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Temor y desconfianza de la gente ante la propaganda en propia mano

El Partido Comunista comenzó el pasado día 24 de mayo, al quedar abierta la campaña electoral, un sistema de propaganda puerta a puerta por las casas de diversos barrios en Madrid. Otros partidos han empleado este sistema o alguno parecido. La campaña del PCE se ha desarrollado en zonas obreras de Madrid y su cinturón. Durante la semana pasada se celebró en el área de Carabanchel una campaña especialmente intensa de este sistema.

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A las ocho de la tarde quedamos citados en el local de la agrupación del PCE en Aluche. Allí se organizan las parejas que saldrán por todo el barrio a distribuir el programa electoral y vender, sí es posible, Mundo Obrero puerta por puerta. Jesús, 34 años, casado, economista, trabaja en banca, lleva cuatro meses en el partido. Nati, dieciséis años, estudiante, nueve meses como militante. Los dos entraron en el PCE a través de la asociación de vecinos de la zona. Ahora trabajan para el partido y no para la asociación.«El problema esencial con que nos encontramos todavía es el recelo y el miedo, muchas veces, al PCE. Tenemos que demostrar todavía que no tenemos cuernos ni tridente», dice Belarmino Sacristán, responsable de la agrupación del PCE en Aluche. «A veces, cuando pasamos con la caravana electoral por las calles, algunas personas de edad nos saludan tímidamente levantando el puño un poco, hasta la cadera. »

Miedo y vergüenza

«Hemos pasado miedo a veces, no es vergüenza de tratar de vender el programa electoral, es auténtico miedo. La imagen del PCE ha sido lo suficientemente trastocada durante cuarenta años como para que la gente piense de nosotros que venimos de quemar un autobús. De todas formas ahora es muy distinto de cuando no estábamos legalizados», dice Jesús. «A mi, dice Nati, me ocurrió una vez que una portera nos pidió que saliéramos del edificio porque a una señora le había dado un. desmayo al saber que estaban los comunistas en el bloque de casas. »

Empieza la jornada puerta a puerta en un edificio de la calle Camarena, habitado por gente de más, alto nivel de vida que los de las casas de alrededor. «Pues tienen ustedes que pedir permiso al presidente de la comunidad de vecinos», dice el portero. En estos casos se pide permiso al portero para buzonear, es decir, meter los programas en los buzones de correspondencia. «En las casas que hay portero no nos suelen dejar entrar», dice Jesús. Vamos a otro. edificio gemelo del anterior. El portero no está y subimos en el ascensor hasta el piso dieciséis. Allí, de arriba hacia abajo, puerta a puerta, se ofrece el programa electoral. La tónica general, el 90 % de los casos, es que te abran la puerta. Es la hora de preparar la cena. «Buenas noches, somos del Partido Comunista de España y queremos entregarle nuestro programa electoral para que conozca usted nuestra política,» «Ah, muy bien, muchas gracias», responde el ama de casa, o el pater familias, ya con las zapatillas puestas. En el quince nos abre un joven, parece estudiante, acepta el programa y se le ofrece un Mundo Obrero, lo compra. Cuando vamos por el trece llega el portero. «Tienen ustedes que pedir permiso al presidente de la, comunidad.» «Alguien le ha avisado», dice Nati. Cogemos el ascensor de bajada y cambiamos de barrio.

En la calle Queroño hay porteros, aunque hay que llamar a algún piso a través del automático para que nos abran el portal. «Es difícil explicar por el automático que somos del PCE. Generalmente decimos que somos vecinos y no tenemos la llave», dice Jesús. No falla el sistema y comienza el descenso puerta a puerta desde el décimo piso. Las casas son más modestas. Muchas gente no está en casa. A veces se oyen pasos, alguien que destapa la mirilla y no abre. Sin embargo, lo normal es que, al igual que en las casas con portero, te abran la puerta, recojan el programa, te den las gracias y cierren. «Bueno, dice una señora a la que se le nota la crema recién dada en la cara, gracias, pero soy militante del PSOE.» Es igual, se le da el programa. «No puedo votar, soy argentino, pero gracias.» Las paredes de estas casas de barrio-dormitorio son de papel, se escucha, una vez cerrada la puerta, como conversan. «Carlitos, no cojas eso que lo tiene que leer papá», dice una señora que acaba de recibir el programa. «¿Tú también te vas a hacer comunista? Dice una madre a su hijo de quince o dieciséis años que nos abrió la puerta. » Las paredes son de papel. «Si los vecinos oyen que hay alguien tocando los timbres, no abren a veces porque sé creen que somos vendedores de libros, testigos de Jehová o compradores de papel», dice Nati.

«Antes me decíais que habíais sentido miedo, les digo, pero ¿nunca os han invitado a pasar a las casas?» «Sí, a veces, responde Jesús, nos encontramos con militantes del partido que nos invitan a pasar y tomar algo.

Cuando se empezó la campaña los puerta-puertas del PCE llamaban a dos casas a la vez para que, entre vecinos, se estableciera también el diálogo. El sistema dio mal resultado porque lejos de establecerse ese diálogo la gente se cortaba aún más. «Les daba como vergüenza de que el vecino de al lado supiera que recibe propaganda de los comunistas.» En ocasiones les han cerrado violentamente la puerta sin decir palabra. Cuando yo le acompañé hubo un par de personas que cerraron tras decir: «No nos interesa.»

Termina la ronda, Jesús y Nati van hasta el local del PCE para disfrazarse de buzo, ponerse el mono y, cubo y pincel en la mano, comenzar a pegar carteles por las calles. El temor aún persiste, la incredulidad, la falta de comunicación, aún en estos barrios obreros. Nadie prácticamente pregunta nada a los que reparten la propaganda, simplemente cogen el programa. «No podemos obligar a nadie a hablar, tenemos que tener cuidado hasta de no llamar dos veces porque eso puede irritar a la persona que nos abra. Ya es bastante con que cojan el programa.»

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