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Lo posible y lo necesario

En la historia de la revolución rusa de Trotski se recoge un juicio del político liberal Miliakof acerca de la personalidad de Kerenski y su actuación en 1917. Según Miliakof, Kerenski fue el «único hombre posible» en una coyuntura..., pero no el «hombre necesario»: es decir, el hombre que hacía, falta para triunfar frente a otros hombres. El juicio parece claro, pero no deja de encerrar su parte de enigma. Todos somos «hombres posibles», puesto que aquí estamos: unos cojos, otros tontos, otros guapos y otros listos. Pero ¿qué son los hombres necesarios? Cuando se da cierta situación en la historia, un grupo determinado, limitado, siente que le hacen falta. En la Francia del siglo XVII, en la época de Luis XIII, Richelieu fue, así, el «hombre necesario» para robustecer un Estado, mientras que aquí, el conde-duque de Olivares sólo fue un «hombre posible», para debilitar otro. En la Rusia de 1917 aparece también, como hombre posible, dentro de un importante sector revolucionario, el abogado Kerenski, orador brillante. Pero en otro sector aparece el hombre necesario a sus fines. Este es Lenin. Resulta, así, que los hombres posibles se dan sin limitación y pueden conducir al fracaso más rotundo, mientras que los hombres necesarios se dan de fama limitada y llevan el éxito. Lenin fue necesario para realizar la revolución, para robustecer el Estado francés; Bismarck, para crear un Imperio alemán, que luego resultó efímero. Hombres políticos posibles para perder, como Kerenski, hay a centenares en la historia, y en España tantos como en cualquier otra parte, Parodiando a Nietzsche, podríamos decir que cada uno de ellos, ¡posible.... demasiado posible! Aquí hemos tenido bastantes Kerenskis, de vía más o menos estrecha. Ningún Richelieu, ningún Lenin. Porque a éstos no hay que confundirlos con los que hemos oído llamar «hombres providenciales» y «estadistas que nos envidia el mundo». Lo que aquí ha habido ha sido producto de una triste posibilidad que siempre ha amenazado con acabarnos.También de algo que, desdichadamente, se suele llamar «realismo». Votemos así, unas veces, con realismo. Asesinemos otras veces también con realismo.

La experiencia indica que un político español, posible y realista es la cosa más temible e inconsistente que cabe encontrar sobre la Tierra, porque es capaz de confundir la «realidad con lo que en el momento se puede imprimir en el Boletín Oficial. Un político español posible y realista tiene raras aptitudes para no enterarse de lo que pasa a treinta kilómetros de donde vive. Nada se diga de saber qué ocurre «realmente» en tierra lejana: por ejemplo, el Sahara. ¿Dónde está eso? ¿Es lo mismo que lfni, o se trata, más bien, de Guinea? El político realista es hijo legítimo del español realista y de su distinguida esposa. No cabe duda. Esta pareja ha acuñado conceptos memorables, como el de «en toda tierra de garbanzos», que sirve para referirse a algo general y universalmente admitido.... sin tomarse la molestia de examinar un mapa que indique lo limitado y modesto de su tierra garbancera, comparada con la extensión de este mundo sublunar. Al pan, pan, y al vino, vino... Aunque no se coma pan y se beba cerveza. Las cosas claras y el chocolate espeso. Regla de sabiduría general, establecida en alguna capital de provincia en la que el cabildo catedralicio ingiriera cantidades considerables de chocolate en tiempos lejanos. De reglas como esta arranca nuestro dichoso «realismo». Con ellos se forman los «hombres posibles», los realistas puros, no los de don Fernando VII, ni los seguidores de una de las muchas escuelas filosóficas llamadas hoy realistas, sino los realistas que podríamos definir como realistas de secano, o realistas de misa y olla: los que creen que el cultivo del garbanzo y la esfericidad de la Tierra tienen una significación parecida.

Hombres sensatos, cautos, prudentes, que, de repente, cometen una melonada, se quedan con la boca abierta por unos momentos y luego recobran el equilibrio. El realista avanza con pies de plomo. Acaso tiene también un poco de plomo en la cabeza. Es gran táctico a corto plazo; pero lo que queda fuera de ese plazo no entra dentro de su imagen de la «realidad». Aquí y ahora. Aquí, es decir, en este despacho. Ahora: con este teléfono. ¿Es «real» lo que pasa en Fuenterrabía o Málaga? Hay grandes indicios para pensar que no: que se trata de puras fantasías. Lo real es lo que tengo ante mis narices, lo que resuelvo con una maniobra, acaso con un guiño. A veces, con una vociferación.

El peligro mayor que vemos algunos en el futuro próximo es el de que los asuntos políticos graves y grandes que existen se quieran resolver mediante una serie de maniobras realistas, de oficina, covachuela o bar. Para el caso es lo mismo. Prevemos así que se harán muchas «cosas posibles».... pero no las «cosas necesarias». Confundir la realidad política con lo que puede someterse a una maniobra, por ejemplo, a un aplazamiento. Dejarse llevar por la letra y no considerar reales las inquietudes mayores de los hombres. El político realista español, posible, demasiado posible hoy, es un hombre de trucos y de reglamentos. Recuerda a aquellos griegos a los que se refiere un trozo de poesía burlesca que, traducido, viene a decir esto:

«Podemos vivir sin poesía, ni música ni arte. / Podemos vivir sin conciencia ni corazón. / Podemos vivir sin amigos y sin libros. / Pero el hombre civilizado no puede vivir sin cocineros.»

El que compuso estos versos había asistido, sin duda, a alguna comida de trabajo, en hotel o restaurante de lujo, de políticos realistas, prácticos: los más posibles que cabe imaginar, pero no los más necesarios.

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