Poder oficial contra poder popular
Los pactos denominados ¿te la Moncloa y sus consecuencias están llenando las páginas de los periódicos, con más o menos fortuna, con cierta clarividencia. Los economistas, las patronales, los sindicatos y los políticos han mostrado sus, discrepancias o su apoyo. Todo esto me parece bien, ya que todo sistema que se titule democrático debe llevar sus proyectos no sólo a los salones dorados del Parlamento, sino también al nivel de opinión pública. En una palabra: la calle, el poder popular, debe conocer y opinar sobre la gestión del poder oficial.No obstante, pocos -sobran los dedos de una mano- se han dado cuenta del enorme peligro que conlleva el haber realizado un pacto de este tipo. Andreotti, en Italia, las pasó moradas para conseguir algo similar para luego demostrarse en la práctica la inviabilidad de la operación. Lo mismo le ha ocurrido a Soares en Portugal.
JOSEP CARLES CLEMENTE
Director de Prensa del Carlismo
Y es que, después de cuarenta años de dictadura y de gobiernos monocolores, un país que entra otra vez en la senda de la democracia -más o menos tutelada- no puede arriesgarse a dejar al país con una única alternativa de poder. Porque de lo que no hay duda es que hoy en día el poder está en manos no sólo de la UCD, sino también del PSOE y del PCE. Los tres están en el poder. Entonces, si la derecha -o el centro, me da lo mismo- los socialdemócratas de Felipe y los eurocomunistas de Carrillo, en una palabra: la derecha y la izquierda parlamentaria, pactan y presentan una alternativa común que no es ni un Gobierno de concentración ni un Gobierno de coalición, ¿qué otra alternativa queda si fracasa el pacto de la Moncloa? Ninguna o, en el peor de los casos, la involución hacia un sistema totalitario auspiciado por AP o un Gobierno de «técnicos» presididos por un militar.
A la UCD, que después de más de un año en el poder no ha presentado aún su propio programa de Gobierno, debilitada por la incoherencia del conglomerado de sus militantes, y convertida en una simple maquinaria electoral, le convenía ligar al carro oficial a la izquierda parlamentaria. A corto plazo, la operación -si da resultado- fortalecería su imagen pública, en España y fuera de ella, y le permitiría así llegar con ventaja a las próximas elecciones.
Al PSOE también le interesaba llegar a los pactos, porque está ávida de poder y tiene prisa en llegar al Gobierno. La ambigua política del PSOE oportunista y contradictoria con su propia ideología, le ha llevado a aceptar, ¿a cambio de qué?, unos resultados que van a perjudicar en primer lugar a la clase trabajadora. A la larga, estas contradicciones le llevarán a romper los acuerdos, su imagen y su alternativa de poder naufragará en las urnas.
Y en cuanto al PCE, su táctica es conocida de todos y, por más señas, es la más coherente: el pacto de la Moncloa representa el compromiso histórico que de fallar, les llevará a su ya conocido y propugnado Gobierno de concentración. De las tres, es el grupo que más inteligentemente ha jugado sus bazas, a pesar de perder credibilidad obrera y ganarla en los sectores conservadores. Quiere llegar al poder como sea y con quien sea.
Además, el Parlamento ha visto menoscabadas sus atribuciones al ver que unos «estados mayores» de los partidos negociaban temas legislativos de su competencia. Entonces ¿para qué sirve el Parlamento si todo va a llegar a él «atado y bien atado» y sólo le quedará decir amén? La comparación con las Cortes orgánicas franquistas es sugestiva.
¿Y el pueblo qué? Porque si todo se cuece en cenáculos sin abrir un debate público previo sobre los temas de importancia nacional para que el pueblo asuma sus responsabilidades en las decisiones ¿cómo vamos a pedir sacrificios si no se conoce el por qué y la conveniencia de tales decisiones?
Lo que está claro es que el poder popular, el pueblo, está siendo marginado por la voluntad y decisión de cuatro partidos llamados parlamentarios a los que el pueblo le dio su y voto para que nuestro país entrara decidida mente por la senda democrática. Pero estamos viendo que las cosas no ocurren así.
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