Curro Romero comercializa el "currismo"
Pieza de la Maestranza. Octava de Feria. Toros de Carlos Urquijo, justitos o escasos de trapío, cómodos de cabeza, salvo él sexto, también justos de fuerza; excepto el manso primero, cumplieron en varas (casi todos admitieron un puyazo y dos simulacros) y resultaron nobles para la muleta; algunos, inofensivos.Curro Romero: Bronca. Vuelta con protestas. Manolo Arruza: Vuelta. Silencio. Manili: Aplausos y saludos. Silencio.
De nuevo, la Maestranza abarrotada, esta vez para ver a Curro Romero, en quien se centraba todo el atractivo del cartel. Y Curro se aprovechó. Líder, titular de la causa al fin y al cabo, hace con sus se guidores lo que te place, manipularlos, por ejemplo, y a eso se de dicó ayer. Porque contemplada su actuación al margen de las pasiones que despierta, la verdad es que dio el petardo. No precisamente en el primer toro, en el que corrió cuanto hay que correr. Era un toro huido, manso, que derrotó descompuesto en varas. De salida le arrebató el capote al artista y éste pegó la es pantada, con un perneo incontrolado hacia el burladero, desde luego muy poco académico. Natural mente, el señor Curro no quiso ni ver semejante regalito, y no se lo pensó dos veces para aliñarlo y matarlo por control remoto. Hubo bronca, y con la bronca, bofetadas en el tendido, que cuando este torero es objeto de discusiones acontecen tales ftieneos.Pero sí lo pegó en el cuarto -al petardo nos referimos-, porque era un animalito con muy poco trapío, cómodo de cabeza e inofensivo. Y pese a tan favorables circunstancias, Curro tomó todas las precauciones del mundo. Para que un derechazo fuera apunte del toreo caro (sólo apunte, no vaya a creerse) tenía que dar antes tres o cuatro malos; la izquierda ni la utilizó; hubo un ayudado por bajo con sabor y tres por alto dibujados y, hondos. Y desplantes. Más desplantes que pases. Curro se trabajaba la figura, el corte, el no se pué aguantá, y cada dos por tres buscaba el remate para ponerse bonito y mirar al de la negra figura al soslayo, lo cual arrebata a los incondicionales. También hubo el desplante del te daba así.... que se aclamó, y lo que te aclamaré, morena. ¡Menudo hallazgo! Matar, lo que se dice matar, mató, de pinchazo y estocada, aunque en la suerte del «sálvese quien pueda».
Y eso no fue todo, porque vino después lo mejor: la vuelta al ruedo. Los partidarios sembraron el albero de romero y flores, pero se oían también las protestas. No se crea que había trasplantada a la Maestranza una andanada ocho de Las Ventas, concienciada en el «no pasarán»; era más bien que estas protestas, cariñosamente acentuadas, forman parte del currismo y su leyenda. Y Curro se complació con ellas, y donde se producían, su andar era más lento, más marchoso. Es decir, que capitalizaba el currismo; más en plata, lo comercializáha; su genialidad, que nadie discute aquí menos, véase si no la crónica de la corrida del sábado la rebajaba a la categoría de truco, y eso ya ni tiene gracia. A Curro se le puede perdonar (y se le perdonara siempre) su espantada del primer toro, pero no que supla el arte por la pantomima.
De cualquier firma intentó quites en todos los toros (salvo en el de la bronca, claro) con poca fortuna, a excepción de dos verónicas y media en el segundo de la tarde. Y eso fue cuanto se vio con el capote, porque a Arruza y a Manili ni se les ocurrió semejante posibilidad. Pienso que no será porque no quieran, sino porque son incapaces de manejarlo con lucimiento. Ninguno de los dos tiene arte, ni repertorio, ni técnica. A un toro que iba y venía, Arruza le hizo una faena compuestita, de costadillo, sin garra, en la que incluyó una arrucina, y al borrego que salió en quinto lugar no supo cómo torearle. Una espesa nube de aburrimiento mortal cubrió entonces la Maestranza. Manili dio un valiente pase cambiado por la espalda, y en los medios, al tercero, cobró con arrojo dos estocadas, y eso es cuanto hay que contar de Manili, quien tuvo dos toritos dóciles y flojones y no los supo aprovechar. Esta sí que es una oportunidad de oro echada a perder por un torero que ha venido pidiendo paso con el corazón en la mano. Lástima, pero la realidad tantas veces es así de dura: tiene voluntad, pero no dice nada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.