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Reportaje:

Bjorn Borg, un campeón frustrado en Nueva York

Bjorn Borg, el número uno del mundo, sigue siendo un campeón frustrado en Nueva York. En su octavo asalto al open de EEUU, Borg ha visto cómo las mieles del triunfo le esquivaban nuevamente. No sólo se esfumó de entre sus manos la posibilidad del Grand Slam. Nueva York sigue siendo un infierno para ese sueco mal llamado de hielo.

Borg sufre como todos los mortales. Sólo que sabe esconder más que otros sus emociones. Dos veces finalista en el open, también perdió aquí, entre los rascacielos, la primera final del Masters, que albergó el Madison Square Garden. Nueva York es fruta prohibida para Borg, como lo fue Wimbledon para Rosewall, o el campeonato profesional de la WCT para Rod Laver, el extraordinario australiano que consiguió reunir por dos veces (1962, 1969) los cuatro grandes.La última de las ironías fue el propio cierre del open con esa final que enfrentaba por primera vez en la historia a dos neoyorquinos más odiados que amados por sus conciudadanos: John McEnroe y Vitas Gerulaitis.

Esta edición recién finalizada del open de EEUU queda marcada por varios puntos que se distinguen claramente. De un lado, la dureza del torneo, que obligó a doce retiradas entre ambas pruebas individuales. De otro, el escándalo de la programación, absolutamente emocional, provocado por intereses contrarios al juego: las exigencias de la televisión -cadena CBS-, que obligan a que la final -la única de las grandes pruebas- se juegue bajo luz artificial; el interés de la organización en desdoblar las jornadas para superar la afluencia de Wimbledon y también la protesta de la Asociación de Jugadoras, con amenazas de llevar a la CBS a los tribunales por entender que dicha cadena realiza discriminación en las retransmisiones, lo cual provocó que las semifinales femeninas se jugasen una el viernes y otra el sábado, para poder ser esta última ofrecida por la pequeña pantalla en todo el territono estadounidense.

Pero el hecho más significativo e importante tuvo lugar en la recta final. En las últimas 36 horas del open el tenis mundial dio el más importante y capital paso de un cambio generacional. El 9 de septiembre de 1979 se conocerá como el día que los príncipes usurparon la corona. John McEnroe, de veinte años, privaba a Connors de estar en la final del open de EEUU -de 1974 a 1978, las jugo todas y ganó tres-, para coronarse el domingo con toda autoridad. Aquel mismo día Tracy Austin había batido a la campeona de Winibledon y veinticuatro horas después privó a Chris Evert de ganar su quinto open consecutivo.

El relevo generacional es absolutamente evidente en lo que a Estados Unidos se refiere. Chris Evert-Lloyd ha manifestado sus ansias de ser madre y no está muy Jejano el día en que dejará el teñis. Jimmy Connors, padre ya, cumplió veintisiete años mientras se disputaba el open. El destronado rey seguirá dando zarpazos aquí o allá con esa rabia tan característica en él, pero entrará en ese capítulo donde la ley no la impondrá tan sólo él y no dominaráya como senor absoluto en el feudo del tenis americano.

En la cúspide del tenis mundial quedan aún Borg y Navratilova para compartir los honores con los dos adolescentes prodigiosos.

Tracy Austin, con sus colas y su infantil recato, esconde por un momento cuán peligrosa es en una pista de tenis. Su carrera deportiva, a los dieciséis años -cumplirá diecisiete el 12 de diciembre-, es un rosario de hazañas que obliga a los estadísticos a anotar una y otra vez su nombre en los anales. En 1978 quebró la racha de Martina Navratilova en el circuito Indoor, después de 37 victorias. En Roma, este año, ponía fin a la imbatibilidad de la Evert sobre tierra batida después de casi cinco años y 125 triunfos. Anteayer desbancaba a Maureen Connolly, la legendaria «Little/Mo», como la ganadora más precoz del campeonato americano, por la diferencia de tres meses.

Austin llevó siempre la batuta de la final contra Chris Evert. No importaba lo que ésta hiciese, que la felpa amarilla siempre volvía a su lado de la cancha con redoblada velocidad. Austin la superó en todos los terrenos, hasta obligarla inclusive a probar, de forma desesperada, una combinación servicio-volea que fue tan improductiva como todo lo demás. La determinación de esta pequeña californiana en la pista es algo extraordinario. Lucha por todos los puntos."No pierde jamás la concentración y tiene un control de los ángulos extraordinario, que le permite atacar -y zanjar- los puntos con mortales golpes en paralelo después de varios intercambios cruzados. Sólo así se comprende esas victorias sobre Navratilova y Evert como culmi nación de un torneo, a lo largo del cual tan sólo ha cedido un set -el honor para Cathy Jordan.

No podía haber escenario más apropiado para ese cambio que el estadio Louis Amstrong, que preside el US National Tennis Center. El nombre del ilustre jazzmen nos vino a la memoria de la mano de los dos ganadores. Si el movimiento final del revés a dos manos de Austin nos hicieron pensar en el trombón solista de una Big Band, John McEnroe jugó todos los instrumentos con la superdotado. Un maestría de un tono fuerte por aquí y uno suave por allá. Las cuerdas de su raqueta desgranaron una melodía ininterrumpida durante todo el fin de semana. Connors y Gerulaitis fueron dos juguetes en sus manos. Ruda o suavemente tratados, según la situación, debieron someterse a los caprichos de este temperamental virtuoso de la raqueta, que domina todos los secretos del juego pese a su juventud. Su imaginación es la de un artista, y su técnica, la de un maestro. Tan pronto acaricia la bola con delicado slice, como la expide de forma brutal, con un topspin endiablado. Y sobre la cinta volea como si lo hiciera con la palma de su mano y percuta el smash con la precisión de un esbelto carpintero hendiendo la madera con un clavo.

Volvamos brevemente con quien abrimos, con Bjorn Borg, pues su derrota en cuartos fue la nota más resonante del torneo. Si había alguien que podía ganar a Borg en Flushing Meadows, ese hombre era precisamente quien le eliminó: Roscoe Tanner. El zurdo de Tennessee posee las características físicas y técnicas que más molestan a Borg: es zurdo (de las cuatro derrotas anteriores de Borg en 1979, tres fueron ante zurdos: dos McEnroe y una Manson), no da ritmo y tiene un gran servicio. Junto a todo ello hay que señalar las mejoras de Tanner en el juego desde el fondo. Que sirva como un cañón no es ninguna novedad, pero que aguantase bien los puntos que se disputaban desde el fondo debió sorprender incluso al propio Borg, que, para colmo de desgracias, jugó contra el bombardero bajo la luz artificial, donde es mucho más difícil ver una pequeña esfera que viaja a más de 220 kilómetros por hora.

Luego, a Tanner, de poco le serviría. Vitas Gerulaitis, el tenista más mundano del circuito, le ganaría en semifinales, con lo único que tiene y lo único que Borg no domina. Tanner se había anotado los dos primeros sets cuando el descendiente de lituanos empezó a presionar de forma constante sobre la red. Un golpe y hacia adelante parecía ser la divisa del rubio neoyorquino. Gerulatis cubrió la pista con esa velocidad que le permite ser hoy el número cuatro en el ranking mundial. Sus voleas quedaron una y otra vez fuera del alcance del pesado Tanner, que abandonó la pista sin saber exactamente qué es lo que había pasado.

El open de EEUU-79 cerró el paso de Borg hacia el Grand Slam, pero abrió la puerta a una nueva generación. Austin y McEnroe son los dos más dignos portaestandartes en el año internacional del niño.

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