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Los toros y las orejas, aguados

Casi se llenó la plaza, una vez más la afición conquense se volcó en los toros; por la mañana no se hablaba de otra cosa en la ciudad. Los toros tienen hoy más cabeza, decían; pero luego salió una corrida gorda y flojísima, y salió a varita por toro. Llovió a cántaros durante la corrida, así los toros y las orejas salieron aguadas.El Viti no acabó de acoplarse con el primero, derechazos y naturales en los que la muleta salía de entre los pitones hecha un rebuño. Muy serio, circunspecto, cada vez que bajaba la mano, el toro se iba al suelo. El cuarto era un becerro, o casi, no tenía carnet de identidad para saber su edad; pero trapío, «na de na». Y mira por dónde El Viti, tan serio y «estirao» él, no se confía, trapazos por la cara, un desarme y a matar.

Plaza de Cuenca

Segunda de feria. Toros de Ana Romero: muy terciados, cómodos de cabeza, sin fuerza, nobles. La corrida tomó en total seis varas. El Viti: estocada contraria en la que pierde la muleta (oreja protestada). Media desprendida y descabello (silencio). Dámaso González: estocada bajísima (silencio). Un pinchazo y tres descabellos (dos orejas). Niño de la Capea: dos pinchazos y media estocada, siempre por fuera, tres descabellos (palmas y saludos). Estocada (oreja). Hubo casi lleno, y llovió con fuerza durante cinco toros.

Dámaso González al segundo le dio media verónica, lo cual en este torero es una gran proeza. Luego con la muleta, ni un muletazo, anduvo desconfiado y sin sitio. El quinto era un torillo, de tan poco respeto como el cuarto. El público, en su derecho, protestó con fuerza, sin resultados positivos. Dámaso, a base de insistencia y de cogerle al toro a distancia, hizo una faena exhaustiva. Más de doce minutos de faena, para lo del aviso tenía bula, el caso es que calmara la bronca. Derechazos, y, sobre todo, naturales, de frente, fueron largos y templados. Enardeció al público con sus circulares y espaldinas, de pie y de rodillas. Fue tan larga la labor que nadie se acordaba de la protesta inicial y, a pesar de lo mal que mató, le pedían el rabo.

El Niño de la Capea, vulgar con la capa en los dos; al tercero, faena novilleril, enrabietado y retorcido. Abusó del pico y de efectismos en una labor larga y sin calidad. Con el sexto, otro trabajo similar, de perfil, pierna atrás y pico delante, trapazo por aquí y por allá.

Acabó la lluvia y la corrida, ¡qué pena!, con lo que nos habíamos mojado todos; delante de un toro, aunque terciadito y tontorrón, tiene mérito aguantar el chaparrón. Sin lluvia, ¿qué importancia tiene darle trapazos a semejantes borregos?

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