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En una carrera de resistencia se debe cambiar hasta 18.000 veces

Muy pocos aficionados conocen realmente el tremendo esfuerzo que deben realizar los pilotos que participan en tina carrera de motos de resistencia, como las recientes 24 Horas de Montjuich. La técnica de pilotaje de las máquinas que se utilizan en este tipo de pruebas exige una adaptación especial, distinta al resto de las carreras de circuito.

Durante veinticuatro horas ininterrumpidas, los pilotos deben recorrer casi 3.000 milómetros, a un promedio superior a 125 kilómetros por hora, y para ello, sin contar con los cambios de neumáticos y pastillas de freno, tienen que frenar en más de 5.000 ocasiones, y cambiar de marcha en número superior a 18.000.En esta edición de las 24 Horas de Montjuich que acaba de celebrarse, el duelo se centraba entre Honda y Ducati. El equipo japonés está compuesto por dos máquinas oficiales, más las que cede a algunas escuderías privadas para que colaboren con ellos copando los puestos de honor. Los pilotos son hombres perfectamente compenetrados, que se conocen sobradamente, que no tienen nada que demostrarse uno al otro y con características físicas semejantes. Todas estas cosas son muy importantes a la hora de tomar parte en una carrera de resistencia, en la que, tras veinticuatro horas de lucha, hasta los más mínimos detalles pueden transformarse en tensiones suplementarias que cuesten la victoria.

El único equipo capaz de inquietar a la potente escudería japonesa era el Ducati. Pese a que el presupuesto de la marca italiana puede considerarse irrisorio frente al de Honda, la ilusión, el conocimiento de la pista, el contar con dos hombres, como Palomo y Grau, que son velocistas puros, y el hecho de que la Ducati. aunque menos potente, es quince kilogramos más ligera que la Honda, podían hacer decantar el triunfo del lado del equipo español.

Por contra, la enorme diferencia de estatura entre Víctor Palomo Y Benjamín Grau planteaba problemas de adaptación a la máquina, que debieron solventarse a base de incorporar un suplemento cuando Grau subía a la moto, que se retiraba al hacer el relevo.

Sin embargo, la enorme superioridad del equipo Honda quedó reflejada en toda su dimensión. Primero, porque a sólo cuarenta minutos del comienzo de la carrera, la primera Honda doblaba a la Ducati. En una prueba que se disputa a tan larga distancia, y sin que medien problemas mecánicos, esto es algo rarísimo. Pero la fulgurante salida de los franceses Leon-Chemarín tenía un claro objetivo, desmoralizar a sus principales adversarios, que se conseguía plenamente. Con la moral hundida al verse superados tan ampliamente, es muy difícil poner empeño en la victoria, y eso es lo que pasó con el equipo español, que, además, tuvo que replantearse toda su estrategia sobre la marcha.

Pero la superioridad de Honda quedó también reflejada, a nivel técnico. Estas motos, de mil centímetros cúbicos de cilindrada, con más de cien caballos de potencia y capaces de alcanzar velocidades superiores a los trescientos kilómetros por hora, están pensadas hasta en su más mínimo detalle para lograr una funcionalidad y efectividad a prueba de cualquier avería. De ahí que, cuando el embrague de la máquina de Leon-Chemarin estallaba, el problema no representase más que unos breves minutos de detención en el box. O que, cuando Chemarin se caía espectacularmente, al haberse picado infantilmente con Palomo, siguiendo el inteligente juego del español, quedando la moto prácticamente destrozada, en su reconstrucción no se invirtiese más que cuatro minutos, frente a los veinte que empleaba Ducati en una operación similar.

Conscientes ya de su inferioridad, la pareja española era incapaz de presentar batalla. Los problemas con las muñecas y los antebrazos totalmente hinchados, las enormes ampollas de las palmas de las manos, los músculos doloridos por el esfuerzo y los dedos agarrotados, debido a esas 18.000 veces en las que hay que apretar el embrague con la mano izquierda, comenzaron a hacer mella en todos los pilotos que no pueden aspirar al triunfo. La posibilidad de una victoria hace que estos problemas queden relegados a un segundo plano, pero, cuando ésta queda lejos del alcance de las posibilidades del piloto, la motivación de la carrera desaparece y el tremendo esfuerzo se deja sentir como una carga excesivamente pesada.

Ese fue el caso de Palomo, al que, hubo que inyectar analgésicos para poder resistir el dolor, para dejar luego de aplicárselos, al perder éste la sensibilidad necesaria para llevar una de estas grandes, potentes y pesadas máquinas con la precisión milimétrica que requieren.

Cuando la carrera termina, y pese a que durante las veinticuatro horas han estado recibiendo masajes en sus turnos de descanso, estos hombres casi no pueden tenerse en pie. Tienen que ser extraídos de las motos casi como si fueran parte integrante de las mismas. Luego, mientras la gente sigue a la pareja vencedora, que es izada en hombros de sus incondicionales como los toreros triunfadores, estos hombres se retiran con un aspecto que parece recordar al de ciertos simios.

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