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Asamblea General del Deporte, una decepción

Ponente de la Asamblea General del Deporte

La Asamblea General del Deporte celebrada en Madrid el pasado mes de diciembre constituyó un gran acontecimiento para el mundo deportivo. Controvertida e impugnada, sirvió para que, fruto de debate general, brotara algo que no es ni mucho menos común hoy en España: ideas innovadoras. Por lo general se esperaba que surgiera de ella un remedio, si bien tardío, remedio al fin, para el impasse en el que se encontraba postrado el deporte español. Tres meses después, todo sigue igual; el organismo máximo rector del deporte en España, el Consejo Superior de Deportes, se encuentra maniatado por toda una serie de argollas que dificultan y hasta impiden su actuación. En pocas palabras, de lo hablado, nada de nada, o, como mucho, casi nada. Lo peor es que quien paga esta situación es la sociedad española, a la que tantas veces se le ha prometido un deporte para todos y a la que tantas veces se le ha defraudado.

Los prolegómenos

Si las estructuras y la política deportiva fueron desafortunadas y criticables durante su permanencia en el Movimiento Nacional, los problemas se replantearon con motivo del cambio político habido en España a raíz del 20 de noviembre de 1975, que con el tiempo traería consigo en el aspecto que nos ocupa el paso de la organización deportiva del Movimiento a la Administración del Estado, en virtud del real decreto-ley de 1 de abril de 1977. Este hecho, de tanta significación, requería, sin posponerlo más, una nueva ordenación para los órganos que regían el deporte, para lo cual era muy recomendable, diríamos imprescindible, escuchar la opinión de todos los interesados en la materia.

Por otra parte, la situación del deporte era claramente incompatible con los aires políticos del 15 de junio pasado. Los principios políticos básicos de la etapa anterior, intensamente reflejados en el deporte por su pertenencia movimientista, fueron barridos por el vendaval de las primeras elecciones democráticas en España desde hacía muchos años. La necesidad de una reconsideración general de los postulados sobre los que se debía basar aquél, así como de formular una nueva política deportiva más popular, social y para todos, era evidente. Para ello, como apuntábamos, nada mejor que la convocatoria y celebración de una Asamblea General del Deporte. Con esa intención creíamos, y lo seguimos creyendo, fue ideada la asamblea.

Mucho se habló en los días previos a ésta de su carácter «constituyente» o no. Ni que decir tiene que afirmar que debía revestir tal carácter era tanto como, o desconocer en absoluto el sentido del concepto en cuestión, o bien bromear. Su alcance no podía ser otro que el de escuchar al mundo del deporte, pulsar su opinión y, como desiderátum, conseguir unos mínimos puntos de acuerdo ante la etapa de ruptura democrática el campo deportivo forzosamente se avecinaba, y con el deseo de que los interesados en el mismo, aunque con distintas ideologías, se hermanaran dentro de lo que cabe en torno a unos puntos básicos en beneficio del deporte como algo que a todos afectaba. Esta fue una de las grandes virtudes, pero también una de las grandes deficiencias del acontecimiento.

Prisas e irregularidades

Efectivamente, la excesiva prisa (quizá porque los organizadores respondían al ahora o nunca) con que fue montada la asamblea, las irregularidades en la distribución de los documentos de trabajo, los olvidos y alguna que otra imprevisión, hicieron que no fuera lo representativa que hubiera sido deseable. La retirada de los partidos políticos de izquierda y su aparente desinterés trajeron consigo que opiniones que todos hubiésemos deseado oír no resonaran en el Palacio de Exposiciones y Congresos en los días de diciembre. Estas deficiencias, si bien deben ser reconocidas al cabo del tiempo, no pueden empañar el reconocimiento de lo muy positivo de la magna reunión del deporte. A lo largo de la discusión de las ponencias presentadas se consiguió el objetivo fundamental ya apuntado: poner de acuerdo en unos postulados concretos, pero esenciales, a los diversos estamentos deportivos, logro realmente importante, y que acabó de conseguirse cuando los que habían impugnado la asamblea, en caballerosa actitud, reconocieron, tanto en privado como en algún medio de prensa, que las conclusiones alcanzadas podían servir de base para iniciar un trabajo común en pos de unas mejores y más democráticas estructuras, a través de las cuales pudiera transcurrir en el futuro la política deportiva que la sociedad española necesita y reclama. En tal sentido, la Asamblea General del Deporte fue un éxito, del que todos nos hemos de felicitar. Los deportistas españoles, en la acepción más amplia del término, el 19 de diciembre de 1977, cuando su clausura, tenían razones más que suficientes para marcharse contentos a comer el turrón en sus hogares: una luz lejana empezaba a despejar un honzonte cargado de tinieblas.

Tres meses después

Era claro para todos que se había dado un importante toque de atención a los poderes públicos y a la sociedad en general, de forma que, a pesar de que el tratamiento de la asamblea en los medios de comunicación no había sido todo lo intenso y destacado que el hecho merecía, tanto aquéllos como ésta habían dirigido su mirada hacia el deporte. Incluso el Consejo de Ministros, en aquellas fechas reunido, urgió para que se le elevara, a la mayor brevedad posible, el conjunto de normas merced a las cuales se adecuara el ordenamiento deportivo a la nueva realidad del país. Al conocerlo, muchos de los presentes en el acto final de las jornadas de diciembre pensaron que aquello, por fin, iba en serio. No tardarían mucho en comprender su equivocación.

Los problemas más importantes y que exigían una pronta respuesta de los muchos abordados por la asamblea fueron dos: el estructural, de búsqueda de las estructuras idóneas para encauzar el fenómeno deportivo, y el político, cifrado en la determinación de las bases esencíales de una nueva política en la materia. Respecto al primero, se habló de un deporte organizado democráticamente de abajo arriba, con los clubs y federaciones como protagonistas sujetos a un régimen privado, aunque sometidos a acción tuitiva del Consejo de Deportes; igualmente se llegó al acuerdo de que el Consejo debía abandonar su desafortunada estructura actual y recobrar una independencia imprescindible para la gestión de su política, teniendo que ser su pleno lo más representativo posible como órgano al que corresponderla determinar las líneas maestras de la política deportiva. En relación al segundo punto, se reclamó una reordenación absoluta de la política deportiva seguida hasta entonces, triunfando la opción en favor de un deporte popular para todos, ajeno a instrumentalizaciones políticas. La realización de estos objetivos pasaba ineludiblemente por la estructuración ex novo del Consejo, que, de gigante maniatado por la Administración, cuyos esquemas ahogan más que favorecen el impulso deportivo, pasara a ser una estructura dinámica, autónoma, en la que estuvieran representados, al menos, todos los estamentos del deporte, como decíamos. De tal órgano sí que podrían surgir las nuevas y deseadas directrices; del actual no puede salir sino las que se le impongan desde fuera. Una frase resumía todos estos anhelos: una ley General de Deporte (o del Deporte y de la Educación Física), donde se diera una respuesta global a lo dicho hasta ahora.

Oportunidad desaprovechada

Aproximadamente tres meses después de la asamblea el Consejo sigue atenazado por unas estructuras que le ahogan y la política deportiva brilla por su ausencia, creándose un vacío sólo cubierto por la inercia de la vieja forma de entenderla.

La Asamblea del Deporte no era constituyente -el simple empleo de este término aquí, choca-, su idea era escuchar a los deportistas e interesados en el deporte. ¿Para qué? Como hemos reiteradamente señalado, con el fin de iniciar la reconversión del deporte a la nueva forma de entender las relaciones sociales y políticas. Bien, así se hizo; se consiguió que todos o casi todos se pusieran de acuerdo, y ahí se acabó la historia, cuando no había hecho más que empezar. El proceso de reconversión estructural y político es hoy el gran ausente. No se ha iniciado y todo indica que existen obstáculos insalvables que impiden su despegue.

Lo peor de todo es que no se supo o no se quiso aprovechar un momento como el inmediatamente, posterior a la asamblea, idóneo para los propósitos en función de los cuales fue convocada, y este momento difícilmente se volverá a repetir. Además, si el contexto en el que se celebró era malo y hacía casi imposible proseguir el camino, el actual es cada vez peor; el transcurso del tiempo no ha hecho más que agudizar los problemas. La situación de paro que se produjo días atrás en el Consejo Superior de Deportes porque no se abonaban sus mensualidades a los funcionarios que prestan sus servicios allí, no es más que un exponente de lo dicho. A la vista de lo cual nos preguntamos: ¿No hubiera sido mejor no convocar la asamblea y así no haber colocado el pastel ante los labios de los muchos abrumados por los problemas del mundo del deporte, a la luz de sus resultados? Sólo la política tiene respuesta para esta interrogante.

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