El tráfico
CON LA frialdad que da la costumbre, los periódicos suelen recoger a la vuelta del fin de semana el balance de víctimas de la carretera que proporciona la Dirección General de Tráfico. Semana tras semana, treinta o cuarenta españoles dejan su vida en los accidentes, en la sangría más inútil y absurda que pueda concebirse. En el último puente fueron 79 personas. No es nuestra intención los sicólogos afirman que no es útil sembrar el terror al tráfico. No es tampoco, entonar un himno de tristeza. Solamente queremos apelar a la responsabilidad de cada cual. Se acercan fechas de viajes y salidas, fechas de largos desplazamientos; fechas en que cada cual con su familia se mete en esa fuerza centrífuga que desplaza hacia la periferia a miles de ciudadanos, hartos de asfalto, de jefes, de oficinas, de calles. Con la impotencia queda la estadística, tenemos que contemplar la seguridad de que en estas fechas veraniegas van a ser más de seiscientos los españoles que queriendo viajar se hayan encontrado con la muerte. Asustarse ante las cifras no conduce a nada. Pero encogerse de hombros, confiando en la inevitabilidad de la civilización, es más absurdo aún. ¿Soluciones? Responsabilizarse de que lo que se lleva en las manos es el volante de una máquina capaz de matar, y sentir, por encima de todo, que en la carretera la culpa no es siempre de los otros No siempre se matan ellos. No siempre mueren los demás. En el fondo, es un problema de cultura, de consideración hacia el prójimo, de conciencia seria de que la carretera no es una propiedad privada en la que cada uno pueda campar por sus respetos. El derecho de los demás lo impide El derecho de esos 519 muertos y 322 heridos graves que en el mes de agosto del año pasado se produjeron en nuestras carreteras.
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