_
_
_
_
Reportaje:

La joven gitana camina hacia su liberación

En un, primer intento para entrevistar a mujeres gitanas que nos dieran su opinión sobre aspectos específicos de su situación, el primer problema surgió de entre sus propios compañeros. «Es imposible conseguir que una gitana conteste la verdad; sólo obtendrán "ojana" -mentira-», nos dijeron. Sin embargo, gracias a la colaboración de José María Velázquez, a quien los gitanos consideran como uno de los suyos, tuvimos acceso a dos familias gitanas-andaluzas que si bien por su posición económica más holgada están apartadas de los gitanos marginados, no por ello han abandonado ni renegado de su raza.Doña Rafaela nos recibió con su marido, el «cantaor» Manuel Soto «Sordera», en el piso que ocupan en el barrio madrileño de San Blas. Allí viven con sus siete hijos, un nieto y su nuera embarazada.

Desde que los gitanos viven entre nosotros, hace cinco siglos, se les ha considerado como parte de nuestro folklore nacional, o como un paisaje más. Como «zona turística» se han inventado tres o cuatro clichés que todos, inconscientemente, nos hemos creído a «pies juntillas» transformándonos en portadores de: la «cultura gitana». A saber: son ladrones, holgazanes y sucios. Buenos para cantar, malos para estudiar y mentirosos. Manuel Soto piensa que: «lo único que pasa es que vivimos mas desahogados porque gano más dinero, entonces puedo vivir mejor, pero hago lo mismo que hacía antes. Pa ser gitano no es que uno no se lave. Eso es mentira. Hay un concepto equivocao... Pasa igual que cuando una paya le dice a un niño: «pero mira, niño, vas como un gitano»... Yo nunca he tenio un piso de éstos. Con mi padre sólo tenía una habitación grande, pero siempre estaba limpia, limpia ...»

El trabajo de la mujer

La limpieza del hogar, el cuidado de los hijos y del marido es un trabajo que toda mujer gitana debe cumplir. Sin embargo, frente a la incorporación de la mujer paya tan sólo desde hace pocos años al trabajo fuera del hogar y como único objetivo -exceptuando a la mujer proletaria- es el de mantener una situación social acomodada, la gitana siempre ha trabajado cuando era necesario para el sustento básico de la familia. Doña Rafaela, 51 años, nos dice: «Yo hace muchos años que estoy dedicá a la casa y a mis niños. Hubo una época muy mala de recién casá que tuve que ir a trabajar al campo con mi marido y trabajábamos los dos... mira, ocho horas trabajábamos... hice este trabajo un par de años. Cuando las cosas cambiaron, me dediqué a mis niños y a mi casa. »

El hombre gitano es el encargado de mantener el hogar. La mujer sólo trabaja «según le vengan las cosas... si le vienen bien... pues... queda en casa y si no, tiene que trabajar para ayudar al marío... Pues mira, yo he trabajao escardando, cogiendo aceitunas, cogiendo garbanzos, que todos esos trabajos los he hecho».

En otro barrio madrileño, el de la Concepción, vive Antonia Leyton con su familia. Gitana-andaluza, supersticiosa, dicharachera y casada con su primo, coincide en su postura frente al trabajo de la mujer: «Mire, le voy a decir una cosa. El hombre es el qué, trabaja y mantiene a su mujer, porque la mujer con la casa tiene bastante. Porque la casa y la calle... eso ya es matarte ¡hija de mi arma! Ahora, si tu quieres esos lujos, y eso, tendrás que ir a trabajar. Mira, yo nunca he tenido dinero en el Banco y soy muy feliz». En la entrevista estaba presente Manuela, hija de Manolo « Caracol », quien opina: «Tengo 28 años. Lo que yo digo es que si la mujer trabaja no sea por estar en la calle o para tomar café en una cafetería. Que si lo hace, de verdad sea por ayudar al marido. Porque le haga falta ese sueldo. »

Actualmente, los gitanos instalados en Andalucía -«la tierra prometida»- reciben el nombre de «caseros». Son los que han vivido integrados al mundo payo al mantener estrechos contactos con los moriscos de la zona. Con ellos han hecho surgir una cultura común. Los demás, aquellos que se asentaron en Extremadura, Castilla, Cataluña..., son los llamados «canasteros», y su posición económica es, generalmente, Inferior.

Remedios y Azucena, dos «chaví calí» (gitanas jóvenes), de procedencia castellana y que trabajan en la guardería del poblado de La Alegría. están de acuerdo, en su contestación: «Si cuando nos casemos el sueldo del marido no alcanza, nosotras trabajaremos.»

El hecho de que para el gitano el dinero sea tan sólo un medio de obtener el pan de cada día, pero no motivo de acumulación, favorece el que las mujeres acepten todos los hijos que vengan. Las razones de esta actitud se encuentran, por un lado, en que la mujer, mientras más hijos tiene, es más respetada en la comunidad, y por otro lado, por la posición del gitano frente a la vida. Para ellos, el problema de la manutención de los nuevos vástagos -causa de pesadilla en el payo de clase media- no existe.. ¡Ya se conseguirá! Al no tener la gitana el pavor de la mujer occidental por la pérdida de la figura, ni el miedo a la esclavitud del hogar que el tener hijos trae consigo, el parir es considerado un fenómeno natural.

Sin embargo, los aires de cambio soplan también sobre los gitanos, y las más jóvenes, como Remedios y Azucena, ven en el uso de los anticonceptivos una posibilidad: «Pues si se pueden evitar que se eviten.... y no tener muchos hijos tomando cosas que no perjudiquen a la mujer ni al ser que venga después .... por ejemplo, tomando esa píldora que dicen ahora. »

El hombre decide

La gitana, tradicionalmente, ha ocupado un puesto secundario respecto a la autoridad dentro de la familia. Si bien la administración de la casa está en sus manos, la educación de los hijos -hombre o mujer- corre por cuenta del varón. Cualquier varón gitano, por el sólo hecho de serlo, puede imponer su opinión. La última decisión siempre está en el hombre.

El hijo varón, el padre, el abuelo y el anciano son figuras respetadas por todos. Y para la mujer representan la máxima autoridad. El esposo de Rafaela nos cuenta: «Yo recuerdo que aún después de casao ha llegao el momento en que mi padre m'a dao una guantá porque me ha dicho: "Estopa tí no es güeno" y yo no le he hecho caso. »

Sin embargo, esta situación está siendo cuestionada por los jóvenes. Remedios: «A mí me gustaría que nosotras pudiéramos dar nuestra opinión. Hasta ahora, al hombre se le ha venido dando la razón, la tenga como no la tenga. Nos gustaría que también nos hicieran caso de vez en vez. Si ellos tienen sus puntos de vista, nosotras también queremos exponer los nuestros.» Azucena ratifica: «Nosotras, las jóvenes de ahora, nos hemos puesto un poquitín en nuestro lugar.»

Mientras la mujer paya empieza a cuestionarse el tener que llegar virgen al matrimonio, para la gitana -trabaje o no, sea cual sea su edad-, la virginidad sigue siendo el valor fundamental. Por sus connotaciones religiosaslno se admite el «uso matrimonial» antes de casarse. El gitano es profundamente religioso. El amor y la solidaridad son valores supremos que identifican con Dios, mientras que las inclemencias de la Naturaleza y el odio que por ellos siente la sociedad paya son los mismos demonios. Entre estas dos fuerzas está el hombre que, ayudado por la «bajir» -suerte-, accederá a uno u otro campo.

Desde que abandonaron la India -lugar de donde proceden-, el año 1000 después de Cristo, han sido siempre repudiados por las nstituclones de los países en que han tratado de asentarse. España no es la excepción. En 1499, los Reyes Católicos firman la Pragmática; en la cual se les ordena «tomen asiento» y «sirvan los señores», so pena de látigo, corte de orejas o abandono del país. Bajo el reinado de Felipe III fueron los únicos a los que se les prohibió la conversión al catolicismo, lo cual equivalió a su expulsión; Felipe V les priva del derecho a casarse entre ellos. Carlos III, en 1783, se siente en la obligación de aclarar a los españoles que los gitanos «no tienen enfermedad infecta alguna».

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_