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SaIvo unos pocos privilegiados, los toreros no ganan ni para vivir

Un matador de toros, para poder ir tirando, es decir, para que pueda vivir de su profesión, ha de torear arriba de las treinta corridas por temporada y, además, contratarse por cantidades que vayan bastante por encima de los mínimos que marca su reglamentación de trabajo. Hay, entre dos centenares de matadores de toros, sólo dieciséis espadas que hayan rebasado la mencionada cifra al término de la temporada 1977.El mínimo de contrataciones hay que duplicarlo en el caso de los novilleros, y aun así nos quedamos cortos. Pero, en realidad, el que más toreó este año quedó en una cifra máxima de 44 festejos. Hay sus excepciones, naturalmente; entre muy pocas más, la de Maribel Atiénzar, de quien se dice ha liquidado su campana con un beneficio cercano a los tres millones de pesetas. Es el caso típico del torero taquillero, que no necesita sumar muchas actuaciones para sacarle una clara rentabilidad a su oficio.

Pero estamos en los casos generales, los que normalmente se dan en esta fiesta insólita, que tiene unas estructuras socioeconómicas que más parecen el único reducto en pleno siglo XX, de los usos feudales. La presión de los gastos fijos que tiene un torero por actuación es tanta que resulta muy difícil le queden márgenes de ganancia si no le pagan fuerte por festejo, e imposible si los honorarios se quedan en el mínimo reglamentado de que hablábamos. Su primer gasto es el vestido de torear, que le costará alrededor de las, 40 o 45.000 pesetas, y podrá utilizar, si no sufre serios desperfectos, durante unas veinte tardes. Luego, los utensilios, a razón de unas 10.000 ó 12.000 pesetas cada capote de brega, 3.000 cada muleta, 5.000 cada estoque, de todo lo cual necesita varias unidades, que pueden deteriorarse a lo largo de la temporada.

Pero éstos son, en el fondo, gastos menores, si se comparan con los que le supone cada actuación. Los importes de los viajes van totalmente a cargo del matador, el cual abona desplazamientos y hotel de tres banderilleros, dos picadores, un mozo de espadas y ayudante, y apoderado. Por ahí se le pueden ir de 20.000 a 30.000 pesetas. Además, los clásicos flecos de boletos para los compromisos, fotografías y atenciones varias, que no bajan de las 2.000 ó 3.000 pesetas. Las cuotas al Montepío y a la agrupación o asociación donde está encuadrado, del orden de 3.000. Y los honorarios, por corrida, de la cuadrilla, fijos e inalterables, que pueden subir hacia las 90.000 pesetas, según la categoría de la plaza donde toreen. Y aún hay más, porque el apoderado deducirá de los honorarios del matador no menos del 15 %.

En resumidas cuentas, los gastos de un matador de toros rebasan los 20.000 duros por corrida. Naturalmente, las figuras, las que perciben arriba del medio millón por tarde, ganan mucho dinero, pero de éstas hay cinco o seis en la torería actual, y quizá exageremos. Pero del resto nada más que unos pocos afortunados cobran, por término medio, entre los 40.000 y los 70.000 duros (excepto en las grandes ferias, donde suelen subir notablemente los honorarios) y los demás torean por el mínimo reglamentado, cuando no pasan por el túnel, que en el argot quiere decir firmar por ese mínimo, pero percibir, en realidad bastante menos.

De manera que la inmensa mayoría del escalafón de matadores constituye una numerosa masa de oferta artístico-laboral a disposición de las empresas. Que, por añadidura, es sobre reducido, cerrado, y casi inexpugnable, pues está inmerso en un régimen de exclusivas que dominan los más poderosos hombres de negocios del taurinismo, para quienes esta función de apoderados es complementaria a la de propietarios o arrendatarios de las más importantes plazas del país.

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