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El Barcelona ganó la Copa en un clima antideportivo

En un choque que no se puede encuadrar dentro de lo que es un partido de hockey sobre patines, por cuanto que en él hubo de todo menos juego, el Barcelona ganó en la final al Reus por dos goles a cero y se adjudicó la Copa. Propiciado por los incidentes del último partido de Liga que jugaron ambos equipos en Reus, el encuentro se desarrolló en un clima lleno de hostilidad, que ya venía aumentado por la no presentación del conjunto tarraconense el día anterior para jugar los cuatro minutos y catorce segundos que restaban de aquel choque liguero. Directivos, por un lado; público, por otro, y entrenadores y jugadores con su intolerancia se ganaron a pulso un suspenso general para el hockey sobre patines.Desde que comenzó el encuentro no hacía falta ser un lince para darse cuenta de que los diez jugadores que había en la pista respiraban hostilidad por los cuatro costados. Siempre estuvieron más pendientes de destruir que de construir, e incluso de hacer daño al rival, que de desarrollar su habitual juego. No es ninguna exageración decir que la conducta de algunos de ellos es a todas luces intolerable e inadmisible en una cancha de juego deportivo. Esta fue, sin duda alguna, la noticia de la final de Copa que ganó el Barcelona, pese a que fue el Reus quien creó más ocasiones de peligro. La explicación del triunfo hay que buscarla, sin duda, en la magistral actuación del meta azulgrana, Carlos Trullols, verdadero artífice del triunfo de su equipo. Trullols realizó paradas que muy posiblemente no hubiera podido hacer ningún otro portero en el mundo.

Sí no se puede decir que la victoria azulgrana fue injusta, sí hay que hacer constar que no fue obtenida de modo brillante, ni mucho menos, entre otras cosas, porque nunca a lo largo de los cincuenta minutos hubo buen juego por parte de los dos equipos. Las pocas acciones individuales que llevaban sello de gran categoría fueron siempre truncadas con brusquedades y marrullerías, de las que hicieron gala casi todos pero de forma especial Alabart, que mereció la expulsión, y Vilapuig, que también debió seguir el mismo camino. Desplantes, actitudes incorrectas y malos modos hubo por parte de casi todos.

Los dos equipos saltaron a la pista con gran espíritu conservador en cuanto a juego, y quizá en cuanto a recibir pocos palos. Salvo el Reus en algún momento de la segunda mitad, siempre defendieron zonalmente, sin atreverse a salir a por la bola. Se tenían mutuo respeto y nadie quiso arriesgar, lo que contribuyó a que aquello se convirtiera en un partido que aburrió a propios y extraños. Difícilmente alguien que se asomara el domingo al Polideportivo de Alcobendas para ver por primera vez este juego se habrá hecho adicto a él ni técnica ni ambientalmente.

Todo lo que rodea a estos choques viene de muy atrás, y habrá que intentar tomar alguna medida para evitar que siga pasando lo que pasó, sobre todo en la cancha; pero no hay que olvidar que, a raíz del segundo gol azulgrana, más de un bote de refresco cayó sobre las gradas, donde estaban las autoridades deportivas, que fueron increpadas con dureza en varias fases del partido. Pero en lo que verdaderamente hay que reparar es en el hecho de que mientras en la mayoría de los deportes los incidentes los produce cierta parte de la masa incontrolada, aquí la antideportividad la protagonizan los propios jugadores, dando una verdadera lección de cómo no debe ser un deportista. En una palabra, que, en la final de Copa, tanto unos como otros jugaron mal y se portaron peor.

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