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Los minusválidos desconfían, y la mayoría de los gitanos optan por la abstención

La Constitución, en su artículo 49, contempla de manera específica la situación de los minusválidos, otro de los grandes grupos de marginados sociales. «Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este título otorga a todos los ciudadanos.»La declaración constitucional supone la garantía para los minusválidos de que, teóricamente al menos, su situación puede empezar a cambiar con el nuevo régimen democrático. Otra cuestión será que los responsables de esos «poderes públicos» se avengan a cumplir lo pactado. La gran mayoría de los partidos recogen en sus programas políticos las reivindicaciones de los minusválidos en mayor o menor medida. En España hay un total de millón y medio, entre físicos y psíquicos. De esta cifra, sólo 86.000 son beneficiarios de la Seguridad Social, y 140.000 reciben algún tipo de ayuda por parte del Instituto Nacional de Previsión.

Los partidos hacen hincapié en la importancia de la medicina preventiva, hasta ahora prácticamente desconocida para los minusválidos de este país. Los minusválidos se quejan de esta falta de previsión y deben sentir cierto hormigueo angustioso cuando oyen decir a los médicos que un porcentaje considerable de disminuidos podría haberse evitado si la ciencia se hubiese ocupado de ellos desde antes de nacer, mediante el control de las embarazadas. Es después, una vez que ha nacido un niño minusválido, cuando sus posibilidades de sobrevivir sin sentirse excesivamente rechazado se reducen casi a la mínima expresión. «Los niños, es terrible cómo lo pasan en la escuela. Que si las escaleras, que si las largas ausencias de las clases por el tratamiento sanitario, el no poder jugar como los demás, el mismo rechazo de los compañeros del colegio o de los padres de los niños sanos, que nunca les hace gracia que sus hijos tengan a un minusválido por amiguito.» María Jesús pertenece al grupo Disminuidos Físicos de Base, y se permite generalizar porque conoce muy bien lo que se siente cuando no se nace «como los demás» o cuando de pronto un accidente te empuja a engrosar las filas de este batallón de marginados. «Todo el proceso que se sigue en la escuela condiciona al niño de tal manera que a lo largo de su vida jamás dudará de que es un ser rechazado, dice María Jesús, y este rechazo social tan acusado responde a los criterios estéticos de nuestra sociedad. Sin embargo, nosotros no queremos escuelas separadas, queremos ser un grupo más en la sociedad, pero dentro de ellas no fuera.»

Cumplir la ley a medias

Cincuenta y tres mil niños minusválidos se encuentran sin puestos escolares, el 37% de los adultos son analfabetos, 60.000 tienen un puesto de trabajo y el 85% del total se encuentran en paro forzoso. «Bueno, es que lo nuestro con el trabajo es una cosa seria.» El lenguaje desenfadado que utiliza María Jesús no le impide reflejar que la falta de empleo es quizá su principal problema. «El caso es que no se cumplen las pocas leyes que el Gobierno ha decretado sobre el empleo de los minusválidos físicos, este es el gran problema, porque la ley obliga a que el 2% de las plantillas de las empresas esté formado por minusválidos, pero esto no significa nuevos puestos de trabajo. Las empresas ocupan estos puestos con los minusválidos que la misma empresa produce, es decir, con aquellos trabajadores que sufren un accidente laboral y quedan disminuidos. Así es que, la ley la cumplen a medias.»

«Por otro lado, sigue diciendo María Jesús, los centros de empleo protegido resultan ser en la práctica una tomadura de pelo. Ocurre muchas veces que va un señor con poco dinero y solicita subvenciones estatales para crear un centro de empleo protegido, con la mayoría de los puestos de trabajo cubiertos por minusválidos. Pero después, en cuanto el negocio empieza a funcionar, ese señor se deshace poco a poco de nosotros y nos despide por las causas más diversas. Lo más lamentable es que no hay inspectores estatales suficientes para evitar estos fraudes.»

Sin poder utilizar la ciudad

Si para un minusválido encontrar trabajo es casi un hecho de ciencia ficción, salir a la calle puede resultar una arriesgada aventura. «La ciudad está planificada de tal manera que no podemos utilizarla. Con las barreras arquitectónicas (escaleras y bordillos) no se puede dar un paso con tranquilidad, siempre tenemos que llevar a alguien a nuestro lado para que nos ayude. Y en cuanto a los transportes.... bueno, como no cojamos un taxi no hay quien se desplace y los taxis son tan caros...» María Jesús dice que salir a la calle es «jugarse el tipo».

Los partidos políticos hablan de establecer desgravaciones fiscales para aquellas empresas que empleen a los minusválidos; de crear centros sanitarios suficientes, tanto para el tratamiento como para la rehabilitación, todo por cuenta de la Seguridad Social, y de prestar una atención preferente a la prevención de la subnormalidad. Los partidos de izquierda incluyen además proyectos de elaboración de planes de urbanismo para facilitarles el acceso y el uso de las ciudades con cierta seguridad. Los parlamentarios elaboraron un proyecto de ley sobre minusválidos y subnormales, a través de la Comisión Especial del Congreso, que está pendiente de aprobación, y no olvidaron dedicar uno de los artículos de la Constitución a su especial situación. Sin embargo... «Aquí, en el colectivo, la gente en general no piensa votar. Los que voten, desde luego, lo harán a la izquierda, porque con la derecha no hemos avanzado nada. Pero la verdad es que no confiamos tampoco demasiado. En las elecciones pasadas aún teníamos cierta esperanza, muchos votamos con la ilusión de que la izquierda cumpliese, al menos en parte, todas aquellas promesas que hizo durante la campaña de 1977. Pero luego en la práctica no se ha conseguido nada. No se puede olvidar esto: en una sociedad capitalista como la nuestra, en la que todos sus mecanismos giran en tomo de la producción y la rentabilidad, apenas hay lugar para los minusválidos.»

Quizá María Jesús se haya desencantado demasiado pronto, porque los resultados tangibles que ella pide a lo mejor no se demoran demasiado, en virtud de lo estipulado en la Constitución y del proyecto de ley que ya está elaborado. Sin embargo, también parece lógico que una persona que se ha sentido marginada desde siempre, que no dispone de rampas para subir o bajar de su casa, que no puede utilizar el ascensor porque no es lo bastante ancho para su silla de ruedas, que tiene que gastarse una fortuna en taxis, como ella dice, y encima que no encuentra trabajo, tenga más prisa (o más necesidad) que cualquier otro ciudadano.

El aislamiento de los "calés"

Los gitanos, esos cientos de miles de personas sobre los que no se puede dar ninguna cifra estadística, al carecer la mayoría de documentación y no figurar, por tanto, en ningún censo, no son mencionados en los manifiestos electorales de los partidos, a excepción única del Partido Socialista Andaluz.

Un factor determinante en la marginación de los calés ha sido, sin duda, su concepción del trabajo, opuesta a los cánones tradicionales de la sociedad capitalista. «El gitano no trabaja doce horas diarias para consumir su vida pagando letras, como hacen muchos payos, dice Manuel Martín, miembro de la Coordinadora de Asociaciones Gitanas. El gitano no concibe el trabajo como un bien, sino como un mal necesario para cubrir sus necesidades mínimas y nada más. En cuanto las tiene cubiertas, deja de trabajar.»

Manuel Martín se defiende de los mitos negativos que pesan sobre el pueblo gitano, su supuesta vagancia y el deseo de apoderarse de lo ajeno por la vía del hurto. «El gitano roba para comer, pero no estafa a un montón de familias humildes con una inmobiliaria fantasma, por citar algún caso. Además, tres robagallinas no configuran una comunidad. Eso sería como decir que todos los vascos son unos terroristas.»

La sanidad, la vivienda y la cultura son los tres grandes handicaps del pueblo gitano. La edad media de vida de los gitanos está fijada en 42 años, al mismo nivel que los países tercermundistas, mientras que el promedio estimado para cualquier español nacido en 1979 es de 76 años. Entre los gitanos, sólo un 3% cumple, o rebasa la edad de 63 años. Las enfermedades sobrevenidas por falta de higiene, de asistencia médica y de la alimentación deficiente son seis veces superiores al promedio nacional, y su contagio, debido al hacinamiento de las familias gitanas en las chabolas de los cinturones industriales de las grandes ciudades, multiplica esta cifra. La mortandad infantil es, asimismo, siete veces mayor entre los gitanos. Y este problema se presenta de difícil solución, porque el tema de la prole tiene connotaciones culturales en la comunidad calé. «Hablarle hoy en día a un gitano de controlar la natalidad y planificar la familia sería como hablarle en chino.» Manuel Martín reafirma su aseveración alegando que la tradición gitana acumulada a través de los siglos tiene como «orgullo de raza» tener mucha descendencia, aunque después carezcan de medios para su subsistencia o escolarización. La mayoría de los gitanos son analfabetos y los niños normalmente crecen en la calle, sin pisar una escuela. «Las autoridades educativas no han mostrado ningún interés por escolarizar a nuestros niños.»

El ambiente electoral que se observa entre las asociaciones gitanas refleja que la mayor parte de los gitanos se abstendrán el día 1 de marzo. «En primer lugar, porque el 65% no están censados y, por tanto, no pueden hacerlo, pero también porque, en vista de sus condiciones de vida, cuando a un gitano se le habla de política, sonríe escéptico y dice: "Eso es cosa de payos."»

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