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No hubo caricatura de la fiesta

La televisión ofreció ayer, desde Zaragoza, una corrida de toros que, por lo menos, se podía ver. No fue nada del otro jueves, se quedaba en un festejo de tantos, pero los toros no se caían y tenían casta, por lo cual hubo lidia. Por esta vez no se escamoteó ni se caricaturizó el espectáculo, aunque aún tiene más positivos valores.De nuevo, como casi siempre que las figuras alternan con un to rero de cartel relativo, el sorteo de las reses se mostró caprichoso: el toro armado y de trapío de la corrida fue para Raúl Aranda, mientras el despitorrado le tocaba al Niño de la Capea y el lote más parejo y cómodo a Manzanares. Pero, en definitiva, si aquí no pareció haber justicia, ésta llegó por otro lado: el toro-toro salió bravo y Raúl Aranda le hizo una faena valiente y torera, no redondeada, pues se veía obligado a rematar los pases con la mano alta, para que el animal no se le viniera abajo. Finalmente emborronó la tarea con un bajonazo, posiblemente involuntario, pues el toro estaba encogido e hizo un extraño en el momento del volapié.

Plaza de Zaragoza

Segunda corrida de feria, televisada. Toros de Manuel González que dieron juego. Raúl Aranda: Silencio. Oreja protestada. Manzanares: Protestas. División y saludos. Niño de la Capea: Palmas. Dos orejas.

Las faenas de Manzanares fueron largas y pesadas, sin que sobresaliera ni un solo muletazo de la suma desmedida que llegó a instrumentar. En la primera acabó por descomponer al toro. En la segunda estuvo voluntarioso y valiente, mientras intentaba superar la condición de probón que tenía su enemigo.

El triunfo popular se lo llevó el Niño de la Capea con el despitorrado y noble sexto, al cual le enjaretó series de pases violentos con el tosco estilo que suele emplear. En el tercero desaprovechó las primeras buenas embestidas, para dedicarse al encimismo cuando la res pasó a quedada. De arte no hubo nada, claro.

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