A Carmen
Carmen, tú me llamaste la primera, «Alcobendas, Umbral, ya es socialista», y Alcobendas ha sido, por un rato, la Covadonga de la reconquista. Iremos a Alcobendas, viviremos en comuna de rojos y de alcaldes. Si se pierde Madrid, queda Alcobendas, con torre de Fisac y con moteles. Carmen, tú me llamaste la primera con el parte de guerra, a media tarde.Pero el triunfo es total, la media España que perdió la batalla de los muertos, que perdió la batalla de los votos, que perdió la batalla de los siglos, ha ganado esta noche una batalla municipal y espesa, rubeniana, municipal batalla cuerpo a cuerpo.
Ya no es sólo Alcobendas, torre al norte, sino que van cayendo las provincias, recorremos el ácido camino a la inversa de Franco y su morisma: Barcelona, Valencia, La Coruña, Valladolid, Madrid, Guadalajara, Salamanca, León, Córdoba, Málaga, Murcia, Albacete, Castellón, Gerona, Zaragoza, Alicante, Tarragona, Vigo, Gijón, Lérida y tantas otras. Capitales del puño y de la gente, partidos judiciales de la rosa, cabezas de partido de Felipe, hoces de buen segar, largos Carrillos.
Carmen, tú me llamaste la primera, y así empezó la noche de los votos, alcalde comunista en Paracuellos, la sonrisa de Tierno antidisturbios. Antidisturbios Tierno, y no los otros, con la infinita paz de su retina desprendida en el llanto retenido como lágrima alegre de hombre calmo. Tamames tan seguro en su chaleco, tan supermán de Marx y de mercados: yo hube pronosticado aquí hace tiempo la municipal boda de los dos.
Carmen Díez de Rivera, tú llamaste: «Alcobendas, alcalde socialista. » Carmen Díez de Rivera, tú llamaste, tú me echaste a la calle de la Historia: lumpemproletariat, lumpem de Goya, gentes de madrugada con bandera, la violencia final de los rosones contra el Madrid morado ya en el alba.
Tierno entre la tormenta de los flashes, en silla gestatoria, como siempre, moviendo su papado, Papa rojo, bendiciendo con Marx al personal. La noche gestatoria, Madrid claro, Tamames caminando siete leguas, hablando con los altos funcionarios, parando la violencia del pasado. Carrillo, Alfonso Guerra, al fin la mano que se encuentra en la noche con la mano: mano fosforescente, clandestina, que a la mañana es fruto, puño, llama.
Carmen, tú me llamaste, revolucionaria, a un Madrid de canciones y recuentos, el vino caminaba por sus pasos hacia la hoguera en paz de la victoria, hacia la bronca sed del personal. Era aquel Madrid cheli, en oleadas, venido de los fondos de sí mismo, ritmo de endecasílabo perdido, roto soneto que pisaba un guardia. La guerra ha terminado, o ha empezado, nochevieja de abril, Felipe IV, feliz de la visita de los chelis, y el caballo despierto, embanderado, preguntando qué pasa a su monarca.
La guerra ha terminado, o ha empezado, Madrid municipal va por las calles, la batalla de siempre, España entera votando su sentir, no sus caciques. Ah las municipales, ya se sabe, todo eso, la derecha apestilla sus balcones, nadie se asoma cuando pasa el mundo. Cuando pasa la paz con sus racimos, no las convencionales doce uvas, televisión no estaba, no la he visto, y la luna filmaba, involuntaria, el videotape histórico y la Villa.
Carmen, tú me llamaste, bruja buena, noticia rubia, con noticias rojas, tú me echaste a las calles, tan enfermo, tú me echaste a la noche, tan carroza, para escribir en prosa, en fiebre, en verso, manuscribir Madrid de madrugada. ¿Qué va a pasar aquí? Pues lo de siempre. Que nos dejan la noche, plaza sola, para cantar con friso antidisturbios. Luego vendrá la luz, una hidroeléctrica, y se abrirán los cautos Ministerios, y luchará este pueblo en sus buhardas (la Casa de la Villa tiene buhardas), disparando geranios, gatos rubios, al corazón de hierro y sus empresas. Pero tú me llamaste, Carmen, rubia, para decir que España, que Alcobendas. Toda España Alcobendas, ahora mismo, en el fragor agrario de los tiempos. Patria multiplicada, dividida, eucarísticamente repartida, como tiene que ser, en nombres y aguas. Carmen, tú me llamaste la primera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.