Paso atrás de la empresa de Carabanchel
El taurinismo (facción empresarial) busca ideas para que la gente vaya a los toros. Su grave error es que no busca promocionar la afición. El aficio.nado es un ser maldito para cierto tipo de empresarios, porque sabe de qué va el espectáculo, no aplaude cualquier cosa y puede protestar con fundamento.
Entre los empresarios, los hay sin fe de ningún tipo por el presente y el futuro de la fiesta. Por un motivo claro: saben de números, de pérdidas y ganancias, pero no la entienden. Un empresario cimero -y cimero incluso en la cresta del monopolio- me decía: «La gente no va a los toros; la gente, lo que quiere, cuando llega el domingo, es montarse en el utilitario con la familia y marcharse al campo a tomar el aire. » No tenía en cuenta el empresario cimero que hay gente sin utilitario, como la hay con utilitario o Mercedes, que no se va al campo sino que se queda en la ciudad, tranquilamente en casa, o para ir al cine, al teatro, al fútbol, a mil sitios, entre ellos, los toros.Pero, ¿a qué toros? ¿Qué atractivos ofrecen las empresas de Madrid -es un buen ejemplo- para que la gente vaya a los toros y no a otro espectáculo, o no se quede en casa tranquilamente? En San Sebastián de los Reyes tienen todo un hallazgo: han ideado echar unas vaquillas al final del festejo, para que las toree el público. Ya llevan dos domingos de plaza llena. De ahí van a obtener afición, porque lo de las vaquillas es un añadido final, y cuidan los carteles de toros y toreros,
En Las Ventas juegan con la baza del prestigio de la plaza, de cuyos espectáculos, sean de la categoría que sean, está pendiente todo el mundo taurino, América incluida, y de la situación del coso, en plena calle de Alcalá, al que lo difícil es no entrar.
En Carabanchel, con imaginación y suerte, han dado buenos golpes de efecto, que empezaron con la actuación de Paula como único espada, y el domingo último montaron la presentación de tres diestros con supuestas posibilidades de futuro. La plaza se llenó. Y bien, fue aquella ocasión, no para hacer la sustanciosa taquilla del día, sino para ganarse clientela, con la mirad a puesta en el futuro. Y lo que ocurrió fue que echaron a la gente de la plaza. Esa gente-que-no-va-al-campo, abandonó los tendidos airada, arrojó al ruedo almohadillas y botes de cerveza. Una vez más había aflorado la ya histórica miopía empresarial; en lugar de mimar a los aficionados, quisieron mimar a los mushashos, y para ellos les soltaron unos toritos gordinflones, medio inválidos y bien romos. Todo salió mal porque, con aquel género y el público de aquel tono, los mushashos anduvieron al borde del fracaso.
¿Cómo rehace ahora Carabanchel esa clientela echada a perder? Después de años de obtener otras empresas en el mismo coso medias entradas y, más aún, cuartos de entrada, consiguen llenar la plaza; y en lugar de aprovecharlo (esto ya no es miopía, es ceguera) fuerzan a los que acudieron a la corrida a que se juramenten para no volver, o poco menos.El domingo hubo llenazo en San Sebastián de los Reyes, gran entrada en Las Ventas y el taquillazo dicho en Carabanchel, y todos los festejos empezaban a la misma hora. La gente -que dice el empresario cimero- quiere ir a los toros, aunque él no se lo crea. Pero a los toros no a que la tomen el pelo.
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