La guerra de los dossieres
Mi querido y admirado Pedro Rodríguez, el último estilista de la Falange, ha anunciado la guerra de los dossieres. El más importante, de momento, parece ser el de Gregorio Morán, señor al que no conozco, sobre Adolfo Suárez. Toda la derecha periodística ha acogido el libro con repulsa, o sea que no lo ha acogido. Yo tampoco. Algunos columnistas dicen que aún no lo han leído. Yo es que no voy a leerlo nunca.Porque estoy leyendo la última novela de Juan Carlos Onetti, que es una vez más un lírico dossier sobre la desolación y los espacios vacíos en el paisaje y, sobre todo, en los paisajes interiores del hombre. Y porque la guerra de los dossieres me parece que es confundir la democracia con la historiochismografía, o sea, no haber entendido la chismografía, la historia ni la democracia. Un vacile.
Claro que la guerra de los dossieres no empieza hoy, qué va. Ninguna guerra ha empezado ahora ni termina nunca. Sólo la guerra de Troya es una guerra que nunca existió, según Giradoux. Pero Gregorio Morán, del que nada sé, sé que no es Giradoux. La Cruzada del 36 la había iniciado Zumalacárregui, y la guerra de los dossieres contra Suárez me negué a iniciarla yo, hace cosa de un año, cuando, en la season anterior, Serrano me propuso presentar en Madrid unos cuadernos catalanes que se iniciaban, previsiblemente, con un dossier/Suárez.
Luego venía Porcioles y luego me parece que se acabó el invento, o lo acabaron. Leí el chisme/dossier en una noche y puse un telegrama a Barcelona para decir que no:
-¿Por qué?
-Para insultar a Suárez me basto yo solo y lo hago mejor.
No necesito tener detrás el gomadós de un dossier redactado en latinoché y bordado de chistes, suposiciones, obviedades, mentiras y ráfagas rubias de Carmen Diez de Rivera. A cosas así me he negado siempre, y me han propuesto muchas, desde la noche en que llegué al Café Gijón hasta hoy. Es que lo quieren todo.
Don Cierva sí que ha hecho un minucioso estudio del dossier/Morán y lo descalifica por inexacto y desinformado, pero luego don Cierva (yo es que no hago carrera de este hombre) se desautoriza a sí mismo al decir que el libro es una maniobra de Carrillo. Siendo como soy portavoz rojo de los rojos, a título honorífico que en su día me concediera el propio don Cierva, la verdad es que los rojos me tienen muy desatendido, muy desinformado y no cuentan conmigo para nada. Bien es verdad que uno es marxista por estética, pero aun así debieran cuidarme un poco, al menos como cuidan al guardia que hace guardia en la puerta de Castelló.
Me hacen el vacío informativo los rojos, como los infrarrojos se lo hacen a Tierno. Somos dos desinformados, Tierno y yo, y sólo nos curamos de tanta dejación con el peregrinar de los anises: Clavel, Machaquito, Mono, escarchado, etcétera. Digo esto porque nunca me había aclarado de que el PCE preparase un dossier/misil contra Suárez, mediante el kamikazi Morán, y me queda raro, por otra parte, que el pragmatismo de Carrillo incurra en la doncellez de arrojarle un tomo a la cabeza al presidente que le ha legalizado y le ha sumado un poco de la autoridad que le faltaba por votos. La afirmación de don Cierva debe, ser tan científica como las que a veces ha hecho sobre mí.
Pero, sea el libro de quien fuere, me parece que es no entender la democracia el fundarla en la virginidad adónica de los demócratas. Si algo es democracia es contar con que no somos ángeles y hemos de entendernos unos y otros, unos contra otros, a partir de las pequeñeces y mezquindades de todos. Salir con dossieres anecdóticos y aproximativos, «minuciosamente equivocados», como dice maestro Onetti en su libro reciente, es confundir la democracia con una contienda de gladiadores impolutos o ángeles contrachapeados. El otro día, en el Museo de Cera, he definido a Romanones como «político de las manos sucias». Y nada menos que Sartre avala esa política.
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