Classen murió tras el tercer K.O consecutivo
Falleció ayer, en Nueva York, el púgil puertorriqueño Willie Classen, que quedó en estado de coma tras la derrota sufrida en combate el pasado viernes. El fallecimiento de este púgil -bien situado en el ranking mundial de su categoría- abre de nuevo interrogantes sobre el futuro de este deporte. Hace tiempo que se rebasó el número de quinientos muertos, y el número de «sonados» es incalculable.
Willi e Classen no era un «telonero», sino un púgil que deja tras de sí una buena trayectoria: quince victorias, dos nulos y siete derrotas. En 1978 fue clasificado como el noveno púgil del mundo en la categoría reina, la de los pesos medios; en agosto del pasado año fue derrotado a los puntos por el italiano Vito Antuofermo, actual campeón del mundo de los medios. Sin embargo, a sus veintinueve años, parecía haber entrado en un declive peligroso. Sus dos peleas anteriores a la que le costó la vida habían finalizado con derrotas antes del límite. El viernes pasado subió al ring en Nueva York para pelear con el norteamericano Wilford Scypion. Un aficionado al boxeo diría fríamente que «Classen ya había agotado el cupo de golpes» y que lo aconsejable para él sería la retirada. El, como muchos otros, decidió seguir en esa difícil profesión. Seypion le tiró al suelo en el tercer ,asalto y le volvió a tirar en el noveno; el gong le salvó de la derrota por K. O. en este asalto, pero posiblemente le costó la vida. Ni su manager ni el árbitro de la contienda fueron lo suficientemente prudentes como para detener el combate, y en el décimo, los nuevos golpes del rival le derrumbaron. Cayó al suelo víctima de una hemorragia cerebral, que una posterior y delicada operación quirúrgica no pudo detener. La ciencia médica sólo alcanzó para mantenerle vivo hasta ayer.
No es accidente
Los defensores del boxeo argumentan que el fallecimiento de un púgil sobre el ring es un accidente, del mismo modo que la muerte de un piloto de fórmula 1 o de un montañero. Sin embargo, hay una diferencia: la práctica continua del boxeo impone, como consecuencia inevitable, el deterioro de la salud mental y pone fatalmente al púgil en riesgo de sufrir un derrame cerebral que le conduzca a la muerte.
La conmoción, que es el desenlace más deseado por los aficionados al boxeo, se produce cuando un golpe es lo suficientemente fuerte como para provocar un golpe del cerebro con las paredes del cráneo. El golpe produce un atontamiento que adormece al derrotado y da la victoria por K. O. al agresor. Pero además provoca la muerte de algunas células cerebrales -tejido que no es regenerable y una pequeña hemorragia por rotura de extremidades arteriales. El coágulo formado por la sangre derramada mata nuevas neuronas. En definitiva, un K. O. produce de forma irreversible, un deterioro en la capacidad mental del púgil derrotado. El «sonado» no es, pues, producto de un accidente, sino un destino fatal del púgil que sufre conmociones cerebrales en número considerable a lo largo de su carrera.
La muerte tampoco es accidental. Cuando un púgil tiene un elevado número de cicatrices en el cerebro puede ocurrirle que un golpe, o una sucesión de golpes, abra varias de esas cicatrices y provoque un derrame cerebral definitivo. El líquido que separa el cerebro del cráneo se inunda de sangre y el cerebro se ve oprimido contra el bulbo. La muerte, en esas condiciones, es inevitable, y tampoco debe ser admitida como un accidente, sino como un desenlace lógico y probable.
Solución difícil
Cada vez que muere un púgil se levanta una polémica y se buscan culpables. El árbitro de la pelea y el manager del fallecido suelen ser colocados en una situación difícil. Pero lo cierto es que ni para uno ni para otro resulta fácil detener la pelea cuando el K. O. está próximo y el público excitado, deseoso de que se produzca.
Investigaciones encaminadas a la consecución de unos guantes menos dañinos para el cerebro del que recibe los golpes -los actuales están pensados para proteger la mano que da el golpe, no la cabeza que lo recibe, pues provocan en ésta una reverberación especialmente dañina- no han despertado el interés de los hombres que controlan el boxeo. Willie Classen hace un número muy alto en la relación de púgiles fallecidos en combate. Esa relación se acerca ya a los seiscientos hombres -España ha sufrido casos con tanta frecuencia como otros países- y el número de «sonados» es incalculable. El boxeo profesional dista mucho de ser un deporte saludable para los practicantes. Su desaparición debe ser considerada seriamente a los más altos niveles.
La muerte de Classen se ha producido dos días después de que el propio gobernador del estado de Nueva York ordenase la apertura de una investigación a fondo, que tratara de aclarar todas las circunstancias relacionadas con la pelea. Una primera investigación no había encontrado causas que fueran motivo de posibles decisiones graves.
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