El teniente coronel Tejero y "El Imparcial"
El teniente coronel Antonio Tejero, uno de los presuntos implicados en la «Operación Galaxia», publicó una carta abierta al Rey en El Imparcial el 31 de agosto. El hecho fue sancionado por los superiores del jefe de la Guardia Civil. No obstante, el periódico volvió a publicarla el 26 de septiembre. La carta decía lo siguiente:
«Soy un soldado criado en el culto de la disciplina y el honor, en el culto a la Patria, a su bandera y en el recuerdo de los que murieron en el cumplimiento de su deber. Ya, cuando el martirologio de los caídos frente al terrorismo va alcanzando cotas impresionantes, quiero escribir este artículo como glosa a esos muertos y como petición de pronto y radical remedio al, Capitán General de los soldados de España.Porque han sido otra vez cuatro más, cuatro hombres de bien, cuatro soldados de la Ley y el Orden, los que han mordido el polvo, segadas sus vidas por balas asesinas, en el cumplimiento de su deber, sólo por el delito de pertenecer a esa raza de hombres rectos y disciplinados que hay hoy y habrá siempre para descanso de los ciudadanos de nuestra Patria.
Ellos creían, defendían y han muerto por una España unida. Han permanecido por ello largos años en regiones españolas donde ruge el separatismo, poniendo en riesgo sus vidas para que España fuese una sola nación llena de regiones; sin embargo, en, ese proyecto constitucional se habla de una nación de nacionalidades. ¡Qué palabra más peligrosa!
Estos hombres, cuando salían de sus cuarteles o de sus comisarías, siempre dirigían una postrera mi rada a la bandera que presidía sus vidas, única representante de nuestras glorias y sacrificios y futura mortaja para nuestros mártires. Sin embargo, en el proyecto de Constitución hay demasiadas banderas haciendo sombra a la Única, alguna de ellas creada expresa mente por y para el separatismo.
No. En este proyecto de Constitución no van incluidos algunos de los valores por los que creemos vale la pena arriesgar nuestras vidas. En él no están nuestros muertos. Los asesinos se equivocaron.
Entonces, ¿por qué mueren? Nosotros, sus hermanos, sus compañeros, los que hemos pasado lo que ellos, salvo la muerte, sabemos el porqué. Los matan porque esos hombres recios, beneméritos, que diariamente pisan, han pisado y pisarán fuerte y dignamente nuestra geografía, son España. Porque su paso firme huele a España. Su presencia sabe a España y sus enemigos, que siempre son los de la Patria, y sus dirigentes, los anti-España, quisieran convertir la soberbia matrona que es nuestra Patria en una meretriz de última fila. Pero no saben que los cuatro huecos que quedaron vacíos ayer hoy ya están ocupados por hombres iguales a los muertos.
Y aquí viene la súplica: "¡Majestad, que no mueran solos, que no se lleven al morir el amargor tremendo del desamparo y del desinterés, que no mueran con la convicción de que sus vidas ofrendadas en honor de unos principios que hoy casi no se usan van a constituir un palote más en la larga lista de los que les precedieron!
¡Señor: humildes y oscuros eran estos héroes, e igualmente serán los venideros, pero son vuestros soldados y necesitan protección. Necesitan algo que les dé razón de esta sinrazón. Por ello he dejado mi silencio en esta súplica. Pues si no fuera así, quizá nunca llegara a V. M., aunque sé que esta excusa no me valdrá de nada!
Necesitamos, señor, una buena y ágil ley antiterrorismo, con facilidades para los actuantes y castigo rápido y ejemplar para los asesinos. Campañas en los medios de difusión condenatorias del terrorismo y sus fines, enalteciendo a nuestras fuerzas, que buena inyección de moral recibirían con ello. Se necesita acabar con los apologistas de esta farsa sangrienta, aunque sean parlamentarios y se sienten entre los padres de la Patria. Quizá, de esta forma, habría menos mujeres enlutadas y menos hijos sollozantes. También se podría ir hacia la democracia con paso más firme y seguro, democracia de todos y para todos, en la que no haya más desplazados que los separatistas y asesinos; en la que los derechos humanos vayan, acompañados de sus respectivos deberes y que los derechos de cien asesinos no puedan poner en peligro los de treinta y cinco millones de españoles. No hay más que un camino: ¡acabar con ellos! Con ellos no estamos seguros, hay mucho miedo justificado en nuestro pueblo. Hoy puede ser uno cualquiera a quien asesinen, pero no está excluido de las listas ni aun Su Majestad. Todo depende de la víctima que se les señale. Hay que acabar con ellos, pero con directrices marcadas por los poderes de la nación, de la que somos hijos y queremos ser tratados como tales.
¡Señor: como soldado que soy, a V. M. va dirigida esta súplica, que ya le habrán presentado seguramente mis generales; pero no es malo tampoco que se conozca la de un soldado de a pie que vive, ha vivido y vivirá siempre en comunión con nuestros hombres, con nuestros muertos y con los ideales por los que fueron inmolados!
¡Señor: ellos, sé, sabían por qué morían, nosotros quizá también sepamos por qué hemos callado. Pero a mí, mi Dios, mi Patria, mi Bandera y mi honor me han obligado a hablar. No tengo otros compromisos y a ellos me remito!»
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