La mujer reaparece en la Monumental de Madrid
Guerrita les puso el veto a las mujeres toreras -señoritas toreras era la respetuosa denominación de la época-, y Juan de la Cierva las echó de los ruedos. Guerrita había hecho saber a los empresarios que no torearía en aquellas plazas donde un mes antes de hacerlo él hubiesen actuado señoritas toreras; y era Guerrita el mandamás del toreo en las últimas décadas del siglo XIX. Juan de la Cierva, ministro de la Gobernación, dictó en 1908 una real orden por la que se prohibía la participación de las mujeres en la lidia a pie de reses de lidia. Joaquín Vidal ha elaborado un informe sobre el tema.
La real orden, que se cumplió a rajatabla durante varios años, acabó por ser olvidada en la década de los años treinta, de forma que pudieron actuar en los cosos españoles toreras de diversa categoría, generalmente muy escasa en el arte y la técnica de la lidia, casi con las únicas excepciones de María Luisa Jiménez y Juanita de la Cruz. Esta última es, quizá, la que mejores condiciones ha reunido para la profesión en toda la historia de la tauromaquia, y aún hay aficionados que la recuerdan con la misma admiración y respeto que a otros importantes espadas de su tiempo.A partir de 1936 la prohibición de que las mujeres participaran en el toreo a pie fue absoluta, y esta ha sido la situación durante cerca de cuarenta años. Hasta que Angela hizo brecha, apoyada en el movimiento reivindicátivo femenino, y gracias a su lucha denodada consiguió la autorización general y definitiva, sin reserva legal de ningún tipo. Como consecuencia, durante estos últimos cuarenta años la mujer, vestida de corto o de luces, ha participado, con diversa fortuna, en no muy elevado número de novilladas y aún corridas de toros, mas sin conseguir unos niveles de aceptación dignos de tener en cuenta. Quizá porque el movimiento femenino, en el ámbito de lo taurino, carece de raíces; las toreras no se forman, como hicieron históricamente sus colegas varones, desde los más modestos puestos de subalterno; no aprenden el oficio en la base.
Maribel Atienzar, primera figura
Hay ya, sin embargo, una figura en el reducido grupo de toreras, y es Maribel Atiénzar, que esta tarde se presenta en la Monumental de Madrid, primera plaza del mundo Un gran entusiasmo, valor; especial gusto para ejecutar las suertes -según cuentan quienes la ha visto- la perfilaron como la primera figura entre sus colegas de la condición femenina, y consiguió alcanzar este liderazgo al amparo de la administración sólida, inteligente y maniobrera, rica en influencias, de los hermanos Lozano, que son sus exclusivIstas. La fórmula artístico-comercial ha sido presentar a Maribel, en la corridas, con un trato de excepcionalidad. No en compañía de otras mujeres toreras; tampoco con novilleros, pues tendría que competir con ellos, presumiblemente en un plano de inferioridad física y técnica, y sortear las reses, sino mediante ese invento (ya antiguo por otra parte) llamado «corridas mixtas», en las que actúan matadores de alternativa, preferiblemente de segunda fila, o pasados en aptitudes e ilusiones, con cuatreños reglamentarios, y luego la Atiénzar, frente a dos novillos escogido y generalmente con todas las simpatías del público a su favor. De momento, la fórmula ha dado muy buenos resultados.Hasta Maribel, imagen viva de la simpatía, juventud, figura delicada, la historia de la tauromaquia nos presenta, salvo excepciones, una cadena de biografías de varoniles señoritas toreras que son, en su inmensa mayoría, contraste brutal con la albaceteña; arquetipos de una España desgarrada, socarrona y cruel. Hubo en la prehistoria del toreo femenino nobles damas que en sus predios, acaso en «su jardín», practicaban con donaire suertes de capa y muleta y otros juguetes, en medio del asombro y la admiración de familiares y servidumbre, y se habla de una novicia que, antes de entrar en el convento, se despidió del mundo dedicando toda una jornada a torear reses y más reses, y de una monja, doña María de Gaucín, que colgó los hábitos para dedicarse a torear, y se distinguió por su valor, hermosura y virtud.
«La Pajuelera», una profesional
Sin embargo, profesionales en sentido estricto no las hay hasta mediado el siglo XVIII, entre las que tuvo mayor fama Nicolasa Escamilla la Pajuelera, apodada así (no debe conjeturarse otra razón) porque, de moza, se dedicaba a vender alguaguidas o pajuelas de azufre, tres pajuelas en un cuarto. Toreó en muchas plazas, entre ellas Madrid, y con el éxito que cuadraba a su pasmosa valentía. Aunque siempre en el vértice de la polémica, pues entonces, como en toda época posterior, había un apasionado enfrentamiento entre público partidario del toreo femenino y contrario a él.Hubo mujeres-matadoras con cuadrillas de subalternos varones y otras con cuadrillas de mujeres, picadoras incluidas, las cuales vestían los más imprevistos trajes, quien de lagarterana, quien de gallego, quien de baturro, quien de masovera, rara vez o nunca, como torero cabal. De estas cuadrillas, la más importante, en su tiempo -mediado el XIX- fue la que dirigía Martina García, la cual vestía traje a la antigua francesa, y fue toda una institución. Era vieja y ya decrépita y aún toreaba, por no decir que aguantaba las tarascadas de los becerrotes, de forma que casi todas las tardes «caía al suelo con la cara tinta en sangre -publicó La Lidia- y en brazos de cuatro asistencias, que la trataban como si fuese un Caballo herido, sin respetar la menor de las conveniencias, era conducida a la enfermería de la plaza y acostada como un saco en el hule de los catres de curación».
Uno de los más sonados incidentes debido a las actuaciones de las señoritas toreras ocurrió, según narra Sánchez de Neira -recogido por el Cossío-,en Tarragona, el 5 de octubre de 1884. Toreaba Petra Kobloski, y el primen novillo las volteó a ella y a sus compañeras, de forma que tres minutos depués de comenzado el espectáculo ya había Negado a su fin. El público, indignado, pedía le devolvieran el dinero, y arrojó al ruedo piedras, asientos, botellas y cuanto tenía a mano. Intervino la Guardia Civil, con cuatro compañías del regimiento de Almansa, para desalojar la plaza, cuyos desperfectos se cifraron en 20.000 pesetas, de las de entonces.
El escándalo de «La Reverte»
La Fragosa, de nombre Dolores Sánchez, trajo, en 1886, la innovación de vestir el traje de torear de hombre, en lugar de los múltiples disfraces o la faldilla corta que solían usar sus antecesoras. Fue una figura entre las de su condición, aunque también destacaban, ya en el último tercio del siglo XIX, Carmen Lucena la Garbancera; Ignacia Fernández la Guerrita y Eugenia Bartes la Belgicana.Las toreras catalanas que formó el periodista crítico taurino Mariano Armengol Verdugillo, constituían una cuadrilla de notable calidad técnica y artística, cuya presentación en Sevilla, el año 1895, fue de gran éxito y repercusión. Quizá el aliento popular que consiguieron movió a Guerrita a vetarlas -a ellas y a toda mujer torera-, pero esta oposición del gran matador -también, es cierto, de gran parte de los aficionados y críticos- no pudo evitar que se constituyeran otras cuadrillas y alcanzaran notoriedad otras espadas.
La prohibición de Juan de la Cierva
María Salomé la Reverte llegó a alcanzar máxima popularidad, pero su carrera ascendente sufrió un serio revés con la prohibición de Juan de la Cierva, en 1908. Interpuso recurso María, y como fue desestimado, y estaba empeñada en continuar la profesión, descubrió su verdadera identidad, que constituyó todo un escándalo: se trataba de un travestí de la época, llamado Agustín Rodríguez, y como novillero siguió en los ruedos, aunque ya sin éxito. Vinieron después las toreras de los últimos anos de la Monarquía y de la República, y Juanita Cruz, y -un gran salto en el tiempo- Angela, Rosarito de Colombia, Alicia Tomás, etcétera. Y Maribel Atiénzar. Esta última tiene hoy el más serio comprom Iso de toda su carrera. Va a torear en Las Ventas.
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