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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La democratización del PCE

Ex miembro de la Comisión Ejecutiva del PCE, expulsado en 1964

Por fin el PCE se decide a dar algunos pasos efectivos en la vía de su democratización y todos los que luchan por el socialismo no pueden por menos de congratularse: lo contrario sería caer en una actitud partidista y sectaria. No andamos tan sobrados de fuerzas en la difícil tarea de consolidar la democracia y avanzar hacia el socialismo. Y esas fuerzas deben ser necesariamente democráticas, no basta con que tengan eficacia combativa, porque -la experiencia del siglo XX nos lo enseña- la destrucción del capitalismo no equivale a la creación del socialismo. Puede desembocar en otro sistema de dominación y explotación. Mucho depende, aunque no todo, del carácter de las fuerzas políticas protagonistas.

Durante largo tiempo el PCE -como los otros partidos comunistas- fue una organización de combate contra el capitalismo pero no portadora de democracia, ni tampoco -por tanto- de socialismo. Su meta, su modelo, eran los sistemas dictatoriales del Este instaurados por los «partidos humanos» llegados al poder. Esa era su meta, aunque su objetivo inmediato fuera la democracia. En la estrategia de los partidos comunistas hasta la muerte de Stalin -y hasta hoy en los que siguen fieles al modelo estaliniano- la democracia sólo era el camino más corto para instaurar la «dictadura del proletariado». es decir, la dictadura del partido comunista.

Eso sí, con la mejor buena conciencia democrática, porque la «ciencia marxista-leninista» se encargaba de demostrar que tal dictadura representa, en realidad. una democracia «mil veces superior» a la más democrática de las democracias «burguesas». El sistema dogmático, cerrado sobre sí mismo. llamado «marxismo-leninismo», y su expresión organizativa, el «centralismo democrático», constituían los dos pilares básicos del modo de ser de los partidos comunistas, coherente con sus fines. Las estructuras antidemocráticas del partido prefiguraban el modelo antidemocrático de sociedad por el que luchaba.

Como resultado de un complejo proceso histórico que no podemos analizar aquí (lo hemos hecho en diversos trabajos) los principales partidos comunistas del capitalismo desarrollado iniciaron la evolución -llamada "eurocomunismo"- que les lleva a romper con ese pasado. Pero en esta evolución es fácil repudiar el modelo estaliniano de sociedad y propugnar la llamada «vía democrática al socialismo» que modificar el modo de ser tradicional del partido. La democratización interna -aspecto esencial. aunque no único de la necesaria metamorfosis «ontológica» -está revelándose como el problema más fácil de la evolución eurocomunista. Tanto en el PCE como en el PCF o incluso en el PCI. Y sin resolverlo toda la evolución iniciada se encuentra comprometida. No sólo por la incompatibilidad entre los nuevos objetivos democrático-socialistas que el partido proclama y la persistencia de su tradicional modo de ser antidemocrático. La democratización del PCE -puesto que de él se trata ahora -es condición absolutamente necesaria, aunque no sea suficiente, para poder superar su legendaria mediocridad política y teórica para tejer una relación más orgánica con la realidad social para estar en mejores condiciones de abordar los complejos problemas de nuestro original proceso político.

Pero esta necesaria democratización es más difícil que las declaraciones, repudiando el modelo soviético o preconizando la vía democrática al socialismo, porque choca directamente con las estructuras, mecanismos. mentalidades e intereses personales cristalizados a lo largo de muchos años: choca con la resistencia de un aparato creado por la dirección de tipo oligárquico o más exactamente autocrático, que ha venido regentando al partido. Desde los primeros pasos de la operación democratizadora esas resistencias se manifiestan bajo múltiples aspectos. Ante todo, por el espíritu con que el grupo dirigente aborda la operación.

Resulta que todo se debe a su iniciativa, a su buena voluntad. En su conferencia de prensa del viernes pasado Sánchez Montero y Azcárate hicieron especial hincapié en que ha sido la propia dirección quien ha «desencadenado la discusión interna». Carrillo va más lejos aún. en sus declaraciones a La Calle: «Si nosotros hubiéramos querido tener un partido monolítico, duro, rígido, nada nos lo hubiera impedido.» Y en realidad. tiene razón. La formación ideológica y las estructuras del partido eran de tal naturaleza que los militantes contaban muy poco: su papel era obedecer y ejecutar las siempre justas decisiones de la dirección.

Para eximirse de toda responsabilidad en la carencia total de democracia interna hasta fechas muy recientes. la dirección del PCE cuenta con un alibí a primera vista irrefutable: la situación de clandestinidad del partido. Pero en realidad esta situación no impedía una discusión más libre en los organismos del partido la toma en consideración de las opiniones de la base, la organización en la emigración de debates sobre temas conflictivos, la utilización de Mundo Obrero y de Nuestra Bandera (editados en la emigración) para la expresión de diversas posiciones. etcétera. La clandestinidad hacía imposible la existencia de una serie de formas democráticas (elecciones, reuniones amplias. etcétera), pero no el tipo de vida política y teórica que acabamos de indicar. La verdad histórica es que la minoría del grupo dirigente se oponía siempre a propuestas de esa naturaleza y acababa expulsando a los que insistían demasiado. Por eso es legítimo suponer que aunque el PCE hubiera estado en la legalidad, su democracia interna no hubiese ido más allá de la del PCF, que como es bien sabido todavía se asemeja bastante a la de los viejos tiempos estalinianos.

Durante el año largo en que el PCE estuvo en libertad tolerada, sin gozar aún de legalidad hubiera sido posible dar ya un gran impulso a la democracia interna, pero siguieron predominando los métodos anteriores. Después, con la legalización llegó la campaña electoral, y la dirección estimó que aún no era la hora de la democratización sino de los mítines y pegatinas. Cuestiones tan importantes como la orientación del partido en ese período -el compromiso tácito con Suárez- las decisiones sobre la monarquía y otras fueron decididas por el jefe del partido con escasa discusión en las instancias dirigentes (formadas de sucesivas cooptaciones) y sin intervención alguna de la base.

El fiasco electoral en la mayor parte del país fuera de Cataluña, exigía evidentemente una discusión a fondo con partipación de todos los militantes. Era una magnífica oportunidad de iniciar la democratización y de ir al Congreso. Como hizo el PSUC. Pero la dirección del PCE escamoteó esa discusión y desvió toda la atención del partido hacia los debuts parlamentarios de su jefe y la «gran política» por arriba: pactos de la Moncloa. etcétera. La democratización quedó aplazada al mismo tiempo que se debilitaba la actividad política y social de las organizaciones del partido. Pero paralelamente, cundía el descontento por esta situación en numerosos militantes y dirigentes medios. La fronda catalana es la más importante de todas porque expresa la resistencia de un partido más maduro teórica y, políticamente que la dirección del PCE -con hondas raíces en su medio social aglutinado por el factor nacional- a ser manipulado por el jefe del PCE. El hecho de que el PSUC celebrara su Congreso de octubre. pese a la opinión contraria de Carrillo y de que su reciente Conferencia haya resistido a la pretensión de imponerle el abandono de la definición ideológica del partido adoptada en octubre, muestran -junto con otros incidentes- que el forcejeo Carrillo-PSUC tiende a itaudizarse. El primero, con su tendencia -que viene de lejos- a mandar también en Cataluña el segundo, decidido a que su independencia estatutaria no sea como la autonomía tarradellista. Posiblemente el debilitamiento dentro del PSUC de las posiciones de hombres tan capaces como Jordi Solé Turá y Jordi Borja provenga más de su excesiva identificación con Carrillo que del acentuado reformismo de su eurocomunismo.

Las frondas vasca y gallega no alcanzan aún el mismo nivel que la catalana, en razón, seguramente de la debilidad misma de los respectivos partidos, pero maduran en el mismo sentido. La asturiana ha hecho crisis al cabo de un año largo de forcejeos con el autoritarismo burocrático de Madrid y así podríamos recorrer provincia por provincia. siendo rara la que no cuenta con una corriente más o menos acentuada de descontento contra la política v los métodos del vicio grupo dirigente. personificado en el actual secretario general. La querella sobre el leninismo recubre en realidad la exigencia de que un problema teórico de esa naturaleza no se resuelva al dictado de la hora el día y la fórmula decididas por el jefe y aprobadas precipitadamente por un CC donde predominan los sucesivos cooptados. La exigencia de que se abra un debate a fondo y sin «prisas» es mucho más eurocomunista que la actitud de la dirección. El método es aquí más importante que la fórmula.

De todo ello se desprende que la presión y la iniciativa de la base sobre, todo de numerosos cuadros medio, -la qeneración de los treinta Y tantos años, que pugna por tomar en sus manos la dirección del PCE como la de todo el país- han sido factores importantes tal vez decisivos para que se ponga en marcha el proceso democratizador. La dirección ha ido a remolque pese a algunas apariencias. Y esforzándose por frenar y dominar el empuje de las fuerzas más renovadoras del partido para lo cual tiene que aprender precipitadamente el arte de manejar y truncar los mecanismos democráticos formales, como hacen en mayor o menor grado los estados mayores, de casi todas las organizaciones. Pero, al mismo tiempo. introducen nuevos resortes antidemocráticos en los estatutos, como es el reforzamiento de las atribuciones del secretario general en el artículo 54 de los estatutos. O la conservación de los viejos resortes como la prohibición de las tendencias y el mantenimiento del principio del "centralismo democratizador. Es paradójico que cuando se procede a la revisión del leninismo se conserve uno de sus máximos pivotes, que en realidad está mucho más fundido con el leninismo de Stalin que con el leninismo de Lenin. Pero la paradoja tiene su secreto. Democracia sí, pero sin menoscabar la autoridad suprema y la infalibilidad del jefe del partido. El «segundo Lenin» español -hubo ya el «primero», Largo Caballero- según él mismo se presenta, cada vez con menos pudor no acepta limitaciones a su misión providencial. Como ha declarado, no está dispuesto a actuar mirando las espaldas de militantes. Pero resulta que militantes tampoco están dispuestos a actuar mirando las posaderas del secretario general. O la democracia es auténtica para todos o la dialéctica abierta en el PCE podría transformarse en crisis del partido.

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