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El Atlético no se enmendó con el nuevo año

El Atlético sigue igual que el año asado. Los buenos propósitos sólo fueron evidentes en la segunda parte de su partido en El Molinón. Tras estar cerca de ser goleado en la primera parte, un poquito de ilusión y entrega propiciaron el empate junto a la cobardía del Sporting, que tras bordar el fútbol no aceptó la pelea refugiándose en su rincón. La providencial salida de Morán al campo dejó al Atlético como el año pasado, perdiendo en todas sus salidas.El partido comenzó con muy mal cariz para el Atlético. Prácticamente a los veinte minutos de juego tenía dos goles en contra frente a un conjunto crecido y en plenitud de juego. El Atlético era el mismo del año pasado. Era un conjunto con debilidades defensivas, un centro del campo muy irregular y una ofensiva nula de cara al gol. Sus acciones eran lentas y los jugadores parecían carecer de la motivación necesaria como para seguir el balón con fe. Consecuencia de ello fue incapacidad para detener la muy compensada línea media asturiana.

Ya en el primer minuto de juego un error de Pereira ante Abel proporcionó el primer susto a Pacheco. Luego vinieron los dos goles y en medio, un chutazo de Valdés -¡qué gran partido el de este jugador!- que fue desviado a córner. El Sporting tuvo además otra ocasión, la más clara, de aumentar el marcador en un genial lanzamiento de Valdés a Ferrero que sólo ante el meta lanzó el balón fuera. Como toda réplica, el Atlético sólo disparó una vez a puerta con cierta peligrosidad. Leal, que pasó por el más triste de los anonimatos, fue el autor del disparo.

Tras el descanso, la sustitución de Robi por Marcial dio otro aire al equipo. El juego adquirió mayor movilidad aljugar por las bandas y entonces sí los jugadores rojiblancos lucharon por el balón en cada parcela del campo. El Sporting se echó para atrás descaradamente renunciando a ocupar la zona ancha del campo, precisamente de donde había nacido todo su buen juego. El gol de Marcial fue el revulsivo para que sus compañeros se entregaran y para que los sportinguistas se atemorizaran. Dominó claramente el Atlético pero sin buen juego y llegó el empate por un penalti que en muchas ocasiones no se suele señalar.

Al Atlético le estaban saliendo entonces bien las cosas. Jugando con lo menos que se puede pedir en el fútbol, honradez, había ganado un punto merced a dos goles que llegaron precedidos de falta y porque en el campo había un árbitro que no se casa con nadie. Pero el empate dio lugar a que Miera decidiera dar un giro de 180 grados al comportamiento de su equipo. Quitó a un defensa para dar entrada a un delantero nato. Morán se fue del banquillo hacia la banda derecha, allí recogió el balón sin marcador alguno a su lado, y marcó el gol definitivo.

En estos minutos finales no hubo ya más ocasiones de gol y el Atlético volvió a ser el de la primera parte, el del año pasado, un conjunto superado por otro que sólo tenía ambición, honradez, fe o como se le quiera llamar.

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