El centro y las claves del juego
Candidato por la Unión del Centro. Secretario general del Partido Demócrata Popular
En pleno carrusel electoral, creo yo que sería bueno distinguir entre la paja y el grano de las mil y una declaraciones y propuestas para entender dónde están las claves del juego actual.
La primera idea que quisiera subrayar es que no vivimos en un país de locos y que no es cierto que seamos ingobernables. Es verdad que hay un centenar largo de partidos que se autotitulan como tal, pero no es menos cierto, como era previsible, que las ofertas electorales que se presentan a los españoles no alcanzan la decena, y, si se me apura un poco, llegaría a decir que las verdaderas opciones en presencia, con previsible significación, no llegan ni a cinco. La derecha de Alianza Popular, el Centro Democrático, el socialismo y el comunismo. Vamos a tener, pues, conviene consignarlo, un tablero político simplificado, suficiente para ordenar un juego constitucional viable y clarificador.
La posición de Alianza Popular parece estar clara. Su estrategia pasaría por congelar, en lo posible, la actividad de las próximas Cortes para no perder energías en el juego parlamentario y gobernar con autoridad y disciplina este país desde el patrón de una concepción franquista donde lo que cuenta es el orden público y el nivel de consumo individual.
La izquierda socialista y comunista piensa dar la batalla precisamente en el escenario opuesto, esto es, en el Parlamento, tratando de trasladar el centro de la vida política de la Moncloa a la carrera de San Jerónimo, y haciendo de la elaboración de una nueva Constitución la tarea primordial y casi única de este nuevo período histórico que necesariamente ha de inaugurarse después del 15 de junio.
El centro, y de ahí su razón de ser, tiene una óptica complementaria. Reconoce que la instauración de un régimen democrático precisa de la elaboración de una nueva legalidad democrática que ha de recogerse forzosamente en un nuevo texto constitucional, abriendo así un nuevo período en la historia de España. Pero está a un mismo tiempo convencido de que un nuevo texto legal, por muy fundamental que éste sea, no supone necesariamente que la vida democrática esté definitivamente instalada en nuestro país. Que hay efectivamente que legislar, y esta vez de forma constituyente, pero, al mismo tiempo, que hay que gobernar, y ahora sí, de forma convincente, es decir, con eficacia y en libertad, lo que supone, en definitiva, admitir la confrontación y la discrepancia.
Vistas así las cosas, se podría decir que el centro. previsiblemente, va a tener la capacidad de propuesta; la izquierda, la posibilidad de respuesta, mientras que la derecha queda, en esta ocasión, en un papel de franca alternativa.
Los problemas con los que necesariamente hemos de encararnos en un futuro ya muy próximo son los siguientes:
1. La elaboración de una nueva Constitución cuya clave esencial hay que encontrarla en la resolución del complejo tenia regional.
2. La lucha decidida contra la inflación, con el correlativo necesario de hacer frente a una cota de paro preocupante.
3. La modernización de la sociedad española en sus hábitos y comportamientos, en la línea de alcanzar un nuevo consenso que no puede cimentarse más que a través de una profunda justicia distributiva y una búsqueda incesante de un mayor grado de igualdad social.
4. La intervención de pleno derecho en las instancias internacionales, de las que hemos estado ausentes en los últimos cuarenta años por razones sobradamente conocidas.
El centro, que en la hipótesis que nos ocupa debe tener lógicamente la «capacidad de propuesta», debe, pues, comprender que la consolidación de la democracia depende tanto de la labor que se haga en el nuevo Parlamento como del contenido de su futura acción gubernamental.
El centro, en las Cortes, habrá de poner su empeño en la tarea de elaborar, con el resto de las fuerzas políticas del país, una Constitución aceptada y viable para todos, y no solamente para unos cuantos.
El centro, en el Gobierno, ha de avanzar necesariamente en el camino de la libertad, haciendo posible una sociedad liberal avanzada, compatible con un clima de autoridad responsable que asegure la paz y el orden necesario para dar consistencia al nuevo edificio constitucional capaz de albergar a todos los españoles. Pero, a un mismo tiempo, es urgente reconocer que nuestra incipiente democracia puede naufragar si no se atacan con prontitud y decisión los males que padece la economía española, siendo nuestra enfermedad fundamental la que es propia en general del mundo occidental: la inflación. Y es ahí donde se encuentra el núcleo esencial de mi propuesta.
Para no proporcionar los argumentos tradicionales a nuestra derecha intransigente y autoritaria, se me antoja necesario que el Centro Democrático concluya con la izquierda, que tiene vocación de ser una izquierda nacional -deshaciendo así viejos temores y fantasmas del pasado-, los términos precisos de lo que podría denominarse un gran Pacto para la democracia.
El centro puede estar en condiciones de ofrecer a la izquierda libertad y democracia, justicia económica y redistribución social, que al fin y a la postre, en una sociedad industrial desarrollada como la española, se alcanza, en un primer escalón, a través del sistema fiscal, para que el Estado asegure la transformación de una red amplia de equipamientos colectivos -escuelas, sanidad, transportes, vivienda- en una línea marcadamente social, teniendo como principales destinatarios los sectores populares del mundo del trabajo.
A cambio, el centro debería estar legitimado para solicitar de la izquierda un nivel de responsabilidad en la calle y de austeridad económica durante un período de tiempo mutuamente convenido que nos posibilite salir del bache económico sin tener que recortar innecesariamente los primeros vuelos de la recien lograda libertad. De lo contrario, unos y otros estaríamos neciamente trabajando en favor de una nueva involución.
En un país en crisis, por razones internas e internacionales, no cabe rizar el rizo conjugando al mismo tiempo los verbos democratizar, devaluar, progresar, liberalizar y estabilizar. El argumento de que «el peso de la crisis no puede recaer en exclusividad sobre las clases populares» lo comprendemos y lo compartimos, pero la izquierda española, que ha dado buenas muestras de cordura y paciencia en los cuarenta años de tinieblas, debe revalidar su comportamiento último de madurez y responsabilidad para que la luz de la libertad no se apague tristemente en un nuevo anochecer.
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