EL búfalo
Emilio Romero escribió en una ocasión que la política española parecía estar presidida por un grupo de artistas y un búfalo. Los artistas -en ocasiones casi podría decirse funambulistas- serían Adolfo Suárez, Felipe González y Santiago Carrillo. Todavía habría, sin embargo, que hablar de otro artista, quizá con mayúscula, que ha intervenido por encima de los ya citados. El búfalo era y es, desde luego, Manuel Fraga. Yo no sé si la intención de Emilio Romero era hiriente o tan sólo descriptiva, pero parece indudable que pudo ser lo segundo sin llegar a lo primero. A fin de cuentas hace varias décadas cuando Ortega se refería a Joaquín Costa en términos laudatorios, lo describía «dando al aire bramidos como un búfalo viejo desde el fangal de un barranco».En el dirigente de Alianza Popular lo que podríamos definir como «el estado de bramido » no es, en absoluto, infrecuente, sino más bien todo lo contrario. Sin embargo, lo que verdaderamente más llama la atención es el poderoso efecto autodestructivo que tiene como resultado inmediato. El señor Fraga está muchos codos por encima de algunos de sus adversarios, en lo que respecta a cultura, capacidad de trabajo y oratoria parlamentaria; es un animal político puro y muchas cosas de las que dice son sensatas y oportunas. Pero llega el momento en que profiere un bramido y viene a dar óptimos argumentos para quienes piensan (quizá sin razón) que no merece haber traspasado el umbral de la transición a la democracia. Supo darse cuenta de que en el punto de partida de la carrera elecloral del 15 de junio era necesario que partiera el primero, pero erró gravemente en cuanto el contenido de su campaña, confundiendo a España con quienes acudían a sus mítines; se pasó meses enteros presentándose como una reedición de Cambó o de Cánovas, pero demostrando una inequívoca propensión al «pronto», luego le llegó la hora de enfrentarse a Santiago Carrillo en el Parlamento y no tuvo otra ocurrencia que sacarla caja de los truenos y obsequiar a los diputados con una prédica que recordaba a los años treinta.
Ahora, con el proyecto constitucional, ha sucedido algo parecido. El papel que el señor Fraga ha jugado en la redacción del texto que se somete a la consideración del Senado ha sido notorio y todos los españoles se lo deberían agradecer. Sin embargo, llegado el momento de la verdad, de nuevo un bramido parece interponerse entre el señor Fraga y lo que presumiblemente era su estrategia.
Durante meses, el señor Fraga ha insistido en dos cosas: en que él era el centro-derecha y que era necesario una especie de realineamiento político, con las alianzas precisas para que el país fuera gobernado de otra manera. Ahora bien, no tiene sentido repetir machaconamente que se es de centro, con un afán posesivo y la exigencia, incluso, de una patente de invención que resulta pretenciosa, si luego, a la vuelta, de poco tiempo, se carece de algo tan habitualmente identificado con esta postura como es el sentido de la posibilidad. La Constitución puede resultar ambigua o incluso chapucera en alguno de sus apartados; puede provocar la indignación accidental a la hora de la lectura de uno de sus artículos. Lo que no puede ser es el programa de un partido, como tampoco puede modificar, por sí sola, el entorno político. En definitiva, lo que los diputados de AP han expresado al abstenerse es que desearían que los nacionalistas vascos y catalanes no fueran nacionalistas vascos y catalanes. Sucede, sin embargo, que la situación es como queda descrita y no lleva trazas de cambiar. La evidencia de una transacción se impone y parece obvio que en éste como en tantos otros temas otros grupos políticos han dejado jirones de sus programas.
Pero, además, la abstención ante el proyecto constitucional aísla, sin posibilidades de pacto, al grupo parlamentario de Alianza Popular. En realidad, con Unión de Centro Democrático las posibilidades de acuerdo eran escasas, porque ello pondría la esencia misma de la transición y porque, en definitiva, hay importantísimas razones personales que lo impiden, como la de que Fraga ha considerado siempre a Suárez un «peso ligero» y éste le ha retirado a aquél de un protagonismo de primera magnitud en la vida política con muchos años de antelación a lo que en principio era pensable. Ahora, la Constitución se puede convertir en una barrera infranqueable entre AP y UCD. Y sucede exactamente lo mismo con Areilza, con el que Fraga ya no se entendió ni antes del primer Gobierno de la Monarquía ni durante él. De manera indirecta, pero perfectamente clara, el voto de los parlamentarios de AP ha hecho inviable la operación de la llamada Nueva Mayoría.
De ahí que la situación actual y las perspectivas de futuro de Alianza Popular sean de perplejidad y de incertidumbre. El electorado de AP es, cuando menos, reticente a la democracia como forma de Gobierno y algunos de sus diputados han evolucionado con excesiva premura del Estado de obras al «humanismo». Ahora, en vez de ofrecer una línea consistente hacia la democracia a ese electorado, sus dirigentes pueden hacer que AP, consista en votar sí, no, o no votar en el referéndum constitucional. Mientras tanto, el señor Fraga, que demostró un apetito de Pantagruel a la hora de presidir el referéndum de 1966 exhibe la oratoria de Catón al referirse a las próximas elecciones generales, cuando pide un Gobierno imparcial para hacerlas.
Se ha dicho -lo ha escrito Ricardo de la Cierva- que, el señor Fraga es «incombustible» y ello es probablemente cierto. Parece también que con esta táctica vendrá a resultar también irreproducible, en el sentido de que tal actitud le aleja de las posibilidades electorales de una derecha democrática y le reduce al marco estrecho, pero duradero, de una derecha a secas. Desde un punto de vista partidista esto puede resultar satisfactorio, pero, por encima de tal actitud, no cabe duda de que sería muy útil para el país una reconsideración de la postura aliancista en el sentido de un voto afirmativo a la Constitución. De esa manera sí que se esbozaría una efectiva evolución hacia la derecha democrática.
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