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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El derecho y el deber del voto

LA CAMPAÑA institucional de Televisión para contrarrestar la abulia o indiferencia ante las elecciones y la exhortación de la Comisión Episcopal a ejercer como un deber cívico el derecho de voto no hacen sino reforzar los llamamientos de los diferentes partidos para que se acuda a las urnas. La negligencia mostrada por el Ministerio del Interior durante los dos últimos años en los trabajos de actualización del censo será responsable, en cualquier caso, no sólo de que varias decenas de miles de españoles que desearían votar no puedan hacerlo por no estar inscritos en las listas, sino también de que el número de abstencionistas se incrementemás allá de lo técnicamente previsible. En efecto, las duplicaciones en los registros otorgan teóricamente dos o más votos a ciudadanos que, sin embargo, no pueden ejercitar más que una sola vez ese artificialmente multiplicado derecho al sufragio. Al falso abstencionismo fabricado por el señor Martín Villa hay que añadir, por lo demás, las causas de deserción involuntaria de las urnas: desde la enfermedad y los viajes hasta la mala información sobre el emplazamiento de los colegios, las trabas casi insalvables para que los emigrantes voten, la impericia en la utilización del mecanismo del voto por correo y los cambios de residencia.Fuera de estos motivos, cuya normalidad no puede ser cuantificada en términos porcentuales por falta de rodaje de la democracia representativa en España, la abstención no será técnica, pero tampoco podrá ser reivindicada por ningún grupo político. La espectral aparición, ayer en Madrid, de carteles firmados por una desconocida Unión de Marxistas- Leninistas y otros no menos inéditos Comités Obreros recomendando la inasistencia a las urnas es eso: una pura fantasmada. Nada hay ni remotamente parecido a la vigorosa -y eficaz- campaña del PNV en el referéndum constitucional en favor de la abstención en el País Vasco, o a la vistosa -e ineficaz- propaganda del MC con igual propósito en el resto de España. Tampoco la ultraderecha podrá repetir. eri esta ocasión el juego de familia -«de oca a oca y tiro porque me toca»- de cubiletear los resultados del 6 de diciembre para sumar las abstenciones -y los votos en blanco y las papeletas nulas- a los «noes» e interpretar el resultado final como un plebiscito en contra de la democracia y a favor del franquismo. Todas las opciones políticas tienen ahora su casillero: desde los simpatizantes de ETA militar, que se agrupan en Herri Batasuna, hasta los nostálgicos del anterior régimen, que marcan el paso en Unión Nacional.

¿Y los verdaderos indecisos que no encuentran satisfactoria ninguna de las ofertas que los partidos les presentan? La única actitud congruente sería que, a fin de evitar que se les pueda confundir con los indiferentes, acudieran a las urnas, aunque fuera para depositar su voto en blanco. Quedarían así fuera de la participación electoral tan sólo los individuos que abdican de su condición de ciudadanos y que elevan a decisión moral lo que tan sólo es ignorancia o incomprensión de los nexos que hacen depender su existencia privada de la vida pública. No hay otra forma de protestar contra la imprecisión y confusión de las plataformas de los partidos, dejando a salvo la solidaridad Con los intereses colectivos, que acercarse a la mesa electoral y votar en blanco.

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