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Ayer se unauguró la feria de Sevilla

Con el rito, puntualmente seguido por muchos sevillanos, del encendido de los 300.000 puntos de luz del recinto de Los Remedios dio comienzo el lunes por la noche la 131 edición de la feria de abril, la más famosa del mundo. Hasta el próximo domingo se prolongará en sus 2.000 casetas de hierro, lona y madera y en sus calles con nombres de toreros un espectáculo de luz, color y ruido (imposible huir del tópico) en el que, de una u otra forma, participa prácticamente todo el pueblo y numerosos visitantes.

Sin embargo, la participación popular no es algo que acompaña originariamente a la feria abrileña, sino un producto del desarrollo económico y social de los últimos años. Hasta hace poco la feria tuvo un carácter absolutamente señoritil. Hay quien opina que incluso el mercado, es decir, la feria propiamente dicha, no fue el elemento esencial en su nacimiento, en 1847, sino sólo un pretexto para conseguir que se autorizase lo que era realmente un motivo de diversión para las clases altas. En realidad, la feria de ganado nunca tuvo el esplendor de otras ferias agropecuarias del Sur.Por cierto que los promotores de la feria, los concejales que consiguieron que el Ayuntamiento la pidiese a Isabel II argumentando que sería una buena medida contra la crisis del campo, no eran sevilla nos más que de adopción. Narciso Bonaplata era catalán y José María Ibarra, vasco. Anécdota tan curiosa como esa de que hasta los años setenta los sevillanos estuvieron cantando y bailando sobre miles de víctimas de la Santa Inquisición, ya que el emplazamiento de la feria, en el Prado de San Sebastián, fue el lugar donde se celebraron los autos de fe durante más de tres siglos (el primero en España tuvo lugar precisamente aquí, en 1481).

El caso es que el aspecto festivo y bullanguero es lo que ha ido quedando y diversificándose en la feria, mientras que el intercambio de animales ha ido siendo arrinconado hasta constituir actualmente un residuo pintoresco de otros tiempos, marginado incluso del recinto ferial propiamente dicho. Un escuálido mercadillo de borricos y mulos, monopolizando casi exclusivamente por gitanos, es todo lo que queda del origen mercantil de la feria, si es que alguna vez lo tuvo verdaderamente.

Por otra parte, la feria de abril, que era la ocasión para que latifundistas y oligarcas luciesen sus trajes falsamente camperos y los flamencos de sus niñas y ostentasen sus caballos y hasta sus bufones, se ha ido transformando paulatinamente en una semana de jolgorio popular que los sevillanos de a pie consideran como suya. A la caseta del señorito se ha unido la de la peña de amigos, la asociación de vecinos o el grupo de empresa, ya se puede pasear en un coche de caballos alquilado y cualquier familia de barrio junta los 2.000 ó 3.000 duros precisos para vestir de flamencas a su hijas, sobre todo a las pequeñas. Nombres como Los Formalitos, Gente Güena, Los Cebolletas, Él Búcaro o Los que Suamos no corresponden evidentemente a casetas señoriales. De todas formas, hay quien se queja del carácter cerrado que siguen teniendo la inmensa mayoría de las casetas.

Erotismo y política

La feria de 1978 presenta, además, novedades acordes con los cambios de la situación social y política, signos de los tiempos que corren, para desesperación de rancios mantenedores de supuestas esencias. Ya había cierta tradición de casetas políticas (el PCE fue pionero montando una, camuflada, en 1972), pero este año el avance democrático ha producido una presencia inusitada de casetas de partidos, que abarca desde UCD a LCR o Bandera Roja. El Ayuntamiento, eso sí, ha tenido la ocurrencia de colocarlos a todos en la misma calle, quizá para destacar que considera anormal su existencia.También ha causado escándalo entre las gentes de orden la Instalación, en la calle del Infierno, de barracas de espectáculos sexy, en las que cuatro mujeres hacen el amor con un gorila y otras dos lo hacen entre sí, completamente desnudas, como se encargan de subrayar los altavoces a todo volumen. Lo que sí resulta escandaloso es la subida de los precios, que pone por las nubes la media botella con tapa de jamón o el circo donde doman leones y elefantes Miguel de la Cuadra y José María Iñigo, a 78.000 pesetas diarias cada uno.

Y puestos a repasar lo novedoso de esta feria, hay que hablar de los planteamientos reivindicativos de los feriantes, ya organizados en una especie de sindicato que ha pedido la no concesión de licencias a competidores no andaluces, los de la calle del Infierno, con su exigencia de mejores servicios y pavimentación, los cocheros de caballos, que han logrado que se imponga una tasa especial a sus colegas no sevillanos y los guardias municipales, satisfechos a medias por una más racional organización de su trabajo. Sin olvidar, a otro nivel, la receptividad mostrada por los letristas de sevillanas hacia el tema autonómico. Este año, junto a los acostumbrados temas rocieros, amorosos y típicos, al lado de los puentes y las torres, las sevillanas hablan de la autonomía como remedio de los males andaluces, aunque hay excepciones, como la de el Pali, que llora, empecinado, por una sevillana que se fue irremediablemente.

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