La trivilización del feminismo
EL MOVIMIENTO de liberación de la mujer, cuyos actuales perfiles se forjaron a lo largo de la década de los sesenta en Estados Unidos y algunos países europeos, ha conocido en España una notable expansión durante la reciente etapa de avances democráticos. La rápida popularidad del tema feminista contrasta, sin embargo, con el tratamiento público que recibe, y también con la escasa receptividad mostrada por el Estado ante sus problemas.En un libro de texto vitilizado en la facultad de Medicina de la Universidad Complutense se afirma, con todo aplomo, que entre las causas del resurgirde las enfermedades venéreas se encuentran «la promiscuidad y la liberación de la mujer». Pero para citar ejemplos de prejuicio y superficialidad no es preciso salir de la propia casa. Así, en un reportaje publicado por EL PAIS (10-9-77) se transcribía la opinión de un supuesto experto, según el cual el movimiento de liberación femenina conduce a un aumento del número de mujeres que intervienen en actividades terroristas.
Lo peligroso de esas galopadas generalizadoras es que esconden o deforman hechos reales. Es evidente que la incorporación de la mujer a la participación política, la vida social y el trabajo productivo increrrienta de forma absoluta -aunque siempre en porcentajes comparativamente mínimos si se contrastan con el colectivo varonilel número, de mujeres que se dedican a la medicina, el periodismo, el derecho o la política. Y también, lógicamente, de las que se dedican al terrorismo, al toreo o al vuelo sin motor. El hallazgo es comparable al descibrimiento del Mediterráneo: en la medida en que la mujer rompe los tabiques con que una cultura machista trata de separarla de la vida pública, también le afectarán los fenómenos negativos de una sociedad en la que la delincuencia, la violencia y el terrorismo proliferan.
Pero más interesante que criticar esas trivialidad es es señalar la función que cumplen y el prejuicio que esconden. Porque el escándalo ante la libertad sexual ile la mujer o ante la existencia de muchachas terroristas coexiste tranquilamente con la creencia de que resulta normal que el hombre protagonice esas mismas conductas. En un ejercicio de inconsecuencia e hipocresía, la sociedad masculina contempla con horror cómo su propia imagen se ve reflejada en la colectividad femenina. El paso siguiente es abandonar el terreno del cinismo para entrar directamente en el de la tontería: el movimiento de liberación de la mujer y el terrorismo político tendrían como origen común la añoranza de burguesas hartas de caviar, pero a la vez insatisfechas.
Los prejuicios y frivolizaciones en torno al tema de la mujer no tendrían mayor importancia si no justificaran u ocultaran dolorosas realidades que afectan, aquíy al ora, a la inmensa mayoría de las mujeres españolas, trabajadoras o de clase media. En España no se ha actualizado todavía la legislación familiar, con sus limitadas consecuencias para el ejercicio de la patria potestad o la simple capacidad de contratación mercantil; la difusión de anticonceptivos continúa siendo un delito, a diferencia de los países de esa Europa en la que deseamos integrarnos, la mujer sigue discriminada en el trabajo, tanto en sus posibilidades de empleo y promoción como en las remuneraciones que percibe; el equipamiento colectivo de jardines de la infancia es mínimo y caro; el adulterio sigue siendo un delito para la mujer, pero no aia el hombre, y mientras el aborto es perseguido implacablemente por el ministerio fiscal, las violaciones a cargo de pervertidos o simples gamberros quedan demasiadas veces impunes.
Ciertamente, el movimiento feminista, disgregado en múltiples tendencias y corrientes, no siempre elabora con seriedad y rigor sus propuestas; pero esa inmadurez teórica y esa dispersión son la consecuencia lógica e inevitable de todo fenómeno social que comienza. Y lo que parece fuera de duda es que las corrientes feministas constituyen uno de los acontecimientos más importantes y más cargados de futuro de los nacidos -o renacidos- en el último tercio de nuestro siglo. Algunas de las batallas que ha iniciado necesitarán largos plazos para terminar en victoria. Tanto el hombre como la mujer precisarán de un prolongado aprendizaje para modificar en una dirección igualitaria, las actitudes inconscientes de una mentalidad social y una cultura de los sentimientos fuertemente jerarquizadas. Ni siquiera las elaboraciones conscientes de carácter ideológico pueden transformarse de la noche a la mañana, aunque la crítica a los valores machistas vaya erosionando lentamente el arsenal de prejuicios y estereotipos que limitan las posibilidadei de la mujer. Sin embargo, hay un campo en el que las medidas pueden y deben ser inmediatas: las normas juirídicas que hacen posible la discriminación de la mujer eu el trabajo, en la sociedad conyugal y en la legislación civil y penal. Confiemos en que las nuevas Cortes no conside en esos problemas -al igual que el Ministerio de Cultura- como una especialidad femenina: su planteamiento y solución corresponde tanto a los hombres como a las mujeres porque entran de lleno en la defensa de los de rechos individuales y colectivos de una sociedad democrática.
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