Bergamín
Me organizan una cena con Bergamín, el doctor Barros, María Cuadra y más gente. Bergamín. Uno se acerca ya a estos tótem/tabúes de nuestra previda cultural sin temor ni temblor, sino con curiosidad y amor intelectual, porque cuando el intelecto se pone a amar, acierta siempre más que el corazón.José Bergamín está como suelo verle cenando, antes en El Alabardero ahora en otros restaurantes, con el doctor Barros o con alguna morena guapa. La literatura española es una isla de Pascua en cuya desertización emergen unas cuantas figuras incógnitas y sugestivas, que están ahí desde no se sabe cuándo, desde siempre, y que el turismo intelectual visita en el barco de papel de los suplementos literarios.
Lo demás es silencio, confúiión, mogollón, camada negra de chicos rubios- trama roja de chicas colgadas y Feria itinerante del Libro jamás leído. Asi, las cosas, Bergamín, de cabellera intacta y de foulard, ha llegado a los límites infernales de la edad sin perder la sonrisa, la ironía, la burla, ese brillo maligno/benigno de sus ojos que se le acrisola en una lágrima de viejo:
-Me interesa mucho lo ramoniano que hay en ti -me dice.
-Nos encontraremos en Ramón- le digo.
-En mis aforismos también hay algo ramoniano -me dice.
-Bueno -le digo, pero tú siempre juegas ideas, conceptos, y Ramón sólo mueve imágenes. Es puro pensamiento plástico, primitivo.
Cenamos en un jardín por el barrio de los músicos. Mujeres rubias, bellas, conocidas y desconocidas. Hace fresco entre la fronda. Yo, claro, tengo frío. Bergamín (ochenta años, u ochocientos), no. Entre él y yo llegamos a la conclusión de que entre la floresta puede estar Pérez Llorca.
Vamos hacia el interior de la casa. Bergamín acepta la langosta en cantidades ingentes, pero se niega a admitir que sea galaica:
-Debe ser de algún sitio sin puerto de mar y sin mar- me advierte.
Uno gusta mucho de escuchar a los viejos escritores que siempre cuentan cosas y las cuentan bien. Me irrita el periodista que accede al famoso y luego no le deja hablar. Hoy, los entrevistadores saltan de pregunta a pregunta, siempre dentro de su forzado cuestionario, y uno advierte que no escuchan las respuestas, porque para escuchar ya está ese neceser electrónico de la palabra.
Si Rosa Montero hace hoy las mejores entrevistas de España no es sólo porque practique el nuevo periodismo, como se dice, sino porque practica el más viejo, humanista y penetrante periodismo artesanal, coloquial: en su alma de Mafalda/Barbarella no se lleva una cinta, sino un hombre, o una mujer.
Yo, como no tengo que hacerle ninguna entrevista a Bergamín, le escucho feliz hasta el alba:
-Tú has contado en libros el entierro oficial de Ramón -me dice- Pero nosotros al día siguiente le dimos un entierro alegre, ramoniano, fuimos a la tumba un grupo, comimos y bebimos bien, le conmemoramos.
Hermosa fiesta funeral/egipcia para conmemorar a! escritor ideográfico. El otro día me lo dijo Salvador Pániker:
-Tú, Umbral, eres un escritor chino y hasta tienes cara de chino.
No sé. Ramón era un escritor primitivo cultísimo.
Quizá egipcio. Un decorador de vasijas y pirámides. ¿Y Bergamín? Bergamín ha traído una rebeca, quizá por concesión a su edad, pero ni siquiera se la pone. Tuvo veintitantos mil votos en las últimas elecciones:
-Han votado a un fantasma, Umbral.
El siglo, nuestro siglo XX, se ha hilvanado en él, copo de cultura y literatura, como en el más delgado huso intelectual. Escuchemos siempre a las esfinges de nuestra isla de Pascua, anteriores a una eternidad de cuarenta años. Son nuestra única y mejor referencia tempo/espacial. Pero mientras uno escucha insaciable a los últimos oráculos de la tribu, la gente sólo escucha a Amestoy.
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