Dámaso González y Emilio Muñoz, los más interesantes de las Fallas
Las corridas falleras han sido buenas corridas. Al término de las ferias siempre hay quien te quiere hacer un balance de desastre «Sólo se cortaron tres orejas; qué calamidad.» O de triunfo: «¡Quince orejas nada menos! » Este es el caso de las corridas falleras: seis matadores de toros y tres novilleros cortaron, en siete corridas, quince orejas. Y un rabo también, que fue para José Mari Manzanares.Los aficionados, de Valencia o de donde sea, saben, sin embargo, que esto de las orejas no dice nada y lo normal es que no reflejen, en absoluto, cómo ha sido la fiesta. Tenemos un ejemplo claro en el propio serial valenciano: el día del rabo -y cuatro orejas más- se dio la corrida menos interesante del abono e incluso, a ratos, llegó a hacerse aburrida. Los toros de Torrestrella que se lidiaron aquella tarde, tenían tan poco mordiente (y tan poco corneante) que el festejo transcurría como un festivalito, y así habría que calificarlo si no fuera porque en un lance desgraciado Parrita resultó volteado y se llevó cuatro cornadas.
Hay que exceptuar, por tanto, del balance de la feria, si queremos calificarla de positiva -y así es, en justicia- la corrida de Torrestrella, que por la cogida de Parrita lidiaron mano a mano Manzanares y el Niño de la Capea. Porque el resto fueron verdaderas corridas de toros, una novedad importante en las Fallas, que de alguna manera podría congraciara la empresa con la afición local, si no fuera porque queda atrás una historia menuda de muchas carencias, muchas arbitrariedades y muchos errores, de los que es difícil exculpar a los empresarios.
Los toros de Cuadri constituyeron, por su presentación impecable, por su bravura y por su nobleza, un auténtico corridón, que apasionó por su juego a los aficionados. La lástima es que cayó en manos de tan adocenado torero como Paco Alcalde, y tan fríos lidiadores como Armillita y José Luis Palomar, ambos sólo promesas en estos momentos, a quienes falló el ánimo para alcanzar un triunfo que habría sido memorable. Era posible con los Cuadri.
El contraste estuvo al día siguiente con los toreros valencianos. Polémicos toreros por sus presiones a los empresarios para que los incluyeran en los carteles, por las bravas, a quienes soltaron otro corridón de toros, pero éste no de calidad sino en cantidad: torazos de trapío apabullante y genio, con dos boyantes reses, las cuales han servido a algunos de coartada para dar toda la corrida como boyante, Pero no: el toro que abrió plaza, un sobrero de Ortega, quería coger; el siguiente era un difícil andarín; violento el tercero, al que además no se picó bastante, y el cuarto desarrollaba sentido. Los toreros valencianos, Fabra y Julián García, sobre todo, no se arredraron, se sobrepusieron a las dificultades y consiguieron triunfar.
La empresa, la misma de la plaza de Madrid, como se sabe, cuyo gerente es Fernando Jardón (una excelente persona, por cierto), tiene entre sus representantes a quienes creen que este juicio crítico que nos mereció la corrida presupone una animadversión por nuestra parte hacia la sociedad, y está claro que no hay tal cosa, o al menos así lo creemos. Insistimos: los murubes, de la corrida mencionada fueron a pabullantes por presencia y difíciles por comportamiento, salvo los dos últimos de la tarde. Y los toreros valencianos resolvieron con dignidad, cada uno a su estilo, la difícil papeleta.
Otra corrida difícil resultó la de Benítez Cubero, que salió remendada con dos pájaros de buena cuenta de El Pizarral. Impecables de presentación todas las reses (excepto en lo que se refiere a algún que otro pitón), El Viti, Julio Robles y Copetillo las lidiaron con acierto y lograron momentos artísticos de altura, como fueron unos ayudados de El Viti, unos derechazos de Copetillo y la.faena -toda la faeria- de Robles a su primer toro.
Los triunfadores de la feria han sido Dámaso González y Emilio Muñoz. Aquél dominó plenamente a los comalones toros del Conde de la Corte y llevó el delirio a los tendidos, con dos faenas importantes por lo que supusieron de poderío. Admiro la torería y el estilo muletero depurado de Emilio Muñoz, el cual cuajó las mejores tandas de naturales de todo el abono. Un veterano veteranísimo, como es el albaceteño, dio en Valencia la medida de su madurez técnica, y un muchacho que empieza, como es Muñoz, ha abierto de nuevo la esperanza de que las figuras pueden tener relevo, incluso con mejora de la calidad artística.
La edición 1978 de las Fallas, en fin, ha sido, por las razones expuestas -y en primer término, la presentación del ganado-, una de las mejores de los últimos años. Pero, para no silenciar nada de lo que consideramos revelador, haremos de añadir que casi nunca se hizo correctamente la suerte de varas. Los picadores exhibieron, sin excepciones, su condición de virtuosos de la carioca. Si la presidencia conoce el reglamento, ya sabe cuál es su obligación para estos casos.
Y una nota final para el toreo a caballo: Alvaro Domecq, único representante de la modalidad en el abono fallero, tuvo una actuación excelente en la última corrida. Sobrio, dominador, eficaz, alcanzó un éxito legitimo.
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