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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cara y cruz de un aniversario

Hoy su cumple el primer aniversario de la fecha que inauguró el tránsito del post-franquismo al régimen democrático. El 15 de junio de 1977 más de dieciocho millones de españoles, tras cuarenta años de dictadura, acudieron a las urnas, con un grado de información y de libertad no óptimo, pero sí suficiente, para elegir diputados y senadores y hacer inequívocamente explícita la voluntad de la soberanía popular. El resultado fue la expulsión a las tinieblas extraparlamentarias de los franquistas convictos y confesos, la incapacidad de la extrema izquierda -salvo en Guipúzcoa- para enviar representantes al Parlamento, el fracaso de los neofranquistas agrupados en Alianza Popular, el relativo descalabro del PCE y el masivo respaldo de sufragios a las candidaturas de UCD y PSOE como variantes, escoradas respectivamente a la derecha y a la izquierda, del centro sociológico y político del país.La conmemoración se celebra, sin embargo, en un clima de cierto desencanto, originado seguramente más por las expectativas incumplidas que por acontecimientos en sí mismos negativos. Porque el esfuerzo reflexivo y el recurso a la memoria del pasado inmediato permiten hacer un balance positivo del año transcurrido. El ámbito de las libertades individuales y colectivas se ha ampliado espectacularmente. No hay ya temor a que el timbre suene a las tres de la madrugada. El paso por las dependencias policiales no produce mayores sobresaltos que en un país europeo de larga tradición democrática. Salvo en los casos en que se interponen oficiosidades o reflejos, autoritarios, los niveles de la libertad de expresión en la prensa, la edición, el cine y el teatro se hallan situados en una elevada cota. Los partidos no encuentran obstáculos para celebrar mítines, congresos o reuniones. La Diada del 11 de septiembre en Barcelona, el entierro del ex presidente Largo Caballero, en Madrid, y las manifestaciones del 1 de mayo en toda España son muestras espectaculares de que la calle es de todos los ciudadanos y no patrimonio de los altos funcionarios. Ha mejorado sensiblemente la capacidad de diálogo entre los españoles de ideologías diferentes o incluso opuestas, aunque minúsculos grupúsculos en la extrema derecha y en la extrema izquierda sigan preconizando y ejerciendo la dialectica de los puños y las pistolas. La jerarquía eclesiástica, aun sin renunciara sus incursiones por el reino de este mundo, realiza sus intervenciones de manera más discreta y sin plantear exigencias desorbitadas. Han comenzado a revisarse las funciones y las atribuciones de las fuerzas de orden público, habituadas durante largas décadas a un medio político e institucional que facilitaba los excesos de algunos de sus miembros. Las Fuerzas Armadas han demostrado que, salvo contadas excepciones, su compromiso con la defensa de la soberanía y la integridad territorial de la Patria no se identificaba con la especiosa y sosegada interpretación que el franquismo daba del mismo. La aceptación por el mundo del trabajo del programa del saneamiento y reforma de la economía incluido en los pactos de la Moncloa es una prueba de la madurez de la izquierda parlamentaria y de las grandes centrales sindicales, que han prescindido de la demagogia y han realizado un lúcido análisis de las vías que podrían permitir, a la vez, capear la crisis y consolidar la demo cracia. Finalmente, la torpeza e irresponsabilidad con que se ha organizado la lotería de los regimenes preau tonómicos no debe borrar el positivo acierto de los pasos iniciales dados para encauzar por la vía de la negociación las reivindicaciones de los catalanes y de los vascos.

No estamos, sin embargo, en el mejor de los mundos posibles. El desánimo y la falta de entusiasmo ante el primer aniversario de la democracia puede estar originado, en parte, por las excesivas esperanzas que los cambios de régimen suelen despertar en algunos ciudadanos, siempre predispuestos a creer en milagros, a atribuir los males de su vida profesional y privada a causas macropolíticas o a suponer que las transformaciones históricas se miden en meses o en años. Crece el paro, continúan subiendo los precios, los colegios son caros o insuficientes, escasean las viviendas baratas y habitables, en las grandes ciudades los medios de transporte público son incómodos, insuficientes e Incluso inseguros. El marco de la vida cotidiana sigue siendo duro y un cierto hastío político caracteriza a la mayoría de la opinión pública (véase encuesta en páginas 14 y 15).

Pero atribuir la permanencia de esos males a la democracia o tratar, incluso, de convertirlos en su consecuencia sería tan absurdo como responsabilizar al sistema pluralista de la eliminación del equipo español en el Campeonato de Argentina. Las instituciones democráticas lo único que pueden ofrecer es el respeto a los derechos del hombre como individuo y como ciudadano y la creación de los cauces para resolver de manera pacífica los conflictos de intereses o de ideas entre los grupos y los estratos de una comunidad.

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Pero no se trata, tan sólo, del desencanto atribuible a una desmedida e infundada fe en las virtualidades de la libertad para cambiar las estructuras sociales o incluso la condición humana a 360 días vista. También existe la sensación de que lo hasta ahora realizado se halla por debajo de las posibilidades que la nueva clase política, en el Gobierno y en la Oposición parlamentaria, tuvieron a su alcance durante el año transcurrido. Los cabildeos, secreteos y pactos de sobremesa entre los estados mayores de los partidos no hicieron avanzar al ritmo deseable y previsible los trabajos constitucionales -cuya culminación en forma de. referéndum se predecía hace un año, como muy tarde, para el día de hoy-, pero nos han retrotraído, en cambio, al estilo político del franquismo. El enérgico rechazo de UCD y PSOE, el pasado mes de julio, a la posibilidad de formar conjuntamente Gobierno ha terminado, meses después, en una coalición de hecho entre ambos partidos, realizada en las penumbras de los comedores y de los despachos, caracterizada por la mala conciencia y las oscilaciones afectivas de los amores clandestinos, y hurtada del control al que tienen derecho los electores, las Cámaras y la opinión pública. Las maniobras dilatorias del Gobierno y la inicial complicidad de la Oposición (que no incluyó este decisivo punto de la agenda de la Moncloa) han postergado las elecciones municipales hasta comienzos de 1979, con la doble y desastrosa consecuencia de que la vida local sigue en manos de los franquistas y de que los ciudadanos son mantenidos al margen de las decisiones que afectan a su vida cotidiana. También el aplazamiento de las elecciones municipales ha tenido un efecto funesto sobre los regímenes preautonómicos, que seguirán siendo puros símbolos o simples prendas de futuro mientras la participación popular no las infunda vida. En el campo de las medidas destinadas a eliminar las interferencias represivas sobre la vida privada, la despenalización del adulterio y de los medios anticonceptivos no han sido continuadas por actitudes más tolerantes respecto al aborto terapéutico o a la disolución de vínculos familiares de hecho ya muertos. La reforma de la legislación penal y del régimen penitenciario, así como la delimitación de fueros jurisdiccionales, debieron ser tareas prioritarias de las Cortes democráticas y no materia de dilaciones y postergaciones; en esa perspectiva, la resistencia de UCD a constitucionalizar la abolición de la pena de muerte es el síntoma de una enfermedad más profunda. Las promesas incluidas en los pactos de la Moncloa sobre la participación de los ciudadanos en el control de la Seguridad Social, una pieza decisiva en la vida cotidiana de la mayoría de los españoles, han sido estrepitosamente incumplidas. Como también ha quedado en un mal chiste el compromiso del Gobierno de dar transparencia, objetividad y calidad a ese museo visiial de los horrores y de las corrupciones llamado Televisión Española.

La grisura de este aniversario tiene, así pues, justas e injustas razones. A los ciudadanos que piensan que la democracia es la encarnación moderna y secular de los Reyes Magos sólo puede convencérseles con paciencia de lo infundado y arbitrario de su creencia. Pero, en cambio, es lícito mostrarse impacientes con los líderes y partidos, en el Gobierno o en la Oposición, que parecen considerarse propietarios de los votos recogidos enjunio de 1977 y que reducen la vida democrática al ejercicio ritual de sus habilidades como profesionales del oficio político, relegando a sus conciudadanos a la condición de administrados sin más derechos que enterarse por la prensa o por los rumores de las decisiones que han tomado sus delegados en las Cámaras.

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