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Dos millones de emigrantes extranjeros trabajan pero no votan

Cerca de dos millones de personas, trabajadores en su mayor parte, asisten a estas importantes elecciones legislativas francesas «como convidados de piedra». Dos millones de emigrantes extranjeros, la inmensa mayoría de los cuales, por conservar su nacionalidad de origen, no tendrán, los días 12 y 19, acceso a las urnas.Pero la indiferencia que los trabajadores extranjeros -salvo un reducido número de militantes de partidos y sindicatos- muestran por estas elecciones no es, a fin de cuentas, sino la respuesta al abandono que los aspirantes a un escaño en la nueva Asamblea francesa han hecho de un tema que, como la inmigración, despertaba importantes polémicas no hace aún muchas semanas. El mismo triste destino, por otra parte, que problemas como la ecología, la educación, la descentralización, barridos literalmente en los últimos días de la campaña por los «argumentos de choque» susceptibles más directamente de aupar a los candidatos al poder.

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Se lamentaba ayer el dirigente socialista Francois Mitterrand, ante los micrófonos de la radio, de que la mayoría presidencial hubiese eludido la discusión sobre grandes temas de la campaña, y enumeró, entre otros, el problema nuclear, la política de defensa, las relaciones exteriores... Ni una palabra para la emigración por parte del líder de un partido que defiende, como las otras fuerzas firmantes del Programa Común de la izquierda, la «igualdad total de derecho de los trabajadores extranjeros con los franceses.

La mayor parte de estos emigrantes renuncian, por otra parte, a integrarse plenamente en la sociedad francesa. « Mis mejores, amigos son un taxista español y los portugueses de mi barrio», confiesa un emigrante argelino.

Privados del voto, la mayoría de estos dos millones de trabajadores extranjeros se resisten a recurrir a la única instancia que les podría permitir una participación política indirecta: la afiliación sindical. Sólo una pequeña minoría dificil de- estimar se ha integrado en los sindicatos franceses. Sin embargo, los emigrantes extranjeros se juegan gran parte de su futuro en estas elecciones. Una victoria de la actual mayoría presidencial supondría, con seguridad, la continuidad de una política, ya traducida en algunos decretos, que estimula la repatriación más o menos voluntaria de los emigrantes y que tiene por objetivo conseguir que la mitad de ellos -un millón- hayan regresado a sus países de origen para 1985.

Frente a esas previsiones, las promesas contenidas en el Programa Común de la izquierda y la actitud militante de los sindicatos. Sin embargo, la reserva del emigrante medio permanece aparentemente inalterable, hasta el punto de no llegar a hacerse ni siquiera la reflexión que se hacía ayer una veterana vendedora de periódicos: «Yo no voy a votar, pero sería interesante una victoria de la izquierda... por probar...»

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