Las barras
Mi primera conmoción estructural no fue estructural, sino poética, claro. Se lo oí o se lo leí a Vicente Aleixandre:
-Allí donde las luces o aceros no usados.
« Luces o aceros». Esa o, tan fecundamente utilizada por nuestro poeta, entre Miraflores y Estocolmo, suponía, supone un enriquecimiento variante y desvariante del discurso poético que, cuando uno tiene quince años, puede dejarle minusválido para la vida, corno esos pastorcillos a quienes se les aparece la Virgen demasiado pronto, o como Marcelino Pan y Vino, que luego, de mayor, sólo pudo llegar a ser José María Sánchez-Silva, y de ahí ya no pasó. (Ahora reponen la cinta.)
Pero aún me aguardaban nuevos sobresaltos en mi bachillerato acelerado hacia la gloria literaria, que consiste en firmar libros al personal en la Casa de Campo, bajo la uralita ardiente de un tejado que ni siquiera es de zinc ni tiene encima una gata cachonda o una María José Goyanes a punto: por ejemplo, la barra inclinada de los estructuralistas, que yo nunca había visto más que en la correspondencia comercial del banco donde trabajé, su banco amigo, aunque hay amistades que matan.
Si la o de Vicente venía a mejorar el viejo armatoste comparativo del como («tus dientes son como tal o cual»), la barra inclinada, dubitativa, dúplice de significados, aspa del molino mental entre dos palabras, era ya la escritura en libertad, a partir de un grado cero que nos salvaba de la destrucción y el amor de Aleixandre para dejarnos en las manos (no muy de fiar, por otra parte) del bujarrón Roland Barthes.
Hasta que vino mi querido y entrañable amigo y maestro Gonzalo Torrente-Ballester, nada sospechoso de pederastias sintácticas, a sacarme de los infortunios de mi virtud y los peligros de la carne:
-Mira, Umbral, todo eso del estructuralismo es una coña marinera. Yo he titulado mi libro saga/fuga como burla al abuso que los franceses hacen de la barra.
Entonces decidí yo usar y abusar de la barra inclinada y optativa, porque las barras verticales del franquismo, que habían encarcelado mi escritura durante quince o más años de censura, se inclinaban cortésmente, al menos, y me parece que en eso estamos ahora: hemos pasado de la libertad con barrotes del franquismo a la libertad oblicua de la democracia, en que los barrotes se han inclinado, como dando amnistía vigilada a los escritores carcelarios de España, que somos todos, a manos de una u otra de las Españas que nos quedan, como diría y dice Federico Jiménez Losantos en loco, maravilloso y reciente libro.
Es cuando don Alfonso Herruzo Nalda, médico, me escribe desde Granada para decirme que quienes votaron a Bergamín, como él, no votaron a un fantasma, como el propio Bergamín cree y me ha dicho, sino a una postura:
-Nuestro voto fue un voto ético, inútil y snob.
Pues ya ves, José, que has podido salir diputado por snob, como yo mismo, y que además de Ramón nos une el señor Herruzo Nalda. Pienso que Bergamín, con su frase/contrafrase, encontró hace mucho una manera de escribir sin barras pedantes o carcelarias, mediante habilidad tomada (y mejorada) de Gracián, Unamuno y por ahí. En todo caso, cada escritor ha tenido que ingeniarse, en España, un ingenio particular para decir lo que quiere y siente sin que se le encampanen los censores fácticos, y que de las barras de hierro de Franco, tras de las cuales escribieron Cervantes (no hay anacronismo, yo sé lo que me escribo), Quevedo, Unamuno, Miguel Hernández, Buero Vallejo, Alfonso Sastre y tantos, hemos pasado, no a la supresión de las barras, la libertad total y el sol abierto en la quinta galería de Carabanchel, sino a esta vicelibertad ultrademocrática en que se censuran televisivamente axilas y holocaustos, se informa a medias, o desinforma, sobre cafeterías volantes, y así. ¿Comprenden ahora por qué uso tantas barras?
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