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Tribuna:Freud en la grada de preferencia / 2
Tribuna
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El "linier"

De todas las figuras de la fiesta deportiva, probablemente la más patética es la de linier, que, junto al árbitro, representa el sistema de poder en la cancha.La razón de la existencia del linier es la de alimentar la parodia de un sistema de poder compartido. La autoridad en el estadio la ejerce, rotunda e inconfundible mente, el árbitro. Todas las decisiones de importancia proceden de él. Pero el sistema paternalista-autoritario encarnado por el árbitro se asiste en el estadio de jurados y autoridades intermedias llamadas a sostener la ficción de un poder colegiado.

Dentro del sistema autoritario-futbolístico, el linier desempeña el mismo papel de comparsa innecesario que en la farsa democrática del franquismo se reservaba al procurador en Cortes.

Con su desangelada presencia, y con su autoridad apenas insinuada por el uso de los símbolos externos del poder (semejanza cromática de su uniforme con el del árbitro), el linier disfruta de la misma, escasa, respetabilidad social que el procurador en Cortes, y su autoridad aparece de hecho confinada en las bandas, al margen del área, donde se decide la partida.

Con ello queda bien clara su categoría de autoridad marginal.

En efecto: la zona de actuación del linier son los márgenes; un paso más hacia atrás y es la marginación completa, la grada, el público, la masa «convidada de piedra».

La función oficial del linier es únicamente la de alertar al caudillo-árbitro y asistirle en faenas marginales: controlar para él la periferia de sus dominios, allá donde, solamente por razones físicas, no abarca su control directo (tenerle en calma las lejanas provincias) y solicitar de cuando en cuando su implacable justicia denunciando una incorrección en los suburbios mediante señales con el banderín (por demás blanco, impersonal, apartidario).

Es decir: el linier existe en función de la mayor eficacia de la autoridad del caudillo, pero no es la autoridad misma.

Por lo demás, el linier aparece en el área del poder (el centro del campo) acompañando al árbitro; es decir, se exhibe con el caudillo, solamente durante la breve ceremonia oficial de la apertura del juego. Es una figura de inauguraciones, de la que resalta su uso como comparsa, sin ninguna misión concreta que no sea la de enriquecer la coreografía del caudillaje.

Una vez inaugurado el juego por el caudillo, el linier corre a ocupar su puesto en los márgenes (toma el avión para regresar a su lejano cacicato provinciano, como cualquier procurador). La celeridad con la que el linier vuelve a su banda, después de la esporádica incursión al centro del campo, demuestra que no es compañía grata del caudillo; que no pertenece a pleno derecho a la élite del poder, sino que es más bien un mayordomo provinciano. Nada importante se decide en su presencia (la condición para que se reanude el juego es que él se vaya del centro del campo). El linier vuelve entonces a los márgenes con celeridad, y allí espera la próxima convocatoria del caudillo (la próxima inauguración) para enriquecer con su muda presencia la coreografía del caudillaje. O bien, acude solícito en manifestación de desagravio en caso de emergencia.

Raramente es consultado por el árbitro. Y casi nunca su informe condiciona la decisión arbitral, para lo grande o para lo pequeño.

Se le consulta siempre en caso de conflicto peliagudo, cuando la masa contesta la decisión arbitral y llueven objetos al campo. Entonces, él agita la banderilla de los desagravios, confirma la decisión del caudillo y recita su papel de comparsa.

Ambos liniers son llamados en caso de conflicto grave. (El caudillo reúne a las Cortes en caso de contubernio insidioso y al único objeto de que éstas refrenden la decisión ya tomada y que destapó la tormenta: el polémico penalti, el gol que no fue, los últimos fusilamientos, etcétera).

Resulta siempre bien claro que el caudillo podría prescindir de las Cortes, y los actores del reparto. Podría cerrar, abolir la parodia de Parlamento y asumir en directo la entera responsabilidad de la administración de la justicia. También el árbitro podría confiar el orden en los márgenes a la fuerza pública prescindiendo definitivamente del linier y dirigiendo personalmente el juego durante los 45 minutos de cada mitad de la partida (o los 45 años del poder vitalicio). Pero el linier-procurador le es necesario, para camuflar la sustancia führesca de su poder personal.

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