» de nada -no nos puede nada ser ajeno-, sino luchar con coraje, pero con paciencia, con realismo, sin sueños mesiánicos.

A lo mejor me pongo dogmático sin quererlo: pero quienes no lleven todas estas preocupaciones, aproximadamente, en la sangre, me parece, me parece que harían mejor dedicándose a otra cosa, por decencia y Por sentido de la: responsabilidad. Los españoles les quedarían eternamente agradecidos.

periodista y columnista del periódico Mundo Diario, de Barcelona, es autor del libro Juan Carlos, escucha. Primer balance de la España sin Franco.

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